¡Vamos, Madrid!

No, no puede ser que este país esté en ningún tipo de caos. Enciendes la televisión más allá de los catastróficos programas informativos y te encuentras con programas del corazón, de la hija de una famosa desovando toda la bilis acumulada tras, en silencio durante décadas, haber soportado que su ex se la beneficiara sin su permiso a través de acusaciones e insultos, sin su no es no, lucrándose con ello con al menos 5 millones de euros durante ese tiempo; una televisión plagada de programas concurso, de celebración de la vida en un proceso de ignorancia del acoso y derribo que durante este año y medio ha supuesto la amenaza que, como los concursos de los antiguos yogures, no te decía si te había tocado el mal premio con síntomas y serias amenazas a tu salud y a tu vida hasta que no entrara en ti la cuchara de su contagio y desvelara en la tapa de tu diagnóstico tu futuro clínico.

Hemos aprendido a vivir con la máxima normalidad impuesta con un estado de alarma que nos ha privado de derechos fundamentales de movimiento, de horarios y hasta de poder o no trabajar, de poder o no abrir nuestras empresas… y todo no sólo acompañado de innumerables e interminables confusas comparecencias que llenaron más de incertidumbre, por no decir también de mentiras y ocultamientos, la realidad de una pandemia que se ha convertido en la principal amenaza porque ha acabado con la vida de cerca de un centenar de miles de ciudadanos sólo en nuestro país y está dejando de por vida secuelas en miles y miles de ciudadanos presuntamente recuperados porque no perdieron la vida en ello.

Y mientras tanto todo ha sido secundario, todo lo realizado en el terreno político ha sido anecdótico y sólo útil si con ello el enemigo podía construir el arma arrojadiza política con la que intentar destrozar al contrario desde las trincheras virtuales construidas para facilitar que un Gobierno de coalición nada popular en el país, moviese fichas en muchas direcciones, en demasiadas direcciones sobre las que no se hubiese atrevido si las circunstancias hubiesen sido otras. Parece ser que los nacionalistas vascos están recibiendo el pago exigido por el apoyo a ese Gobierno con el acercamiento de presos, con el desmantelamiento de cuarteles y con la expulsión de la Guardia Civil. Parece ser que la plena intención del Gobierno de Sánchez es también realizar el pago exigido por ERC y que pasaba por la amnistía de los políticos presos tras ser juzgados y condenados por la Audiencia Nacional, pese a las maniobras ya realizadas en aquél momento porque eso no sucediera, y que le costó el puesto en el juicio al abogado del Estado Edmundo Bal, hoy candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por Ciudadanos, que se negó a retirar el agravante de violencia en los hechos acecidos en el 1.O.

Pero es que en un país en el que se han construido, porque se han consentido y fomentado, trincheras que separan a los partidos políticos por el espacio que ocupan en el arco ideológico, y que se ha permitido el lujo de consentir que cargos del Gobierno y desde las filas de algunos partidos de izquierda se construyera el relato del regreso del fascismo, algo no sólo anacrónico sino absurdo en un Estado democrático y de Derecho con una Ley de Partidos como la de España ya entrado de pleno este siglo XXI y con la mirada y el control de la Unión Europea.

Me pregunto si los lectores de este artículo han observado, leído o estudiado que los regímenes totalitarios de izquierda siempre se han construido bajo la premisa de revoluciones en las que se produjeron una serie de procesos. Para provocar una revolución o la situación general de un país o territorio llega a extremos que los derechos fundamentales están ausentes o existe un alto nivel de opresión e injusticias… o es necesario creas ese clima de crispación para dibujar el escenario de guerra. ¿Cómo se consigue algo así? Por desgracia la respuesta podemos encontrarla no precisamente en la izquierda tradicional sino en el mismísimo nacismo. Goebbles, Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich de Hitler lo tenía claro. Algo tan sencillo como crear problemas que se conviertan en objeto de disputa para posteriormente, mediante un discurso erróneo pero de fácil pensamiento, llegar a las conclusiones que se quieran y que dibujen en el contrincante no a nuestros enemigos, sino a los enemigos de todos. Para ello hay que marcar, como lo hicieron los nazis, a esos grupos responsables de que el país no vaya bien, de que existan tantas injusticias. Y hacer eso en uno de los países con un mayor cumplimiento de los derechos fundamentales, con una buena evolución económica en el conjunto de su historia reciente y en el que la igualdad es un derecho constitucional incluido en la propia Carta Magna como España podría ser complicado. Pero no.

Es algo tan sencillo como hacer a todo un país retroceder en el tiempo y sólo a aquellas etapas y momentos que a ellos les interesa, para exigir un resarcimiento de los agravios de la Historia y construir un relato que atraviese décadas y décadas y hasta un cambio de régimen, para justificar que esos grandísimos problemas son herencia de aquello que los bisabuelos de los bisabuelos de los que están en las filas del contrincario llevan en su ADN político. Conclusión, si ustedes no me dan la razón es que no defienden las injusticias que hemos “creado” socialmente para ustedes y, si no lo hacen, es que son como aquellos antepasados y tengo el derecho a que los denomine como a aquellos, fascistas. Y esto a pesar de que algunos biznietos de aquellos hoy están precisamente en las filas de aquellos que señalan como los nazis a los judíos, con odio, rencor, amenazas y terror.

Construir relatos nunca debería ser el trabajo de una corriente ideológica, y mucho menos de los partidos políticos, y aún menos si el objetivo de la creación de ese relato es la generación de odio, de la generación de frontalidades y muros que eviten el diálogo y que tengan como objetivo primordial precisamente establecer el propio relato como el único válido en un proceso excluyente y de acceso irregular a un absolutismo en el manejo de las ideas políticas correctas. Y ese es el gran problema de este país más allá de la pandemia, más allá de esos programas de televisión de normalización de lo anormal.

Se trata de un juego en el que no sólo han caído los partidos de los extremos, VOX y PODEMOS, sino que son seguidos, por el miedo a sentirse excluidos del relato político de actualidad y de los propios votantes, por el PSOE y el PP.

En medio de unas elecciones del calibre de las madrileñas estos discursos, las amenazas, los insultos y la falta de un proyecto real y factible para la capital sólo se ve iluminado por la coherencia, por la puesta sobre la mesa de propuestas y por la seriedad y trayectoria laboral y personal, pero también política del candidato de Ciudadanos y su opción política, única, de ser necesaria para la formación de un Gobierno, capaz de poner paz, de acabar con esa crispación y de construir un modelo de ciudad del tamaño de aquello que los porpios madrileños sueñan para sí mismos sin que otros les impongan relatos de odio o el lenguaje de las amenazas y los insultos.

Sólo Ciudadanos debería y va a tener la llave para un futuro próspero para Madrid. Muchos madrileños ya lo saben, y la tendencia de voto no ha hecho más que subir para los de Arrimadas. El día 4 de mayo Madrid deberá decidir entre los avances y el progreso o el retroceso y las trincheras. Madrid es símbolo de paz, concordia y convivencia. Madrid es símbolo de un Ciudadanos que le pide su mano para ir juntos y demostrar que otra forma de hacer política en las instituciones es posible, como ya lo evidenciaron en consejerías como la de Economía en la pasada legislatura. Ciudadanos es Madrid y Madrid debería depositar su voto y su confianza en Ciudadanos porque es la opción más segura.

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