El sanchismo, una cuestión de fe

Corría el mes de octubre de 2016 y la crisis interna en el PSOE, fruto en gran parte de los desastres experimentados en las elecciones en el País Vasco y Galicia, que supieron grandes derrotas para el socialismo, unidas a la persecución interna del poder ante un secretario general que ya daba signos de un autoritarismo y unas formas que poco gustaban a barones y baronesas, terminó explotando en una Comité Federal del partido que concluyó con la dimisión de Pedro Sánchez de su cargo orgánico y el comienzo del proceso de unas primarias que ya todos sabemos qué resultados tuvieron. Esto, ojo, ocurrió no sin el apoyo de los socialistas catalanes (PSC) y los de Baleares al defenestrado Sánchez.

A este respecto, yo señalaría varios puntos deductivos, porque toda esta experiencia supuso un punto de inflexión no sólo para este partido, sino también para el propio Sánchez, que aprendió que habría sido bastante laxo con ese autoritarismo, permitiendo la continuidad de sus propios enemigos en sus puestos de responsabilidad orgánica, y también aprendió a no ser tan explícito en sus intenciones cuando metió la urna detrás de unas cortinas en un intento, dicen los del partido, de intentar modificar el resultado que él mismo esperaba. En ese momento, de poco le sirvió el intento, lo que le ayudó a aumentar su conciencia de estrategia que se adelante a los acontecimientos.

A esto le siguió una carrera meteórica con la estrategia del victimismo y la imagen de socialista que viaja en un Peugeot 407 por todo el país, imagen cercana a sus militantes, con el objetivo de recuperar el poder en el partido. Nada que ver con su Audi A8 que refleja su poder actual. Este, y una larga lista de otros vehículos, todos a nombre del Estado, pero a disposición de Sánchez. Lo cierto es que el hoy Presidente del Gobierno realizó este viaje acompañado, y hoy resuenan los nombres de estas personas, todos los conocidos hombres, por cierto, porque todos están o bien imputados o señalados judicialmente en los casos de presunta corrupción que azotan a Sánchez. Desde Ábalos, pasando por Koldo, custodio, además, de las firmas recogidas de avales para su candidatura a la elección en primarias, hasta hay fotos con Cerdán de aquellos tiempos.

Ábalos, maestro de primaria profesión y cuyo curriculum como tal, según fuentes de Internet, se limita a tres meses en un colegio en Cuart de Poblet, pronto vería cómo su carrera comenzaba a despegar como jefe de gabinete del delegado del Gobierno en Valencia en el año 1983. De ahí, su carrera fue subiendo escalones en lo orgánico y en lo institucional, llegando a ser vicesecretario general de los socialistas valencianos, periodo en el que saltó al Congreso de los Diputados tras haber pasado como concejal en el Ayuntamiento de Valencia, donde, además, ejerció como portavoz, y como diputado provincial en su provincia. Quienes conocen como funcionan los partidos políticos sabrán cómo funciona el medrar para conseguir estos puestos. Y hacerlo supone, en muchos casos, conseguir la complicidad de los compañeros, mostrar fidelidad máxima a las personas de las que depende tu ascenso u opciones políticas y, también, eliminar a tus rivales de la forma más adecuada. Si no, que se lo digan, sobre Óskar Puente y a su madre, a muchos de los militantes y la mayoría ex militantes del PSOE de Valladolid. Ábalos, pues, llegaba curtido en las tareas que, posteriormente, tendría encargadas desarrollar. Porque curriculum académico o social, o capacidades demostradas de liderazgo está claro que no tenía.

