El apasionante mundo del parásito

En el mundo del parásito, la ideología no es el fin predominante, es de muy poca importancia lo que piensen unos u otros. En realidad, la minoría dominante vive parasitando a la mayoría comprometida con la “causa”, ¿qué causa? esa misma o cualquier otra. En silencio saben que la mejor de las causas son ellos mismos.

Eso es una realidad muy común, llena de ejemplos cotidianos en todos los ámbitos. En organizaciones sociales, políticas o empresariales, unas prácticas que durante el transcurso del tiempo pueden ir en paralelo o retroalimentar el discurso en las salsas de ideologías antagónicas, o por mayor interés del hipócrita pueden llegar a entrelazarse incluso con él.

Con esto no descubrimos nada, es un hecho que ha existido siempre y que seguirá existiendo. Somos conscientes que, mientras una minoría dirigente se deja la piel trabajando por sus ideales y a pesar de la ausencia de reconocimiento por su esfuerzo y que son poco admirados, los parias siguen gritando dirección a la nada, a anteponer el interés común por encima del propio.

Mientras todo eso ocurre, los otros pocos, los líderes arropados por tenaces aparatos piramidales, se sonríen por la comisura de los labios, y con carcajadas silenciosas por dentro les dan unas palmaditas en la espalda de vez en cuando. Pero solo para que el ánimo no decaiga, «por encima de todo está la causa» les espetan, y con las mismas cinco minutos más tarde se van a tomar el primer gin-tonic del día.

Su habilidad y codicia les mueve a gestionar su futuro midiendo cada paso, cada palabra, manteniendo la máxima de no comprometerse con nada, ni con nadie que no le aporte un empujón a su carrera, con nadie que en el futuro le pudiera perjudicar en la estrategia marcada para prosperar. Sonríen, son simpáticos y cercanos con todos, pero sólo es fachada, y el atrezzo de la función, durará el tiempo necesario para ayudarse a conseguir sus fines. Lo tienen todo medido, así que no intentes buscar en sus adentros, no hurgues en la oxidada entretela, porque hay un hueco tan amplio en su interior que no devuelve ni el eco de tus palabras.

¡Succionar el jugo sanguinolento hasta acabar hinchado y mareado como un piojo, ese es el fin! Y cuando ya no pueden seguir avanzando, a codazos entre ellos, cuando ya no le dejan chupar más fuerte de las tetillas patrias, entonces es cuando empieza la fiesta final del parásito. ¡Es en el cementerio de elefantes donde se colocan por parejas y danzan el baile de las puertas giratorias, arreglados con sus mejores vestimentas, con las barrigas llenas y los bolsillos colmados! Rebosantes de vanidad giran sobre su «dignidad», vuelta sobre vuelta como peonzas.

Ya libres de competir se susurran al oído. Recuerdan aquellos favores que se hicieron, aquellos años tan buenos que pasaron con el dinero y el esfuerzo de los demás, menos mal que estaban ellos allí, se dicen así mismos, porque de lo contrario, qué mal gastados hubieran sido los fondos tales o cuales, si no hubieran estado en sus manos, sin sus testas pensantes dirigiendo.

¿Qué hubieran hecho los luchadores idealistas en carpas perpetuas llenas de merchandising para repartir y convencer por una u otra? inocentes a los que se les acusa de no conocer cómo funciona el mundo real, infinidad de infantiles seres que no se dieron la vuelta en la caverna de los intereses creados por y para unos pocos.

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