
En una sesión reciente del Consejo de Seguridad de la ONU, el representante palestino, Riyad Mansour, no pudo contener las lágrimas al describir la desgarradora situación en Gaza. Con voz quebrada, relató cómo las madres palestinas abrazan los cuerpos sin vida de sus hijos, acariciándoles el cabello, hablándoles, pidiéndoles perdón. “Es insoportable. ¿Cómo puede alguien tolerar este horror?”, exclamó entre sollozos. Y, sin embargo, lo toleramos. Lo vemos. Lo sabemos. Lo comentamos en voz baja… pero lo toleramos. Porque nos dijeron que es complicado. Porque nos repiten que esto es una guerra. Porque el horror se nos ha vuelto paisaje.
Pero esto no es una guerra, sino una masacre. No hay simetría entre quien lanza misiles con precisión quirúrgica y quien escarba bajo los escombros con las manos. No hay proporcionalidad cuando una familia entera muere cenando en su casa. Aunque, claro, Israel “tiene derecho a defenderse”. Eso es lo que nos repiten una y otra vez, como un mantra blindado. Como si cada bomba lanzada sobre un hospital fuera una operación de autodefensa. Como si matar a una familia entera mientras duerme fuera una “respuesta proporcionada”. Como si arrasar un campo de refugiados fuese una estrategia quirúrgica. Cirugía con bulldozers. Precisión con fósforo blanco.
Si alguien alza la voz en relación con este asunto (aunque sea un poquito) ya tiene su etiqueta preparada: antisemita, ingenuo, radical, peligroso. Porque en este teatro el guion ya está escrito y el disidente sobra. ¿Dónde están ahora los defensores de los derechos humanos? ¿Los que se manifestaban con lágrimas en los ojos por causas nobles y trending? ¿Dónde están las portadas con fondo negro y tipografía blanca que tanto nos emocionaban? ¿Dónde están los “Je suis” cuando no hay cafés parisinos, sino escuelas bombardeadas? No, no están. Porque no interesa. Porque Palestina no cotiza en bolsa.
Nos han domesticado emocionalmente. Nos han enseñado a indignarnos solo con lo que da likes. Y nos han convencido de que esto no va con nosotros. Pero va. Va contigo, conmigo, con todos. Porque el día que dejamos de estremecernos ante la muerte de un niño, ese día dejamos de ser humanos. La pregunta ya no es por qué Israel hace lo que hace, sino: ¿qué nivel de horror estamos dispuestos a tolerar antes de llamar a las cosas por su nombre?
Porque esto no es una “operación militar”. No es “una respuesta”. Es una masacre retransmitida en directo y amparada por el miedo, la indiferencia y el interés. Y sí, esto es incómodo de leer, pero más incómodo es morir desangrado bajo los escombros mientras el mundo “lo estudia”. Más incómodo es nacer en Gaza, crecer entre ruinas y morir sin haber conocido un solo día de paz. ¿Qué más tiene que suceder para que nos levantemos del sofá? ¿Hace falta otro niño sin piernas? ¿Otra madre que abrace un cuerpo frío? ¿Otra escuela convertida en un cementerio? ¿Cuántos cadáveres más hacen falta para que el mundo grite “¡basta!”?
La historia nos juzgará, y esta vez no servirán las excusas para nada. Ni el silencio. Ni la distancia. Ni tan siquiera las palabras bonitas. Porque cuando un pueblo es masacrado ante nuestros ojos y decidimos no mirar, no somos neutrales, sino cómplices.

Autora de Siente y vive libre, Toda la verdad y Vive con propósito, Técnico de organización en Elecnor Servicios y Proyectos, S.A.U. Fundadora y Directora de BioNeuroSalud, Especialista en Bioneuroemoción en el Enric Corbera Institute, Hipnosis clínica Reparadora Método Scharowsky, Psicosomática-Clínica con el Dr. Salomón Sellam
Es imperdonable
Imperdonable, tenemos que hacer algo…