Esto, sin duda, es muy posible que fuese uno de los motivos que animaron a Sánchez a usarlo para sus fines. Sin capacidad de hacerle sombra, como a él les gusta, fiel al amo que alimenta su posición en el partido, y fácil de manejar como a un títere de feria, a la vez que rottweiler que le defendía sin obligarle a tener que salir al paso, todo un verdadero valor para sus objetivos, especialmente los de negociar. Curiosamente, el que fuese secretario de Organización, cuando fue defenestrado públicamente por el partido y por Sánchez, de cara a la galería, por las imputaciones de todos conocidas, fue sustituido en el partido, curiosamente, por otra persona con un perfil muy similar, Santos Cerdán, un Técnico en Electrónica Industrial que supo cómo ascender rápidamente en el PSOE de Navarra hasta llegar a ser el actual gran apoyo de Sánchez, y títere de sus intereses en negociaciones del calibre de los acuerdos con Junts en Bruselas, en las famosas reuniones con Puigdemont, de los que dependen la continuidad de los acuerdos que sostienen al actual Gobierno de coalición.

El éxito de la reelección de Sánchez como secretario general en las primarias de 2016, así como el colchón que ha evitado hasta el momento que en las elecciones generales los socialistas no hayan pegado el batacazo absoluto se debe, fundamentalmente, a Cataluña, a los acuerdos con los nacionalistas y a polémicas políticas como las de la amnistía a los condenados por el 1 O, algo que, sin embargo, le ha podido restar más que sumar en el conjunto del Estado en las elecciones generales, pero que Sánchez compensó con uno de los pocos triunfos electorales de su partido en su época de secretario general, las elecciones catalanas. Si Felipe González y la tradición socialista tuvo en todo momento como escudo y territorio de mayor apoyo y peso político Andalucía, Sánchez cambió esa tendencia, tras la derrota en las autonómicas de la comunidad del sur de España, por Cataluña, donde encuentra no sólo apoyo popular por sus políticas que benefician a este territorio por encima del resto, sino por el enorme apoyo orgánico que celebra todos esos acuerdos.

Todo en Sánchez ha sido y es estrategia política. Como dije al principio, bien aprendió la lección en 2016 y bien supo eliminar a sus enemigos o atarlos en corto para controlar sus movimientos. Pero, esas ansias de control absoluto no sólo se limitaron en estos años a los propios, sino que se extendieron a un intento, en muchos casos conseguidos, de querer controlar las propias instituciones del Estado. Sánchez sabe perfectamente que controlando las instituciones controla el relato que de ellas se pronuncia, y quién maneja el relato maneja el control de la sociedad y de los socialistas. El proceso es bien sencillo aunque alarmantemente peligroso, ya que a través de los años ha conseguido crear una pseudo religión en torno a su persona, sus políticas y, especialmente, sobre lo que representa la izquierda, por el simple hecho de denominarse tal, y la demonización de la derecha, a la que responsabiliza en todo momento de todos los males que puede. Así, con el paso del tiempo, y a pesar de las informaciones que aparecen a diario en prensa, para muchos socialistas o gente de izquierdas de este país, este Gobierno se ha convertido en una cuestión de fe, creyendo en lo que no ven y descreyendo lo que son datos objetivos y pruebas fehacientes de que muchas cosas, demasiadas, no se han hecho correctamente, a la luz de esas pruebas.

Resulta curioso recordar ese discurso, durante la moción de censura de Sánchez a Rajoy en 2018, escuchar el discurso de Ábalos indicando al PP que cómo podían decir que la Justicia estaba manipulada, o poner en duda a los jueces que habían imputado por el caso Gürtel, entre otros. Hoy esas palabras se vuelven contra él mismo y contra su todavía partido, que no ha sido capaz de sacarlo de entre sus afiliados, como tampoco ha sido capaz de tomar decisiones directas y de peso contra Leire Díez, a pesar de las evidencias de los videos. Y resulta sorprendente, a la vez, que miembros del Gobierno quieran darle la vuelta a la tortilla de este asunto echando la culpa a la oposición en una especie de acoso y derribo.

