
En los últimos meses vengo observando que, cada cierto tiempo, salen de la formación política liderada por Abascal unos cuantos para dar testimonio de su experiencia, cual si fuera la casa de los horrores; algo que, con sinceridad, me llama poderosamente la atención, especialmente teniendo en cuenta tres factores predominantes.
El primero tiene que ver con la motivación que posee el personaje en cuestión a la hora de enrolarse en una formación. Esto resulta bastante llamativo, dado que cada uno de los expulsados o que salieron del partido aceptaron afiliarse al mismo adhiriéndose a los estatutos que un grupo de personas -que ronda el centenar-; ahora resulta que pretenden modificarlo porque no se ajusta a su realidad subjetiva. Sin embargo, antes de ser apartados de Vox o cesados, la gran mayoría sí que se dedicaron a aceptarlos gustosamente. Qué casualidad que todo apunta a un cambio de su propia mentalidad y no de la del propio partido.
Las políticas de Vox no han cambiado en absoluto: en materia de feminismo, inmigración ilegal, “violencia de género”, sostenibilidad y la lucha contra la Agenda 2030 siguen siendo las mismas. Ni tan siquiera puede decirse que se haya añadido ni quitado nada en relación a ninguna de ellas. ¿Acaso los díscolos del partido realmente no creían en aquello que defendían? Porque, cambiar, no ha cambiado nada. Se puede estar de acuerdo con el máximo de las ideas de una formación política, pero este mismo no se trata de una empresa de colocación, sino del vehículo de representación democrática. A mí, personalmente, me decepciona profundamente el síndrome de Groucho: “Si no te gustan estos principios, tengo otros”.
El derecho a la pataleta porque ya no se cuenta con nosotros es muy legítimo, aunque veo más lógico y razonable tenerlas en el ámbito privado, en lugar de hacerlo mediante noticias en medios o en la red social X para obtener su minuto de gloria. No obstante, como “pero” al partido, considero que la dirección del partido algo mal debe estar haciendo, porque, ante tanto despecho, es cierto que existe la posibilidad de que exista alguno que otro que esté en lo cierto, motivo por el cual espero que hagan autocrítica para que la formación política vaya a mejor.
El segundo aspecto que me llama poderosamente la atención es que, si los despechados consideran que Vox es la Casa de los Horrores, ¿por qué no denuncian ante la justicia todos aquellos hechos que consideren tan macabros, como el de llamar a un empresario de la comunicación “el jinete del Apocalipsis”? Cuestión que me parece demasiado exagerada, además de maledicente y bastante lamentable. Acudir a medios de comunicación que se caracterizan por tener un color político contrario, con la intención de rajar sobre el partido -que de por sí está demonizado por la ideología conservadora que representa-, con la intencionalidad de hacer desaparecer el partido, resulta bochornoso, en donde además el factor ego es uno más a gestionar. Deplorable.
Toda persona que antaño pertenecía a Vox, y los que aún continúen en él, que no se olviden de que son alguien en la vida gracias a que una formación política surgida en 2013 decidió contar con sus servicios. Es por ello que hoy en día tienen la posibilidad de aparecer en medios de comunicación, ya sea para bien o para mal, o haber tenido o contar con un sueldo bastante jugoso que los ciudadanos normales y corrientes no poseemos. Todos aquellos despechados que ponen en tela de juicio a la formación de Santiago Abascal, sinceramente, los considero unos desagradecidos que, con el paso del tiempo, la historia y sus actos los juzgarán. Probablemente, algo de parte de culpa tengan, al igual que alguna que otra decisión del partido, que más de 1 millón de españoles hayan querido alejarse de Vox, para que la formación pase de 52 representantes a tan solo 33.
Y el tercer aspecto a tener en cuenta es la reacción de la formación política ante estos perfiles. Bajo mi punto de vista, lo están manejando con tanta cautela que, para mí, es estrepitoso, no dando importancia a las acusaciones que unos cuantos están manifestando y que, como bien comento en el párrafo anterior, puede ser el principal motivo por el cual hayan perdido tantos representantes en el Congreso de los Diputados. Ante ataques orquestados como el de aquellos “vividores de lo público”, debería haber más contundencia, sin caer en el recurso del victimismo, demostrando contra ellos que la gran mayoría de sus pronunciamientos se deben a medias verdades expuestas con mala baba y por un despecho supino.
Volviendo a las posibles culpas que pueda tener el propio Vox, considero que, a la hora de elegir a los sucesores, resulta un grave error cambiar a gente experimentada por gente veinteañera, por muy juveniles que resulten, a quienes les falta no solo bagaje, sino que además sapiencia. La frescura debe ir unida a que se trate de personas con currículum y ampliamente preparadas, en lugar de por un perfil acostumbrado a caminar por mullidas moquetas.
Alguien que pase de los 30-35 años también es joven y sirve como reclamo, no solo para ilusionar a su votante potencial, sino que además, a compañeros que vayan a convivir con ellos dentro de las instituciones. Gente con más bagaje en gestión de recursos, de equipos y con muchísima experiencia es lo que se necesita para empatizar con los españoles y no alguien que carezca de líneas en su hoja de vida fuera de la política. Cuando se aspira a gestionar un país y, por ende, los recursos públicos, lo que se debe incorporar en un partido como Vox son personas potencialmente conocedoras del ministerio u organismo que van a defender, en caso de llegar a Moncloa como primera fuerza política.
No digo que no existan perfiles jóvenes dentro de la formación que tengan actitudes para defender el ideario del partido; incluso añado que es un grupúsculo de gente que sirve para balancear los perfiles senior, creando sinergias. Pero una cosa es eso y otra colocar en puestos potentes a gente “joven” sin una hoja laboral encomiable. El perfil de joven que Vox debe adoptar es aquel que consiga empatizar con los de 20, 30 e incluso de 40 años, aquellos que entienden su situación ante los despidos o la dificultad de conseguir un trabajo medianamente remunerado, esos que deben ser el reflejo de la sociedad y no un modelo a alcanzar. Como es lógico, no puedo obviar que Vox se trata de un partido joven que lleva poco más de 10 años desde su surgimiento, algo de lo cual me alegro mucho, y debido a este motivo, puedo entender que todo el mundo se puede equivocar, ellos también, a la hora de elegir a los compañeros de viaje.
Dulces halagos y crudas realidades a partes iguales. Las primeras suponen una maravillosa caricia al oído, pero de duración efímera, mientras que las segundas son muy necesarias, por muy duras que resulten de escuchar. Honestamente, soy partidaria del equilibrio para alcanzar lo más cercano a la perfección. Ser un buen líder no es fácil, y por eso valoro a Santiago Abascal, además de por haber sido valiente a la hora de presidir un partido político con las características de Vox. Su “sentidiño” y las grandes figuras que las hay dentro de la formación, con las que me siento alineada, hay una en particular por la que siento admiración y respeto, por el que empecé a votarles, por su sentido del deber, su firmeza de valores y su forma de comunicarse. Su nombre no es otro que el de Javier Ortega Smith.

Creo que hay demasiado afán de protagonismo y por eso se van