La fiebre de VOX

La fiebre es un mecanismo de defensa del organismo. Sube la temperatura para que los agentes infecciosos se reproduzcan más despacio y dé tiempo al sistema inmunológico a destruirlos. Hay que dejarla trabajar porque cumple su función de librarnos de enemigos.

Y los votantes de VOX están ahora enfervorizados. Parece el bálsamo de Fierabrás, la solución a todos los males de España, el remedio contra sus enemigos… ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes?

Pero resulta que VOX no es un problema para nuestras enfermedades: la izquierda  y el nacionalismo. No ha detenido ni a unos ni a otros. Al contrario: el grito de “¡qué viene la derecha!” ha movilizado en las urnas contra ellos a miles de personas que no pensarían nunca en votar pero que han sido presa fácil de ese mensaje tan simple y previsible.

Porque la aparente irritación que VOX causa entre los dirigente de izquierda es falsa. Todo el odio que los voceros de izquierda y nacionalistas expulsan en debates, entrevistas o redes sociales es absolutamente impostado. Ellos no están preocupados por el “peligro fascista”. Es todo mentira. Babean de gusto, disfrutan horrores cuando VOX se posiciona contra el aborto, contra la eutanasia, cuando se escabulle de condenar el franquismo, cuando cuestiona nuestra posición en Europa y la propia naturaleza de la Unión Europea, por poner unos cuantos ejemplos. Adoran las intervenciones de Macarena Olona, Espinosa de los Monteros o de ese diputado regional de Madrid que trata como a un hombre a una diputada transexual del PSOE. Eso es darles munición gratis. Así puede tacharlos sin más de “fachas”, un mensaje simple hecho para mentes simples. No necesitan más argumentos. Argumentos que, por otra parte, los votantes social-comunistas no entenderían.

Así, el resultado numérico es beneficioso para la izquierda porque VOX les ha servido para dos cosas: primero, solivianta, como decía, a votantes nuevos y ahí están los resultado de la CUP o Podemos en Cataluña para demostrarlo. Y, segundo: sirve para debilitar al Partido Popular porque atrae a sus votantes más derechistas dividiéndolos. Dos por el precio de uno.

Porque el éxito de VOX no está en sus propuestas, sino en su forma de trasmitirlas, su actitud. Las propuestas de VOX, quitando la caspa rancia de sacristía, que es mucha, han sido muchas de ellas defendidas antes por UPYD, por Ciudadanos o por el propio Partido Popular en el que, no se olvide, militó Abascal durante años. La diferencia es la vehemencia, la determinación y la consistencia en el mensaje, que en Cs y PP es muy poca. Y quienes han hecho gala de ella han sido cesados o invitados a irse. En el PP, la sombra de Rajoy es muy alargada y en Ciudadanos aún no han encontrado su camino después de huir de Cataluña.

VOX, siendo un partido constitucional, es demonizado y perseguido como lo son o hemos sido también esos otros partidos. La diferencia es que VOX no se pliega, no se acomoda, no se doblega. Algunos desaparecimos por ser así. Eso no hace a todas sus propuestas mejores, sólo significa que las defiende con coraje, algo digno de apreciar, en contraposición con la oposición de juguete y acomodaticia que están haciendo PP y Cs.

De siempre, las catastróficas políticas de la izquierda han sido contrarrestadas por una mejor gestión económica general cuando llegó el PP al poder. Gracias a ello, pudimos entrar en la Zona Euro, por ejemplo. Las recetas económicas y políticas del centro-derecha tradicional han sido el refugio del votante en 1996 y en 2011, en la confianza de que sabrían reconducir la situación que dejó el PSOE, como así fue en las dos ocasiones.

Pero ahora no es esa la situación. Al PP le están pasando factura sus casos de corrupción y, sobre todo, la blandenguería, la cursilería, la nefasta gestión ante la crisis nacionalista de Aznar, de Rajoy y de Casado. Ahora nos damos cuenta de que no tenían visión de futuro sino de que iban partido a partido, legislatura a legislatura, buscando apoyos donde jamás tenían que haberlos buscado. Desperdiciaron incluso mayorías absolutas que les hubieran permitido implantar las reformas necesarias para un estado más igualitario donde los nacionalistas no tuvieran influencia alguna en el gobierno de España. Pero para eso tenían que sacar la vista de las arcas públicas y mirar al horizonte.

VOX nació ante la pasividad de PP y Cs y el mejor ejemplo son las últimas elecciones catalanas. En el PP de siempre y en el Ciudadanos post-Rivera de ahora, confunden el radicalismo con el extremismo y huyen de ser etiquetados así, como si huir les hubiera servido para algo. Y ese es su verdadero mal.

Porque vamos a descubrir algo aquí que muchos no entienden: ser radical no es ser extremista. No creo que se pueda tachar de extremistas a políticos como el asesinado Gregorio Ordóñez, María San Gil, Cayetana Álvarez de Toledo, Isabel Díaz Ayuso, Vidal-Quadras o García Albiol. Pero tampoco a Rivera, Girauta, Rosa Díez, Nicolás Redondo Terreros o Joaquín Lequina. No son extremistas pero sí son todo lo radicales que hay que ser a la hora de proponer sus mensajes, de delimitar sus líneas rojas y de llamar a las cosas por su nombre. Algunos son hasta revolucionarios en sentido estricto, como lo fuimos siempre en UPYD.

Esa radicalidad sí la tiene VOX y por eso está teniendo su éxito. Porque el electorado harto de podemitas y nacionalistas los compara con Casado, Cuca Gamarra o la nueva Arrimadas, que no parece la misma desde que vino de Barcelona a Madrid. Y no hay color, claro.

El problema es que VOX, además de radical es extremista y en seguida que se rasca, aparece la caspa a la que me refería antes, esa que siempre hará que su techo de votos sea más bajo de lo que ellos creen. Un techo que no servirá nunca para desalojar a Sánchez y a sus cómplices. Es muy difícil el trasvase de votos izquierda-derecha con lo que, como mucho, VOX podría ocupar parte del espacio de Cs y PP pero nada más. Y eso nunca será suficiente. Por ello, el sanchismo-podemismo está feliz.

La función de toque de atención de VOX debería funcionar y que nuestro organismo tradicional hoy, o sea, PP, CS y otras agrupaciones civiles incluso de centro izquierda, fueran capaces de analizar correctamente el problema, dejarse los egos en casa, cambiar totalmente de actitud, cosa muy difícil, y administrar las medicinas correctas antes de que ganen los patógenos o de que suba más la fiebre. Los virus nos pueden matar pero es que una fiebre elevada nos mata también. A partir de 42 grados nuestro organismo entra en coma y a los 43 muere.

La solución pasa hoy por una  refundación del centro. Un centro moderno, europeísta, sin lastres carcas, con amplitud de miras, que no significa querer agradar a todo el mundo. Y con dirigentes que sepan que una cosa es negociar y otra rendirse, que planteen las cosas claras a la ciudadanía y una agenda de futuro que incluya confrontar el problema nacionalista con decisión y radicalidad. Que sean comprometidos y  que llamen a las cosas y a las personas por su nombre y que sean capaces de hacer ver al electorado abstencionista el error que comete quedándose en su casa.

Se puede ser de centro y ser radical. Algunos sabemos muy bien lo que es eso pero está claro que otros muchos lo van a seguir sin entender y mientras eso sea así, mal vamos.

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