El relato

“Relato” es la palabra clave. Roland Barthes, que la extrajo de las obras estrictamente literarias, la puso en circulación y la aplicó a todas las formas de comunicación. Hay innumerables formas de relatar algo, decía, tanto en el lenguaje oral como en el escrito.

Están las imágenes, los mitos, las fábulas, los cuentos, las ficciones, las narraciones, las leyendas, las historias. Los relatos se hallan en la comedia, la tragedia, el cine, las noticias del telediario (donde suele contarse una historia que empieza mal y acaba bien; observen con atención), los cuadros, etc. Están por todas partes y en todas las sociedades. Todo grupo tiene su historia, que sus componentes usan como señal de identidad. El relato está siempre ahí, por encima de naciones y culturas.

Todo se puede contar como una historia. Mejor dicho, casi todo. Al menos yo no encuentro el modo de convertir en narración un sorites de catorce premisas. Ni siquiera soy capaz de hacerlo con un sencillo silogismo en barbara. Quiero decir que quien se cubre con un relato, una historia, una ficción, etc., se vuelve con facilidad inmune al razonamiento. Tal vez sea ese su propósito, confeso o no. O tal vez pretenda inmunizar a otro.

La gran fuerza del relato sobre el ánimo de quien lo recibe procede de su recurso a imágenes que provocan sentimientos. Tanto más fuerte será el influjo cuanto más simple sea el relato.

Estas ideas permanecían entre las paredes de la academia, pero saltaron al dominio público cuando los psicólogos hicieron uso de los relatos con fines terapéuticos, los abogados para convencer a los jurados, los políticos para engrosar las filas de sus votantes y adelgazar las del adversario, etc.

Frente a los “grandes relatos”, como fueron llamados el marxismo o el liberalismo, como si también éstos consistieran en historias, mitos y leyendas, y no en teorías mejor o peor fundamentadas, nacieron entonces los pequeños relatos. Era el débil contra el fuerte. Y el débil aprendió a hacer uso de su honda y derribar a Goliat. Para lo cual cuenta con los medios de comunicación de masas. Mass media en inglés: ¡qué gran y ejemplar concisión”. No hay que leer y pensar, solamente recibir el relato impactante.

Los débiles, los inanes en argumentos, aprendieron a golpear fuerte, a utilizar agresivas historias inventadas. Pudieron indignarse (primero hay que indignarse, luego ya veremos por qué) y disparar epítetos como asesino, ladrón, corrupto y otros de la misma gama a los de otros partidos o corrientes.

Un sencillo caso actual puede ilustrar esto: el de la ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, vulgarmente ley del “sí es sí”, cuyos autores dicen que por fin se pone el consentimiento en el núcleo de la acción penal, lo cual es falso, pues ya estaba ahí.

En realidad, no han pretendido reformar los delitos contra la libertad sexual, un fin loable si hubiera sido necesario hacerlo. Lo que han pretendido y pretenden es imponer un relato simple que cualquiera pueda comprender con sólo leer el titular de un periódico o los caracteres de un tweet sin tenerse que detener a pensar más: que el orden liberal democrático oculta un contrato sexual impuesto a las mujeres.

El relato partía del caso de la manada, tan útil para dibujar una sociedad española regida por los designios del patriarcado, el cual, habiendo tomado cuerpo en los jueces, priva de protección a las mujeres y convierte sus reivindicaciones en contrarias al Estado de Derecho. Las libertades civiles plasmadas en los sistemas democráticos son, a juicio de estas feministas, la marca masculina del derecho patriarcal. Las mujeres nunca han tenido democracia, por lo que deben destruir la que hay.

Un relato sencillo, siniestro y peligroso: los machos de la especie siempre conspiran para someter y dominar a las mujeres.

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