Podría ser el comienzo de una carta de amor a una novia en la distancia, porque hubo un tiempo en el que esa era la manera de chatear entre dos amantes separados. Podría ser la canción de Cecilia que, por cierto, antes de pasar por manos de la censura, decía “esa España viva, esa España muerta” y no “esa España mía, esa España nuestra”, que es la manera en la que todo el mundo la ha cantado alguna vez.
¿Qué pensarían Cecilia, Jarcha o Serrat acerca de lo que ocurrió el lunes en la calle Ferraz? No hace falta irse a cantantes de aquellos años, quienes pensaban que España necesitaba un cambio. No hay que alejarse tanto; a la vuelta de la esquina, en casa de cualquier amigo o la de una misma, hay gente que luchó en la guerra, que sufrió la posguerra, que vivió la transición… ¿Qué pasará por sus cabezas después de ver cómo la policía repartía a diestro y siniestro a todo aquel que se acercaba a la sede socialista? Pues que esta España está más muerta que viva y que ni es mía ni es nuestra, solo tiene un dueño y señor: Pedro Sánchez, para más señas, último Presidente del Gobierno, actual Presidente del Gobierno en funciones y si nadie lo remedia, próximo Presidente del Gobierno.
Lo que la otra noche se vio se asemeja precisamente a esa época que tanto se empeña en recordar la izquierda progresista cuando les interesa. Una de las cosas que difiere de aquellos tiempos es que hoy en día, para bien o para mal, existen los teléfonos móviles y hay muchos canales informativos, por lo que ocultar lo evidente, es cada vez más difícil. Que nadie intente darle la vuelta a la tortilla como por ejemplo ha hecho Patxi López, entre otros, en sus redes sociales metiendo un rollo sobre las convicciones socialistas y los fascistas que intentan imponer su voluntad.
Al señor López, alguien le debería de recordar que fue el primer lehendakari no-nacionalista porque a un tal Ibarretxe le pudieron sus delirios de grandeza y le pasó factura en las urnas. Esas aspiraciones de independencia que proclamaba el Partido Nacionalista Vasco le sirvieron al entonces número uno de los socialistas vascos para auparse al puesto más alto de Ajuria Enea. Y ahora, unos cuantos años después, tratando de arrimarse al árbol que más calienta, defiende a capa y espada a esos independentistas catalanes como si el nacionalismo catalán tuviera más lógica que el vasco. La cuestión es que antaño le interesaba luchar contra aquellos que pretendían romper España y ahora se iría a tomar un café con ellos, si es que no lo ha hecho ya. Unos lo llaman mentir, su jefe lo denomina cambiar de opinión.
Pero volviendo a los hechos del lunes por la noche, que nadie ponga el grito en el cielo clamando contra la Policía Nacional; al igual que cuando detienen al delincuente de turno o protegen al ciudadano, se limitaban a hacer su trabajo. Pero claro, donde hay patrón, no manda marinero y anoche, el patrón tenía nombre y apellidos: Francisco Martín, a la postre, Delegado del Gobierno en Madrid y responsable de la pésima actuación policial. Entre él, Marlaska y, por qué no, Pedro Sánchez, se encargaron de limpiar la calle Ferraz y justificar lo injustificable: que hicieron un uso totalmente partidista de la policía, reprimiendo lo que no había que reprimir, simplemente por el hecho de que los que estaban allí concentrados no comulgan con los planes del Partido Socialista.
Los ciudadanos merecen un gobierno que no los traicione, que no los venda al mejor postor o simplemente, que no los trate como moneda de cambio. A estas alturas, poca credibilidad tienen las promesas progresistas de Sánchez, aquellas que solo aportan retroceso, imposiciones y censura por los cuatro costados. Por lo que se está viviendo estos días, todo ello le pasará factura y seguramente en algún momento tendrá que dar explicaciones de sus políticas autoritarias basadas en la mentira y el despotismo. Será entonces cuando este país se levantará para hacer justicia. Mientras tanto, mi querida España ya se va despertando.
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