Salud, dinero y amor parece que son el orden de necesidades, si hablamos de los requisitos para una existencia plena. Tres vocablos que mentalmente reproducimos con tonadilla, lo cual ya evidencia su efecto positivo. Ustedes y yo sabemos que el segundo, el dinero, se lleva el aspecto latoso que conlleva el trabajo.
No hay dinero sin trabajo, ni tampoco debe haberlo, porque solo hay que preguntar a los afortunados en lotería, si les ha traído felicidad y si les ha cambiado la vida para que se ratifique que no ha sido así. Bien, pues ya con la premisa sentada de que el binomio trabajo –dinero, es lo que nos acerca a la íntima satisfacción parecida a la felicidad, vamos al trabajo, ¿lo mejor?, pues que a ser posible ese esfuerzo encaje con nuestras inclinaciones, aficiones o habilidades. Eso es lo que se nos ha ido al carajo.
El trabajo. Anhelamos la salud más que nunca que azotada por la pandemia, no teniendo suficiente, a los que quedamos, les peligra también el trabajo. Finalmente nos queda el amor. Me acordaba de una anécdota protagonizada por dos enamorados, donde ella afín de alcanzar el tálamo nupcial prometía no comer, solo alimentarse de amor con la mirada, hasta que la pobre ya no veía – El amor ha quedado también sonado. La convivencia entre tantas y continuadas contingencias se ha visto afectada y produce graves consecuencias, con afectación a la gestión de emociones e incluso desemboca en auténticas patologías mentales. La depresión y otros trastornos neurológicos serán nuestra pos pandemia.
Bueno, este es en líneas generales el panorama, negativo no, lo siguiente. Omito deliberadamente las cifras de morbimortalidad, de paro, de perdida de producto interior bruto y de conflictos familiares, poneros en lo peor y os habréis quedado cortos. Madre mía, pero como no añadir que el perfil de los políticos anda tan denostado, tan poco creíble como corresponde al descubrimiento con la ayuda de hemerotecas, de las enormes boutades, de los mendaces que han tocado por esa vía, la púrpura. Otro gravamen. Cuelo aquí, abiertamente, sin paréntesis, lo feliz que me hace esta posibilidad que se me ha brindado de colaboración, entre tantos y buenos articulistas. Doy las gracias con mi sentir de que es un honor poder hacerlo.
Finalmente, voy al positivismo que es lo mío, lo que me ayuda a abrir mis fuentes de buenos vertidos que mi sangre agradece y por ende favorece a mi cronobiología. Nuestro futuro pende y depende de Europa, formamos con otros 26 países una unión que, en estos casos de afectación común, abre la puerta a la esperanza. Los 140.000 millones de euros que vendrán de Europa, esperan buenos y certeros criterios de distribución, indicadores de evaluación, políticas en suma que estimulen lo productivo.
Yo ayudaría a la creación de pequeñas y medianas empresas, con la modernización que requieren los tiempos tecnológicos. Aportando el capital inicial que está en torno al 40 por ciento, para hacerlas viables. A grandes empresas, que con los ERTES muchas están derivando en ERES -también porque estas se nutren de las pequeñas y sobre todo en lo agrario, con las interprofesionales-, invertiría también en renovación de energías, donde hay empleabilidad sostenible y es a la vez una exigencia para frenar el efecto invernadero.
A todo esto, incentivaría la gestión privada para que, a través de conciertos, se presten Servicios públicos como: Sanidad, Educación y Atención a la Dependencia, con menos coste y mayor eficacia. Esta sería mi ilusión más animosa junto con el deseo de que aprendamos a preservar nuestra salud emocional, utilizando las herramientas que se recomiendan y seleccionando las que nos encajen mejor, acorde a nuestra singularidad.
Los que habéis leído hasta aquí, ejerciendo derechos inalienables de disentir, sabed que estoy curtida en pequeñas contiendas y que no tengo el más mínimo interés en ganar ninguna batalla. Pero ¡cómo no, deciros que no juego a la impasibilidad! Mi campo es el… bueno, el que ya habréis descubierto en mi neonata participación.
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