Escuchando a Cayetana Álvarez de Toledo, lo primero que uno hace es reencontrarse con un discurso medido, trabajado, culto, rico en matices y en vocablos cada vez menos oídos en un político casi desde los lejanos tiempos de Castelar. Como, por ejemplo, la palabra abulia. Es la usada por ella para calificar la actuación del gobierno de Sánchez en relación con la pandemia tras la finalización del Estado de Alarma. Dice la Real Academia de la Lengua que abulia es pasividad, desinterés y falta de voluntad, así que está utilizada aquí con toda propiedad.
Pues esa abulia también es la que hace que, de forma persistente, casi uno de cada 3 españoles decida no votar nunca en las elecciones generales. En las últimas, el partido ganador obtuvo un 28 % de los votos. Pero resulta que hubo un 33 % de abstención. O sea, sólo votó el doble de personas de las que no lo hicieron. El PSOE convenció a sólo 18 de cada 100 personas con derecho al voto. Y con esos mimbres como base, tenemos el gobierno que tenemos. Me dirán que los demás convencieron a menos aún. Pues claro: ese es el problema.
El poder de decisión de esa tercera parte de los ciudadanos que se quedaron en su casa es mucho mayor que el de los que votan a cualquiera de las opciones políticas. Repito: se quedó en casa 1 de cada 3 y votó al PSOE menos de 1 de cada 5. Los abstencionistas son los que han contribuido en mayor medida a formar el gobierno que tenemos ahora. Dicho más claro: el gobierno que tenemos es el elegido por los abstencionistas para dirigir España, lo vean ellos así o no.
Yo nunca me abstuve desde que pude votar por primera vez en 1982. Me parece inmoral. Es muy conocida la frase de Platón: “el precio de desentenderse de la política es dejarse gobernar por los peores hombres”. Y eso es lo que me parece la abstención, una forma de sacudirse las pulgas y dejarlo todo en manos de los demás. Demás, por cierto, a los que luego exigen que lo hagan bien, como si un abstencionista tuviera derecho a hacer esa exigencia. Yo, para empezar haciendo amigos, les niego ese derecho.
La principal razón esgrimida por el abstencionista es la de que “todos los políticos son iguales”. Eso les ha venido muy bien a los que realmente sí son “iguales” y deja poco margen para los que luchan cada día por el bien común, sean del partido que sean. Incluso para los que hay así dentro de los grandes partidos, que son bastantes, por otra parte y que son confundidos pronto con los demás por ese electorado muchas veces ovejuno.
Sí, he dicho electorado ovejuno. Y lo reitero: ovejuno, borreguil, adocenado, incapaz, adoctrinado, analfabeto políticamente y no sólo políticamente. Gentes cuyos conocimientos de política se resumen en lo que cabe en tres o cuatro camisetas y pancartas. Decir que el votante nunca se equivoca es como decir que el cliente siempre tiene razón: una falsedad capciosa. Y si el votante se equivoca, el abstencionista se equivoca aún más. Siempre.
Los abstencionistas que no votan porque dicen que no hay ningún partido que los represente del todo parten de una base equivocada. Nunca vamos a compartir todas las ideas de ningún partido. Y si así fuera, sería señal de que estamos equivocados y no meditamos lo suficiente. No encuentran a un partido ideal pero, a la vez, muchos están convencidos de, entre las 7.500 millones de personas que hay en el mundo, haber encontrado a su media naranja con la que coinciden en todo… A veces exigimos demasiado y a veces, demasiado poco.
Esa abulia la alimentan los malos políticos con sus narcotizantes discursos ideologizados y populistas; con su corrupción; con su falta de interés en los problemas reales; con su tendencia a crear otros donde no los había y con su lejanía del electorado…. Unos con su altanería prepotente y otros con su comportamiento barriobajero. En definitiva, con su burundanga diaria que adormece, que cansa al electorado, que lo anestesia. Con eso atraen a votantes incapaces y radicales y expulsan a gente moderada que, de buena fe, acaba creyendo que no hay ni puede haber nadie que vele por los intereses de todos.
Concediendo, por tanto, a los abstencionistas que no hay ningún partido con el que nos identifiquemos del todo, siempre tendremos alguno con el que lo hagamos más que con los otros, aunque haya cosas en su programa que nos disgusten. Incluso, que nos irriten. A mí me pasa incluso con el mío. Hay que hacer una personal escala de valores y votar siempre por el menos malo porque si ese no nos gusta y no le votamos, lo más fácil es que gobierne el más malo. Ese que sí se va a dedicar a hacernos la vida imposible del todo.
La postura de quedarse en casa en demasiado cómoda. No compromete, no nos señala, no nos identifica… A menudo el abstencionista se sube a un atril real o virtual y empieza a dar lecciones sobre lo mal que está todo y que nadie lo soluciona. Y pretende que lo arregle un partido al que no ha votado sin recordar que a ese partido lo ha formado y mantenido gente que no piensa como él.
El voto hoy no es como el voto en 1986 o en 2000, por ejemplo. Aquí no están ya en juego sólo políticas relativamente cercanas en el espectro político, separadas por unos pocos grados en el hemiciclo. No están en discusión medidas moderadas, modernas, europeas, más o menos sociales, más o menos liberales, más o menos socialdemócratas… No está en liza hoy decidir de qué color queremos las paredes o si ponemos venecianas o cortinas en las ventanas como sí lo estuvieron desde 1978 hasta 2004, con la llegada del infame Zapatero. Están en juego hoy los fundamentos básicos de nuestro Estado de Derecho. Están en peligro la mera existencia de España y nuestras libertades. Con un gobierno parasitado de comunistas, que ha desembarcado a los suyos en el CIS, el CNI, la agencia EFE, RTVE o la Fiscalía, que quiere hacer lo mismo en la Justicia y defenestrar la Corona, están en peligro esas libertades que nunca vimos en riesgo desde 1978, a pesar de los embates sanguinarios de los terroristas que se empeñaron en ello.
Una canción de ‘Celtas Cortos’ dice: “Si en España el aumento del paro / ya va por el tercer millón / y si el campo se va a la mierda / y el poder huele a corrupción, / tranquilo, no te pongas nervioso, / tranquilo, majete, en tu sillón.” Pues, de momento, estamos a punto del cuarto millón y hay mucha gente demasiado tranquila…
Hago un llamamiento al abstencionista para que deje de serlo, para que se ponga en pie y haga un esfuerzo por distinguir el grano de la paja. Por identificar los verdaderos problemas que tenemos y quiénes los han creado y los alimentan y así poder expulsarlos definitivamente de la vida pública. Una vez nos hayamos vacunado contra ellos, una vez tengamos fuera de la política a los extremistas, a los violentos, a los revanchistas, a los falsos, a los mediocres, a los corruptos… entonces, cuando ya los cimientos mismos de nuestra casa no corran peligro, como ahora pasa, será posible volver a decidir entre todos de qué color pintamos la escalera o si cambiamos el ascensor.
Cuando hayan hecho ese esfuerzo, para ellos supremo, espero que ya nunca deje de importarles quién nos gobierna.
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