Algunos datos de la vergüenza

Las violaciones aumentaron un 34 por ciento en 2022 y la suma de todos los delitos un 18 por ciento respecto a 2021 mientras los delitos de ciberdelincuencia crecieron un 74 por ciento respecto al año 2019. Son datos oficiales. En un ambiente social enrarecido, pero en el que el Gobierno, especialmente esa parte del Gobierno más radicalizado a la izquierda, se enorgullece de aplicar más y más políticas de prevención de los delitos sobre las mujeres, que aparentemente tanto se esfuerza por construir una sociedad en la que las ayudas sociales eviten cualquier necesidad extrema y que elabora y consigue aprobar para ello leyes que terminan beneficiando a delincuentes sexuales condenados y protegiendo más a los animales que a las propias personas; un partido político que acapara un Ministerio de Igualdad, que dedica millones y millones de euros en una aparente prevención de los abusos sexuales en campañas de concienciación de los derechos de las mujeres, estos delitos se han disparado y la delincuencia también.

Más allá de las lecturas, que creo que pocas hay que hacer tras el rotundo éxito social de las políticas que tanto cuestan a nuestras arcas públicas (modo ironía), subyacen algunas cuestiones que rondan y afectan enormemente a la compleja relación ideológica entre la ciudadanía y la percepción de las apuestas por la libertad sostenida por los derechos individuales por encima de los colectivos y, por ende, de los demás. El año pasado ya era noticia que los delitos sexuales cometidos por menores habían aumentado un 58 por ciento respecto al año 2021. Eso sí, algunos menores sí se ponen de acuerdo para cometer agresiones en grupo, consiguiendo, según datos del año 2021 un aumento del 65 por ciento. Parece ser que nadie ha sacado ninguna Ley que garantice los derechos de los niños y niñas agredidos por sus compañeros. No debe ser un derecho humano ni del menor poder crecer con la dignidad intacta y con el respeto máximo de aquellos que te rodean. Eso, igual da.

No sé si a quién me lee le parecerán estos datos, oficiales pero no vitoreados en las tribunas de oradores y oradoras y “oradoros” de PODEMOS como enormes logros conseguidos en sus políticas sociales. Eso sí, les diré que no pueden sentirse tampoco orgullosos con el nivel de satisfacción de la sociedad que están construyendo con el dato del año 2021, que marcaba que los suicidios de menores de 15 años habían ascendido un 57 por ciento. Un año que, además, en cifras totales, marcaba el triste récord de ser el año con más suicidios de la historia de nuestro país, 4,003 suicidios contabilizados de personas de todas las edades en España. Y no gobernaban otros a los que culpar de esa situación creada en la que esa parte de la ciudadanía había desistido de seguir viviendo de mutuo propio. Les puedo garantizar que con una mínima parte de lo que invierten en otros asuntos que convierten en estrella y bandera de sus políticas muchas de estas personas seguirían entre nosotros. Pero eso, por lo visto, igual da. Y no, aquí no sirve de nada la ridícula excusa esgrimida sobre el aumento de los delitos sexuales por la conciencia generada en que deben denunciarse.

Pese a las cifras, aquí nadie hace nada y siguen con su discurso en el que aprobar leyes que prioricen en cualquier municipio de este país que dispongan de un veterinario antes de que puedan tener la atención de un médico, a pesar de que en muchos casos, ante cualquier urgencia, tengan que recorrer kilómetros de carretera muchas veces en mal estado, para poder tener la atención más básica.

Hoy hablaba con un amigo sobre algo relacionado con todo esto, relacionado más directamente de lo que parece. Y hablando de parecer, ya saben lo que opino y lo que he repetido lo que tanto importa a la mayor parte de la clase política de este país, desgraciadamente independientemente de su signo político, esa prevalencia por el parecer por encima del ser porque con el simple aparentar ya consiguen los votos y el ser soluciona problemas que luego no pueden aparentar resolver o prometer. Lo cierto es que la conversación en cuestión estaba relacionada con la extrema izquierda y uno de lo que considero mayores peores logros que han conseguido.

Yo, que tengo mis años, y me he relacionado con personas de toda clase y condición, que he conocido los barrios más ricos y también los más marginales de muchas ciudades, desde pequeño tuve la sensación de que las clases menos privilegiadas, con el paso de la transición y ese empoderamiento que ofreció la democracia gracias a ese proceso ejemplar en el que participaron todas las fuerzas políticas, también Izquierda Unida y representantes de partidos hoy independentistas y entonces nacionalistas, habían conseguido descubrir que era posible salir de la pobreza gracias al tesón y el esfuerzo, del trabajo y, en muchas ocasiones que las capacidades lo posibilitaban, al estudio gracias también a las ayudas del Estado, a las becas y al apoyo familiar.