No, señores de la cúpula del PSOE, las evidencias que todos hemos escuchado no provienen ni son protagonizadas por la oposición, la relación que parece indicar existe entre Cerdán y la posible o presunta comisión de delitos por aceptar o promover sobornos por la adjudicación de obras no las provoca la oposición, la acusación contra personas fuertes del partido, como el número tres de Hacienda, de la Ministra Montero, señalado por haber recibido presuntamente comisiones por anular deudas a Hacienda de empresas no la provocó la oposición. Y así, seguimos y seguimos. Y mejor no tocar los asuntos turbios que señalan a la mujer de Sánchez, a su hermano y ahora también a su cuñado. Que el presidente del Gobierno tenga a tres familiares directos imputados por la Justicia no es un asunto que tenga que ver con la oposición ni con esa Justicia que hace pocos años defendía el entonces secretario general de los socialistas y hoy también imputado Ábalos en el estrado del Congreso con los dientes frente a una ahora oposición acosada por casos de corrupción.

Al PSOE de Sánchez se le ha ido de las manos el control de sí mismo y creo que el final del sanchismo es un hecho que se deja ver asomando por los juzgados. Frente a esto, el Gobierno saca su artillería discursiva sin convencer a aquellos que no se acogieron ciegamente a la fe de un Sánchez que, victimizado, cada vez encuentra menos salidas a la actual situación. Queda en el recuerdo esos cinco días en los que indicó se retiraba a reflexionar por las acusaciones a su esposa. Un escenario que nada tiene que ver con el de ahora y ante el cuál decide o esconderse, o mandar, como suele hacer ante cualquier crisis, a sus fieles.

Lo triste de todo esto es que yo sí creo que la mayoría de socialistas, y hasta incluso muchos de los miembros de su Gobierno, no tenían ni tienen idea real de las dimensiones de lo que presuntamente pasó en todos estos casos y, ni siquiera, de lo que está pasando. Es lo que tienen las religiones laicas, nunca ven más allá de sí mismos, de su idolatría por humanos que les benefician personalmente, que los tratan bien porque les sirve.

En lo que sí me reitero es que el socialismo, los socialistas, no merecen lo que está ocurriendo. Aquellos que tienen los pies más en la tierra, y muchos de los que han sufrido las consecuencias de haber sido apartados por Sánchez por ser díscolos con sus decisiones y con sus acciones se revuelven en sus posiciones pensando que el final del sanchismo podría suponer una crisis el partido nunca antes vivida y con la necesidad de una auténtica refundación. Yo, observo que muchos sanchistas son elementos clave del partido, gente trabajadora con la que se podrá o no estar de acuerdo, pero que trabajan en el proyecto en el que creen, y se ven arrastrados por causas a las que son ajenas, a acciones con las que no tienen nada que ver, y se sienten en el precipicio de un momento que resulta toda una incógnita.

Yo, por mi parte, y a pesar de todas estas deducciones o relatos, aún sigo diciendo que no podemos dar por finiquitado a Sánchez, porque si algo ha demostrado, especialmente después de ese octubre de 2016, es que no se achanta ante ninguna adversidad y que es el mayor estratega que haya pisado el poder en este país en siglos de historia, a pesar de que no en demasiadas ocasiones haya sido algo bocachanclas, como cuando, en una entrevista, soltó que de quién dependía cierto caso, a lo que el entrevistador respondió que de la fiscalía, y él, todo orgulloso, contestó con un “¿Y quién controla a la fiscalía? El Gobierno”. Un momento que define perfectamente el perfil de la persona que nos gobierna. Así que… todo está por ver y dependerá de si salen nuevas pruebas, como parece que pueda ocurrir, del aguante de la ciudadanía y, también, del grado de estupidez de uno de los mayores apoyos del Gobierno en las pasadas elecciones y en las futuras, VOX y Abascal.

Para quién haya perdido la fe en el sanchismo, les auguro esperanza, aunque no sabría decirles, en el terreno de lo humano, en qué.

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