El demérito del mérito

Se ha puesto de moda cuestionar los logros modulados por la genealogía de quien hace el esfuerzo. No sorprende que Michael Sandel haya escrito un libro titulado “La tiranía de la meritocracia”. Como las ideas se propagan (medios de comunicación afines incluidos), el espectro de la izquierda abraza con sumo gusto estos preceptos. Representa la lucha de clases y un intento de colectivización “a la moderna”.

Lilith Verstrynge ha declarado que la meritocracia es un cuento chino. La definición que recoge la RAE es la que sigue: “Sistema de gobierno en el que el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos”. Se ve que se conocen muy bien a sí mismos y reconocen sus limitaciones. Ella milita en Unidas Podemos, cuyos números se sientan en el consejo de ministros. Si no están los mejores, que vayan desalojando la sala. Lilith podría encontrarse con un doble problema, por el lío que tiene en la cabeza: que un niño de papá haga bien lo que hace, tan bien como el hijo de un tornero. Si es así, ¿hay que apartarlo, castigándolo en virtud de sus rentas o patrimonio? ¿Tiene menos mérito el primero que el segundo? Otro que no se aclara es Pablo Iglesias, al dirigirse a Espinosa de los Monteros: ni la pasta de tu padre, escribió, te libró de ser un cateto.

El problema radica, en mi opinión, en cómo proyectan el término y hasta qué punto lo distorsionan. Para avalar sus tesis, lanzan datos, datos, datos. Nunca sabe uno cómo se efectúan los cálculos y cuál es la fuente. Nos dicen: “hacen falta 120 años para que una familia del 10% más pobre alcance unos ingresos medios”. Son los mismos que abrazaban el sistema educativo “público” (el privado no) como “ascensor social”. Con becas y todo, les debe parecer caduco o insuficiente. Hablar de ricos y pobres resulta tosco y no perfila bien una sociedad mucho más estratificada, de modo que su aspiración actual es “la igualdad”. “Un orden justo”, afirma Lilith, “acabaría con las desigualdades”. También sostiene que “la igualdad es la única herramienta que puede permitirnos a todos desarrollar nuestros talentos”. ¿Pero cómo igualar lo que es tan distinto? Pues sólo existe una forma: hacernos iguales mediante la ley.

Yo me pregunto: ¿son lo mismo míster universo que Quasimodo? ¡No pasa nada! ¡El Estado lo arregla todo! Siguiendo la caricatura de Jerome K. Jerome, se le raja la cara al guapo, o se le corta una oreja. Yo no me puedo comparar con Cervantes, ¡y eso que en Lepanto casi lo dejan manco! ¿Mis limitaciones reflejan el patrimonio que no me transfirió mi padre? Lo digo porque la herencia se ha convertido en el caballo de Troya de estas lumbreras. Lilith y todos sus adanes asumen el papel de “igualadores”. Eso ya abre una desigualdad entre ellos y los igualados.

Según insisten, nuestra vida es un determinismo social injusto. Otro dato: “En España, 74 de las 100 personas más ricas lo son por herencia”. Desde luego no sería el caso de Amancio Ortega. Las listas de los más ricos se mueven mucho más de lo que se cree. Los que figuraban en los primeros puestos en los 90 no sólo han sido desplazados, ¡han desaparecido! Los podemitas lo saben, pero nos mienten. Para meter la zarpa, ahora se centran en los descendientes. Marta Ortega heredará y tiene oportunidades, de acuerdo, pero pertenece a una cadena de hechos y una tradición familiar que la habilita hasta que no se demuestre lo contrario. A su padre nadie le regaló nada. Si ella fuera incapaz, poco podría hacer. Eso sí: dispondría de ingentes cantidades de dinero para gastar. Tenemos ejemplos de hijos ociosos que quemaron el patrimonio recibido.

Lilith habla y habla, como un funanbulista al que le fallara el equilibrio. Ella misma vive en un pisazo del centro con techos nobles. Ni ha pagado hipoteca ni tiene que pagar alquiler. Creció rodeada de libros, sus padres son profesores, estudió en la Sorbona. Cita todo este caudal como privilegios que otros no han conocido. Lo que posee, como mínimo, debería disfrutarlo todo el mundo. Que no sea así, demuestra que la sociedad es un asco. Se cubre las espaldas arguyendo que se puede vivir bien y tener sensibilidad social…

Son, pues, los salvadores de los pobres new age. Aunque usted tenga una vida digna, mire el Chevrolet de su vecino y considérese infortunado. Estaría bien la confiscación de los bienes a los muertos. O acogerse al testamento Unicef, que nos lo pide con todo el morro. Incluso así, la sociedad se levantaría según otro orden bien distinto. Planteemos en este punto el ejemplo de Laje. Supongamos que todos partimos de cero, cada cual con 1000 euros en el bolsillo. Bastaría un día, una hora, un minuto, para que surgieran “desigualdades”: uno guardaría su dinero en una hucha y otro se lo jugaría en el bingo; un tercero compraría el reloj que deseaba, y un cuarto invertiría en bolsa.

Cabe plantearse en qué mundo vive la etérea Lilith. Cabe plantearse cómo son los monstruos que pueblan sus pesadillas. Parafraseando a Axel Káiser, la igualdad es una tiranía. A no ser que nos refiramos a la igualdad ante la ley. Ese sí es un principio sagrado, o debería serlo. La izquierda, enajenada, acabó con él. Le arrebató la venda a la justicia, que nos mira discriminando. Distingue entre hombres y mujeres y ha de distinguir entre herederos y desheredados. Si Lilith hubiera dado un palo al agua, reivindicaría el valor del esfuerzo, la constancia, la perseverancia. Existe, ya lo creo, más allá de los pañales y de papá y mamá. Su retórica es la negativa disuasoria a cualquier empeño que haga nuestra vida mejor. Así los sin mérito podrán seguir reventando la meritocracia en la que dicen no creer.

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2 Comments

  1. Yo trabajé y estudié al mismo tiempo. De momento no he heredado nada y paso de los sesenta. Hay vidas dignas, como buen dice usted, más allá de mamá y papá. Estas ideologías son perniciosos y falsas. Enhorabuena 👏

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