
Como quien pisa al gato y le pide perdón por existir. Como quien quema la cocina y deja una nota que dice: “Ups, cosas que pasan”. Y aquí estamos: el país humeando, y él, soplando con una pajita.
Pedro Sánchez apareció esta semana con cara de misa mayor, tono fúnebre y mirada baja. Pidió perdón no por la inflación, ni por la vivienda imposible, ni por las listas de espera, ni por convertir el Congreso en un plató. No. Pidió perdón por haber confiado en Santos Cerdán. Es decir, por haber sido demasiado bueno. Qué tragedia. Qué humildad tan convenientemente televisiva.
El acto fue quirúrgico. Controlado. Perfecto. Solo faltó una música de fondo compuesta por Hans Zimmer. Pidió perdón varias veces, tantas que uno pensaba que se venía la dimisión. Pero no. Ni una renuncia. Ni una destitución. Ni una consecuencia. Solo una auditoría. Una de esas que se anuncian cuando no se quiere hacer nada. Y ahí, justo ahí, empieza el verdadero insulto a nuestra inteligencia.
Porque lo que vimos no fue una disculpa. Fue una maniobra. Una coreografía de supervivencia con lágrimas prestadas y gesto de mártir. No pidió perdón a las víctimas del sistema ni a los votantes traicionados; pidió perdón a cámara. Como quien ensaya frente al espejo antes de pedir aumento de sueldo.
La estructura sigue intacta. El engranaje de favores, cargos y lealtades sigue en pie, inalterable, inmunizado contra la vergüenza. Sánchez no pidió perdón por lo que hizo, sino por lo que no supo ocultar. Y eso no es ética: es mala suerte. ¿Nos toma por tontos? Sí… pero con cariño.
Porque el sistema ya no se avergüenza. Se justifica. Se pone traje, finge pesar, lanza dos frases nobles y sigue adelante como si nada. La culpa, como siempre, se lava con palabras y se seca con audiencias. ¿Y nosotros? Nos comemos el gesto como si fuera una galleta de gratitud. Aplaudimos el perdón como si resolviera algo. Como si un “lo siento” tapara el olor rancio de la impunidad.
Pero lo que no tapa nadie es esto: que quien lo nombró sigue gobernando. Que quien calló, sigue cobrando. Que quien ve, calla. Y que quien se indigna, se cansa. O peor: se acostumbra. Así que no. No basta con el perdón. Un perdón sin consecuencias es solo ruido con corbata.
Y nosotros ya no queremos ruido. Queremos una democracia que no huela a moqueta vieja y a impunidad planchada. ¿Nos vamos a conformar con esto? ¿Otra vez? ¿En serio?

Autora de Siente y vive libre, Toda la verdad y Vive con propósito, Técnico de organización en Elecnor Servicios y Proyectos, S.A.U. Fundadora y Directora de BioNeuroSalud, Especialista en Bioneuroemoción en el Enric Corbera Institute, Hipnosis clínica Reparadora Método Scharowsky, Psicosomática-Clínica con el Dr. Salomón Sellam
El centro derecha no quiere reaccionar. Viven demasiado cómodos