La fábrica de Rajoy

Desde 2017, no ha cesado la izquierda política y mediática de decirlo: Rajoy fue una fábrica de independentistas. Se le critica que su negativa a dialogar con el independentismo le dio unas alas que no tenía. Y eso, claro, ayudado por la sentencia del Tribunal Constitucional que en 2010 había declarado inconstitucionales 14 artículos de ese Estatuto que había dicho Zapatero que iba a aceptar tal como llegara del Parlamento de Cataluña.

¡Qué malo fue el Partido Popular negándose a sentarse y dialogar! A tratar sobre la forma de desmontar el Estado en Cataluña, la manera de expulsar el castellano de allí y los mecanismos necesarios para efectuar una retirada precipitada de todo vestigio español en Cataluña, como la de Zapatero de Irak. Al fin y al cabo, ¿qué le costaba aceptar que la nación catalana siempre ha sido una colonia más de Castilla, que el español es allí una lengua impuesta y que no hay buen catalán que no escupa siempre en dirección a la Puerta del Sol? Pues esta monserga repetida por el PSOE, la ultraizquierda y los nacionalistas de todo pelaje nos la hemos tragado desde entonces muchas veces sin analizar lo que hay detrás. Es el mismo mensaje que nos trasladaron ETA y sus satélites: “La culpa es vuestra por estar aquí. Idos o someteos y nadie saldrá herido. Intolerantes, que sois unos intolerantes.”

Sin embargo, con Sánchez, ahora reina el diálogo y todo es felicidad. Ahora se crean mesas bilaterales, cumbres con mediadores, canales permanentes de comunicación, se les entrega la gestión de Cercanías, se indulta a los “presos políticos”, se impulsa el uso del catalán en Bruselas, se anulan delitos en el Código Penal, se amnistía… Y ya no hay ninguna tensión. Todo es una balsa de aceite. Bien es cierto que no se puede estudiar en castellano en Cataluña, que el Presidente de la Generalidad boicotea al Rey, que los parlamentarios nacionalistas nos recuerdan que “la gobernabilidad de España les importa un bledo”…  Pero, ¿qué son esas gotitas en un océano de concordia, de paz y de entendimiento? Y si hiciera falta, se les entregaría la Agencia Tributaria y la Justicia. Todo sea por la distensión. Eso detendrá sus exigencias y ya no pedirán la independencia, ¿verdad? Y es posible porque, como ha dicho Fernando Savater, lo que quieren los nacionalistas no es salir de España sino que España salga de sus territorios que, en la práctica, es aún mejor para ellos.

Pero volvamos a la “fábrica” y vamos por territorios: Resulta que, en 2016, durante el mandato de Rajoy, los diputados nacionalistas en Galicia fueron 20 (eso, si sumamos el BNG y En Marea, una escisión suya que acudió a las urnas con Izquierda Unida y Podemos). Ahora el BNG tiene 25 diputados. También en 2016, en el País Vasco, PNV y Bildu consiguieron 46 asientos. Hoy son 54. Y en Cataluña, en 2017, Junts, ERC y CUP sumaban 70 diputados, con Ciudadanos como primera fuerza. Hoy son 74.

De modo que, como se ve, la táctica sanchista de la cesión continua favorece el auge del nacionalismo. Eso, impulsado con la importantísima acción que lleva realizando a pico y pala el sistema educativo en esos territorios, especialmente en País Vasco y Cataluña, donde se educa en el odio a todo lo que signifique España, en un discurso lleno de mentiras y manipulaciones. Y, por supuesto, con la intervención inestimable de los medios locales, públicos y privados, regados con dinero público de forma conveniente.

Nos urge echar al sanchismo, que es mucho más que el propio Sánchez. Urge echar al PSOE, urge tomar las medidas legales para impedir que el Gobierno de España dependa alguna vez de partidos regionales que nos odian y urge reformar el Título VIII de la Constitución para dejar de parir en las escuelas generaciones de nacionalistas envenenados de odio que un día, que cada vez veo más cercano, decidan levantar barricadas, tomar las armas y llevarnos a otra catástrofe.

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