Yolanda en el país de las maravillas

La ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, crea continuamente un discurso ininteligible que más bien parece propio de un aula de infantil que de un Gobierno que debe asegurar las prioridades sociales y económicas de los españoles. Una vez más lo ha vuelto a hacer. Tras el acuerdo de la subida del salario mínimo interprofesional (SMI), que supondrá un verdadero problema para la economía de muchas medianas y pequeñas empresas.

La vicepresidenta segunda amenaza nuevamente a los empresarios con “medidas fiscales” pues considera que la situación actual no es justa y que deben promover un acuerdo para reducirse el sueldo, porque existe una brecha entre las retribuciones de los presidentes del Ibex 35 y los trabajadores de las empresas, afirmándolo en unas jornadas del sindicato UGT. En definitiva, la líder de sumar quiere limitar los salarios de altos ejecutivos, evidenciando como este Gobierno totalitario quiere imponer a toda costa cualquier tipo de directriz más propia de una dictadura que de una democracia. Sobre todo, teniendo en cuenta que el salario bruto mensual de la coruñesa asciende a 7.050,06 euros porque su sueldo bruto anual es de 84.600,72 euros.

El presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Antonio Garamendi, le reprochaba a Yolanda Díaz que hiciera “populismo “con los sueldos de los directivos, dado que calificaba sus declaraciones como “intervencionismo de república bananera”. Los dos han chocado también sobre la medida que pretende imponer la ministra con la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas, que afirma que se llevará a cabo quieran o no los empresarios. Esta medida causa un gran rechazo en el sector empresarial, ya que no cuenta con los agentes sociales y no todos podrían someterse a las mismas condiciones.

Nuestros dirigentes parecen empeñados en obligar y exigir cueste lo que cueste, cualquier tipo de reforma que desarrollan de la noche a la mañana y sin barajar las consecuencias. Los empresarios son los que generan empleo, los que levantan el país, porque en muchos sectores reducir el horario laboral influiría directamente en la productividad, además de suponer un coste adicional  al empleador y una pérdida de competitividad.

Pero esto no termina aquí, Yolanda Díaz también tiene tiempo para visitar el late night “Late Xou” de Marc Giró, donde protagonizó una entrevista que incluía hasta baile con el comunicador catalán de lo más pintoresca, en la que la ministra creaba aún más polémicas de las que nos tiene acostumbrados. Afirmaba un “soy una forofa de la moda galega y de Zara”, hasta ahí parece todo normal, pero si nos remontamos a 2019, acusaba a Amancio Ortega de vulnerar los derechos de los trabajadores. Ahora, es una fan declarada de Inditex y conocida del empresario textil. Otro momento que sacaba a relucir su ineptitud, fue cuando mostraba claramente su desconocimiento sobre nuestra historia, puesto que confundió a Juana la Loca con Juana de Arco, cuando el presentador le preguntó quién murió quemada. La vicepresidenta también expresó que era una condena vivir en Madrid, cuando sabemos lo difícil que debe ser vivir en una vivienda oficial de 443 metros cuadrados que le pagamos todos los españoles.

Tanto ella como su amado líder Pedro Sánchez se vanaglorian de ser máximos exponentes en la creación de empleo, pero la realidad laboral nos indica una situación muy distinta. Cada vez más carencia de cotizantes en la Seguridad Social, unos 30.000 menos, los autónomos parecen condenados a una muerte lenta y los gestores de fondos de inversión y banca privada creen que es un gran riesgo invertir en España.

Con este panorama tan dramático, tenemos una ministra de Trabajo empeñada en ser una Alicia en el País de las Maravillas como la obra de Lewis Carroll, persiguiendo al famoso conejo blanco para conseguir una meta. Pero esta vez a los que persigue son a los autónomos, a grandes empresas y a las pymes, y su objetivo es ponérselo más difícil, para que puedan generar un empleo de calidad y con garantías. Todo esto velado en una práctica de infantilismo y demagogia en la que nos habla como si fuéramos niños de guardería y escucháramos un cuento. No hay quien entienda ninguna de sus intervenciones, pero quizá piense como el Gato de Cheshire de la novela de fantasía “No estoy loco, mi realidad es simplemente diferente a la tuya”.

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