Hoy en día la izquierda radical ha conseguido que muchos jóvenes adquieran una conciencia de clase que los convierte en eternos perdedores con un enfrentamiento absoluto y frontal con las clases más privilegiadas económicamente. Ese discurso de odio ha trasladado a la conciencia de muchos de estos grupos sociales que es más lícito luchar contra los que tienen más que trabajar, sudar y estudiar para llegar a salir de ese estado y poder aportar a la sociedad y recibir, a cambio, el beneficio de unos ingresos que les permitan labrarse un futuro más desahogado. Cierto es que algunos programas televisivos tampoco ayudan mucho, como tampoco lo hacen las redes sociales de influencers que se forran por maquillarse a tutiplén, hacer un uso abusivo de filtros y decir lo que quieren escuchar o hacer estupideces que a muchos les cuesta la vida.

El estancamiento de conciencia de progreso, especialmente en los jóvenes, ha llevado a muchos de ellos a refugiarse en el egocentrismo de un mundo dibujado por esa ultraizquierda en el que viven un continuo videojuego cuyo fin es alcanzar los cielos hasta usando la violencia. Es decir, a cualquier precio, aunque este sea a la fuerza. Esto convierte entornos como el educativo en ambientes competitivos no especialmente de lo académico, sino de lo social. Y ya sabemos que muchas personas, también los menores, muchos de los cuáles han podido verlo en sus propias casas, piensan que la mejor manera de ascender, de parecer al menos estar arriba, es conseguir hundir a los que le rodean, aunque sea con la fuerza, con la palabra, con el desprecio.

Muchos discursos impositivos de la nueva religión de lo social de la ultraizquierda no tienen en la sociedad los efectos que presumiblemente pretenden sino todo lo contrario. El deseo de lo prohibido siempre ha sido un reto y mucho más aún entre los jóvenes, pero también en los mayores que en muchos casos llegan a desvirtuar esos discursos confundiendo a unas mentes que están absorbiendo todo lo que ven y oyen. ¿O cómo entenderíamos, si no, que hayan aumentado un 56 por ciento los delitos sexuales grupales en cinco años y que uno de cada cuatro agresores sea menor de edad? La respuesta es tan sencilla como que hay quiénes han convertido el delito de la conocida como La Manada en un referente fomentado, además, en la morbosidad por la prohibición y por el exhibicionismo y abuso que se ha hecho de este caso como ejemplo de crimen machista.

El morbo de lo prohibido, pero también de lo público, de aquello que han convertido en tendencia en sus discursos, en referente de lo que está mal, pero excusando su relevancia en que los que cometieron las repugnantes acciones eran hombres. Y es que, si Irene Montero como Ministra se está luciendo a lo grande, como psicóloga social, o se está coronando a lo bestia o, sinceramente, tiene una frialdad en el alma que la hace mucho más peligrosa de lo que comentan los cadáveres que ha dejado en el camino hasta llegar donde se encuentra.

Miren, que el actual sistema educativo es un desastre ya lo pueden corroborar desde otros países en los que intentos que aún se quedaban cortos con el que tenemos, han sido un radical fracaso. Pero los mensajes sociales, la imposición ideológica, esa violencia dialéctica y de enfrentamiento en los discursos, esa desprotección de aquellas personas que no representan a las clases que son o que han hecho sentirse como desfavorecidas, es un camino muy peligroso que sólo nos traerán no ya cifras, sino consecuencias en nuestra sociedad y en la estabilidad de nuestro sistema que puedo entender que sea uno de los objetivos de algunos para allanar el camino hacia otro en el que los derechos sean únicamente portados por ellos, como lo son en otros regímenes que han apoyado o apoyan sin ningún tipo de pudor. A mí lo que me cuesta y más me hace sufrir de esta situación es la indolencia de la sociedad, el seguidismo ideológico de muchas personas absolutamente ciegas ante tal espanto y la incapacidad de una mayoría disconforme con lo que está ocurriendo de ser capaces de pararlo. Yo puedo estar muy de acuerdo con muchas lecturas sobre los problemas pero absolutamente en contra de las soluciones que están aportando. Y las cifras no mienten, las víctimas tampoco.

Si hay una palabra que defina el sentir popular en estos momentos esa es “insatisfacción”. Han logrado una sociedad enfrentada e insatisfecha. Justo el objetivo contrario al que, cada legislatura, encarga el pueblo a cualquier Gobierno, nada más alejado del Estado del Bienestar que tratan de vendernos. Si esa era la meta, se podían haber ahorrado los asaltos. Y en medio, un PSOE al que le va a costar mucho recuperarse de esta y de otras amistades peligrosas. Y si no, que se lo digan a su vieja guardia, al mismo Alfonso Guerra, aquellos que sí demostraron en su momento, también con sus errores, cómo se podía legislar palpando el sentir de un progreso que nada tenía que ver con ideologías, con odios ni rencores, sino con todo lo contrario, un socialismo que se reinventó y reinventó un país consiguiendo grandes logros e hitos sacando a España de la miseria de una dictadura que nos había aislado internacionalmente y menoscabado nuestra capacidad de modernización hasta el punto en el que lo habían hecho los países de nuestro entorno. Y esto, con la ayuda de otras fuerzas políticas constitucionalistas. No da igual.

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