Inflación: el impuesto escondido

Un tirano se distingue de un rey, según el P. Juan de Mariana, en que el primero “todo lo atropella y todo lo tiene por suyo”, mientras el segundo sabe que nadie, ni siquiera él, es dueño de los bienes de sus vasallos. Dado que los impuestos son una apropiación de dichos bienes, deben contar por este motivo con el consentimiento de sus propietarios.

Mariana padeció un año y medio de cárcel por orden del Duque de Lerma (“el mayor ladrón de España para no morir ahorcado se vistió de colorado”), por las alusiones que hizo a varios ministros que habían cambiado el peso de la moneda. Es sabido que la inflación hace que disminuya el patrimonio de que uno es dueño, porque hay que comprar las cosas más caras. ¿Dónde ha ido la diferencia entre lo que se tenía antes y lo que se tiene después? Al Ministerio de Hacienda, porque es un impuesto. Su nombre antiguo es “señoreaje”, pues consistía en la ganancia que obtenía el señor de la manipulación de la moneda, rebajando su contenido metálico. Después fue práctica extendida la de recurrir a la máquina de imprimir billetes. Pero hay otros procedimientos más sutiles y no menos efectivos. Uno es el referido por Bernanke y Abel –Macroeconomics– y se aplica como sigue.

Supóngase que un presidente de gobierno desea gastar 10.000 millones de euros en la financiación de un cierto proyecto. Como las arcas del Estado están vacías y él no puede gravar con más tributos a la población por el temor de que una reacción le reste votos, recurre, sí, a la vieja solución de imprimir billetes. Pero el señor es ahora más astuto y sabe que no hay que hacer la manivela que pone en funcionamiento la máquina de imprimir.

El primer paso tiene que darlo el Tesoro, que autoriza al presidente a solicitar un préstamo por valor de 10.000 millones, los cuales se anotarán en el déficit presupuestario. Luego se imprimirán bonos del Estado, que no se habrán de vender al público, sino al Banco Central, a requerimiento del Tesoro. El Banco Central pagará esos bonos con 10.000 millones imprimidos para el caso y se los dará al Tesoro a cambio de los bonos. El presidente podrá disponer entonces de su dinero y lo empleará en su proyecto, con lo cual hará correr más liquidez de la existente hasta el momento y provocará la inflación. Al haber más dinero del que había, pero no más productos que comprar con él, es obvio que el valor del primero tiene que descender en relación con los segundos. ¿Cuánto? Exactamente en el porcentaje que representen los 10.000 millones del presidente con respecto al total de la liquidez existente antes de que ese dinero saliera al mercado.

El presidente habrá extraído así una parte de la propiedad de los súbditos sin que éstos se enteren y podrá presentarse a las elecciones enarbolando la realización de su proyecto y justificándolo en aras de la justicia social, la solidaridad, el Estado de Bienestar, la lucha contra esto o lo otro, etc. Los propietarios expoliados atribuirán la merma de sus dineros al encarecimiento de la vida, la inflación, el I.P.C., etc., sin percibir que habrán pagado un impuesto medieval llamado señoreaje.

No es el único procedimiento, por supuesto. En el recibo de la luz y otros bienes se puede observar otro. Si se pagaba un cierto porcentaje del total y éste se ha duplicado o triplicado, también se ha duplicado o triplicado el impuesto, pues el porcentaje permanece fijo: no es lo mismo el 60% de 100 euros que de 200. Ningún partido desaprovechará esta oportunidad de llenar las arcas del Estado para sus planes. Así se entiende que la recaudación tributaria haya crecido el doble que la economía. En este caso, el presidente no ha hecho otra cosa que sentarse a esperar y llenar las arcas.

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