Hablemos de segregar

Dice la RAE que segregar es “separar y marginar a una persona o grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales”. Vaya, quizás sea por eso que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y la misma Real Academia, y hasta el español, se han convertido en títeres de una comedia que intentan manejar desde el Gobierno y que empieza a hacer desbordar la paciencia de los ciudadanos de España (ya que obvian que tanto las instituciones como la propia lengua son entes autónomos de sus voluntades de Gobierno); hasta ahora no los pueden controlar, aunque intentan manejar esos poderes, tácitos e intrínsecos a la sociedad desde hace siglos, y parte de los ejes vertebradores del Estado, de su Historia y de su unidad.

Y digo todo esto porque pareciera que tener más o menos poder adquisitivo, o decidir que tus hijos vayan a un colegio privado en vez de a uno público es motivo o causa para separar y tratar a estos colectivos de forma diferente, lo que la RAE llama segregar y, yo añado, para poder acusar de esa segregación a aquellos que para sus fines les parecen molestos. 

La opción de elegir es parte de la libertad. Precisamente la imposibilidad de elegir no está ligada a espacios democráticos, sino todo lo contrario, es más propio de dictaduras. Y suelen ser las dictaduras las que prefieren un impulso absoluto de lo público con la excusa de la igualdad impidiendo a su vez que las personas puedan elegir y exista esa libertad. Que un Gobierno controle y ejerza de poder absoluto sobre algo público sin opciones es más propio de totalitarismos que de países libres y democráticos. 

Y me dirá más de uno que si la justicia, la igualdad… La Justicia y la Igualdad son elementos abstractos pero objetivos que, en muchos casos, la extrema izquierda ha interpretado y manipulado como instrumento para el control del pueblo y para dirigirlo, son los perros lazarillos de su rebaño. Un rebaño que nunca irá adónde quiera sino adónde lo dirijan teniendo coartada, sin darse cuenta, toda libertad, y sometido a la justicia de su amo, en minúsculas, no a la verdadera Justicia igualitaria y humanista con la que tanto pretenden darse golpes de pecho a costa de continuar mintiendo por el bien de todos pero sólo por el beneficio propio.

“Si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos y nos pueden guiar como ovejas al matadero”, aseveraba George Washington. Y creo que tenía mucha razón en ello, y pruebas de esto las tenemos cada día en nuestro país. Hacia dónde nos dirigen, nos preguntamos muchos sin querer escuchar de nuestra propia conciencia la respuesta por no querer creerla cierta.

Decía el estadounidense Premio Nobel de Economía Milton Friedman que, “casi nadie hoy en día, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, considera posible ni deseable el socialismo tradicional de la propiedad y operación estatal de los medios de producción”. Friedman falleció en 2006 y menos mal que no está viendo lo que está sucediendo en España porque de verlo se llevaría las manos a la cabeza. No se lo creería.

El árbol de la libertad tiene muchas ramas, y entre ellas una de las que sustentan con mayor aplomo al mismo en un Estado democrático es la libertad de opinión. Decía el historiador romano Suetonio que “en un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”.

El premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo lo dejaba claro al decir que “La libertad de expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar la libertad de expresión es insultar los derechos humanos, es reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad”.

Segregar desde el mismo Gobierno a la población según su opinión política, enfrentando a la misma por cuestiones históricas, ejerciendo de déspotas de la interpretación de la misma Historia, es muy peligroso porque señala al que opina diferente al propio Gobierno y posiciona a éste como poseedor de la única verdad, pensamiento único propio también de regímenes autoritarios nada democráticos.

Si existe divergencia de opiniones la democracia llama al debate, al consenso y nunca a la imposición, mucho menos sin tener en cuenta a los afectados. como indicaba Noam Chomsky, “Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto”.

Cada vez que el Vicepresidente Pablo Iglesias o alguno de los suyos ha hablado de casta, ha segregado; cada vez que a alguien le llaman facha lo están segregando por cómo piensa; cada vez que se habla de pijos o se desprecia a los pobres se segrega a los mimos. Porque el tratamiento de la igualdad nunca puede partir de la premisa de la diferencia porque eso es, precisamente, segregar y es una absurda, que no tan evidente para algunos y algunas, contradicción.

La igualdad es el punto de partida y final imprescindible que cuenta con la sintonía de igualdad de trato ante la misma causa, igualdad de trato sin diferenciar raza, edad, género, condición sexual, religión… La igualdad es un hecho común y no diferencial y todo lo que sea provocar una diferenciación previa a la igualdad, máxime si hablamos de derechos, es segregar.

Como alegaba Pablo Coelho cuando decía que “cuando un político de izquierdas dice que va a acabar con la pobreza se refiere a la suya”. Pregúntenle a Pablo Iglesias o a la mujer sin título de grado ni licenciatura oficial que dirige varios másteres sí oficiales y hasta codirige una cátedra oficial, o pidan opinión a los inspectores de educación que sacaron su plaza con todo el esfuerzo que supone una oposición qué pensaron cuando hayan leído en la nueva Ley Celaá que estos puestos serán elegidos a dedo. Me pregunto los criterios segregadores que pudieran llevar a elegir a los nuevos inspectores.

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