Operación Garrote

Mi vecino, un octogenario nostálgico de tiempos pretéritos, vive en una casa en cuya entrada se aprecia ya el rancio aroma de lo arcaico, del blanco y negro de la televisión de un solo canal, de la peineta y mantilla de Semana Santa. El hombre, ya varios lustros viudo y abandonado por sus propios hijos, se encanta con mi asidua visita en la que, con una bota de vino al lado de una muy vieja chimenea, me deleita con todo tipo de arengas patrióticas en cuyo epicentro y muy encorsetado en su hemipléjica visión del mundo, parece anhelar que en cualquier momento una voz aflautada adorne el lugar con un “¡cuádrese!”.

Este sabio sin letras habita en la eterna reminiscencia del “prietas las filas, …recias, …marciales, …nuestras escuadras van…”.  Su vida entera, así como cada rincón de su hogar, es un himno al más vetusto nacional catolicismo de ese gallego al que llamaban “Paco Pantanos”. Mi vecino, un hombre cuya infancia estuvo marcada por las escuelas laborales del llamado movimiento nacional, y en cuyo acervo político no existía ni existe más partido político que el del régimen, se encabrona cuando subyace el presente en la conversación, y como si de los prolegómenos de una contienda se tratase, eleva a modo de fusil su garrote, espetando algunos exabruptos y expresiones que, a buen seguro, en un espacio público de difusión, le costarían ser imputado por un delito de odio.

Tan anciano como él, lo son los dinosaurios otrora uniformados que en una conversación tan privada como la que ofrece la agreste chimenea de mi vecino, espetaban ridículas alocuciones en un coloquio de WhatsApp. Unos cuantos oficiales jubilados, en otro tiempo con galones y ahora casi en calzones, despotricando sobre la España de Sánchez y hablando de fusilar a no sé cuántos millones de españoles. ¿Cómo lo harían?; ¿apuntándoles con el bastón? Ridículo. Excesivamente ridículo. Tan ridículo como el intento de no poca parte de la prensa de hacer de esta estúpida e infantil cuestión un maquiavélico debate de alto Estado. ¡Cuidado con la derechona! pretenden inocular en el imaginario colectivo.

¿Quién de nosotros, de todos los españoles, no está o ha estado en un grupo de WhatsApp privado en el que se ha despotricado, en el que se han proferido barbaridades a la enésima potencia, en el que se han expresado atrocidades que dejan los excretados fusilamientos de cuatro abuelos en ciernes de la demencia senil, en un ridículo chiste? No nos equivoquemos. No son estos melancólicos octogenarios ni sus escuálidas conversaciones en un grupo de WhatsApp lo que a una fiscalía dependiente del peor gobierno de nuestra democracia le importa. Quien eso piense, no ha entendido nada. Esos cuatro abuelos chocheando en un chat privado son solo el pretexto para una operación de mucha mayor envergadura que, sirviéndose de una privacidad que ha sido violada con indeseables filtraciones, proyectar de nuevo el odio que les garantice una vez más reabrir lo que de verdad interesa a este gobierno escoltado en el parlamento con etarras, y es el inmarcesible recuerdo de la figura del general Franco. Su mayor baza electoral.

Si viviésemos en una exacta y en puridad delimitación de los tres poderes, entronizados con absoluta independencia entre sí, no sería sospechoso el Fiscal General del Estado de hacer de mamporrero y guardaespaldas del presidente del Gobierno, pero en esta España hecha jirones, en la que la izquierda ha tomado ya por costumbre servirse de las cunetas, fosas y féretros para ganar unos comicios que su escaparate económico y laboral le impide, necesitan una vez más, fiscalía mediante, hacernos creer que deben perseguir a quienes profieren odio, cuando en realidad son ellos los más auténticos y avezados maestros en generar animadversión y enconamiento entre hermanos.

No obstante, y pese a que el ministerio fiscal se encuentra hoy bajo el yugo Sanchista compelido a avivar el mismo odio que como ministerio público debe evitar, aún hoy conserva el poder judicial la suficiente independencia como para, pese al intento de inmersión del actual ejecutivo en el sacrosanto poder judicial, conseguir éste actuar bajo su estatuto de independencia y archivar una causa que ya desde que emergió, anunciaba la evidencia del ridículo.

Por otra parte, e independientemente de la más que acertada decisión de sobreseimiento y archivo, es obtuso pensar que, octogenarios o no, unos cuantos oficiales edulcorados con condecoraciones se aviniesen a un contubernio que de antemano saben, fracasaría. Y es que los militares, por muchas maniobras que hayan realizado y escalafones con que se hayan encumbrado, no dejan de ser unos funcionarios que responden a una relación de servicio, y cualquier conculcación de ese deber puede comportar una importante sanción, siendo la más grave de todas ellas la separación del servicio, cuyas consecuencias nada deseables para el funcionario son definitivas, sin posibilidad alguna de poder volver al cargo público. Y ello por no mentar las consecuencias que el código penal español, al unísono de un código penal militar del que supone aplicación supletoria, tipificaría en las conductas de una dimensión militar, con gravísimas consecuencias punitivas para el militar díscolo que osase en conciliábulo con otros mandos, pergeñar alguna extraña maniobra ajena a las superiores ordenes castrenses.

Pueden descansar pues los españolitos tranquilos, habida cuenta de que unos cuantos abueletes chocheando en un ridículo chat privado, al igual que mi octogenario vecino despotricando al calor de su chimenea, no van a fusilar a 26 millones de españoles en la fraguada Operación Garrote, apuntándoles con el garrote.

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