Pathos por encima de Logos y Ethos: la verdad en nuestra época

En su análisis sobre oratoria, retórica y naturaleza del discurso, Aristóteles, como muchos otros pensadores, reconoce tres modalidades de incidencia sobre el auditorio que contribuyen a llevar a los oyentes hacia la dirección que quiere el orador con el fin de convencerlos: el logos (el razonamiento), el ethos (el comportamiento) y el pathos (el sentimiento). 

La influencia de estos tres aspectos del acto comunicativo es crucial en la historia, pues siempre han contribuido a forjar la noción de verdad imperante en una época en tanto que son mecanismos condicionantes sobre la forma como las masas perciben e interactúan con la realidad. De hecho, su ámbito de aplicación es considerable ya que abarca desde el propio discurso político hasta los sermones religiosos; en el seno de una conversación entre particulares; al mundo de la empresa, de las finanzas y por supuesto, en el ámbito de la publicidad, incluyendo espectáculos y el arte.

La palabra griega Logos, en el contexto en el que estamos hablando, indicaría el argumento razonado basándose en datos cuantitativos ajenos a toda consideración subjetiva. El fin del ‘logos’ consiste en lograr un espacio objetivo como tierra de nadie, es decir, donde nadie pueda apelar a señas identitarias propias que condicionen el razonamiento. Mediante el uso del Logos, el orador alcanza cotas elevadas de abstracción, siguiendo concatenación de deducciones, sirviéndose de datos matematizados e intentando evitar las falacias y paralogismos. Con todo, Logos tiene un alcance muy limitado cuando se trata de exponer discursivamente contenidos que implican a humanos de carne y hueso, con sus sentimientos, miedos y sueños, por lo que, a fin de no resultar un frío discurso vacío, resulta mejor combinarlo con otros elementos. 

Ethos es el término griego «comportamiento», de donde deriva nuestra palabra «ética». En oratoria alude a la conducta como forma de crear convicción. Hay cierta obra (De Veritate) del gran pensador San Anselmo de Canterbury, en la que expone un claro ejemplo del Ethos: si uno se encontrase junto a un especialista en botánica recogiendo ciertas plantas en un campo donde se sabe que las hay comestibles y venenosas, y el experto te dijese que las que se pueden comer son unas, pero le vieses comiendo las otras, ¿qué sería más determinante para tomar una decisión: su palabra o su acción? Indudablemente su obra.

No obstante, no parece que Ethos sea crucial en nuestros días. Así, por ejemplo, en la rama política, los votantes suelen prestar mayor atención para criticar o para defender, a lo que los políticos dicen que a lo que hacen, tanto en su gestión como en sus vidas, pues es en ellas donde deben principalmente aplicar los valores e ideas que dicen defender. En los discursos que tratan de convencer a una audiencia, Ethos se perfila como la habilidad del orador de resultar creíble y merecedor de crédito, apelando a su amplia experiencia y enfatizando su capacidad resolutiva. 

Hay épocas en las que la noción de verdad ha sido construida desde el predominio del Logos o el Ethos. Los primeros pueblos se sirvieron de sagas legendarias y mitos en los que héroes y dioses trazaban las coordenadas vitales con que los individuos, especialmente los jóvenes, podían extraer sentido existencial y dirigir su acción. También a partir de la industrialización, entendida tanto en su vertiente capitalista como en la antítesis marxista, los modelos discursivos hacen hincapié en la obra y el trabajo como forma esencial de construir mundo, verdad y humanidad. Otros momentos históricos, no obstante, trataron de dirimir el componente de Ethos para orientarlo hacia una concepción lógica del universo, como por ejemplo durante la Ilustración. 

Sin embargo, en nuestra época es quizás Pathos, el tercer elemento discursivo, el que mayor incidencia presenta. Pathos se refiere a la emoción y al sentimiento como expresión de una fuerte y profunda convicción en la que no suelen operar razonamientos sosegados, pero que impulsan hacia la militancia y a la certeza instantánea acerca de contenidos. Pathos es seguramente el más fuerte de los tres recursos, pues es capaz de moldear el Ethos y de sobreponerse al Logos. Su fuerza se constata también en el arte, donde arranca al individuo de su ánimo apaciguado para conducirle a la experiencia estética y al arrebato vivencial. Efectivamente, Pathos toca el afecto, la emotividad, así que es primitivo y vinculante. 

Según los discursos políticos se han servido de los conocimientos de campos como la neuropsicología, éstos se han hecho muy complejos y sutiles en cuanto al procedimiento con el que se manipula a los oyentes, pero cada vez es más evidente cómo estos discursos trastean con las emociones de los individuos a fin de moverles hacia el estado mental y vital que interese. Es ya muy frecuente oír discursos que directamente fomentan el miedo, el odio, la piedad, la pena, la culpabilidad, la tristeza, la jocosidad, la envidia, la vergüenza… Efectivamente, nuestra época es profundamente pato-lógica. 

El individuo recibe un sinfín de estímulos diarios en términos de presión emocional. Quizás el más impactante sea el insistente mensaje de que cada uno de nosotros debemos hacernos cargo del mundo y sus problemas, imprimiendo en nuestra más sagrada interioridad sensaciones de culpa y vergüenza en caso de no poder, no querer o creer no deber hacerlo. La imagen juega un poderoso rol a la hora de estimular la emotividad de los individuos, negando así todo atisbo racional y toda pauta de acción humanamente plausible. En su lugar se proyecta el desbordamiento emocional ante un fin del mundo siempre inminente, un mal generalizado del que uno no se responsabiliza lo suficiente: fotos de pandas cazados, icebergs en medio del mar, crisis migratorias, imágenes de niños pobres, banderas, fosas comunes donde enterrar muertos por un virus… 

Todo está confeccionado para vincular emocionalmente a los individuos hacia la militancia ideológica que altera el temple de ánimo necesario para el cuidado vocacional de nuestra propia existencia. Se pretende que nos sintamos responsables y nos hagamos cargo del mundo y sus problemas cuando ni siquiera hay discursos inteligentes que enseñen a hacernos cargo de nuestra propia persona haciéndonos responsables de nuestras vidas únicas e irrepetibles. No es casual, sino la implementación de la alienación más brutal jamás vivida, la cual nos sustrae de la posibilidad de apropiación de nuestro ser para llevarnos hacia el tribalismo comunitario. 

La persona está absorbida en su propia contradicción patológica. Esta se encuentra sujeta a presiones de sensibilidades encontradas y a un caos emocional al que la llevan todos los discursos del espacio público. También contribuye a ello la falta de tiempo propia de las sociedades del trasiego y la inercia en las que la acción trabajada y la deliberación calmada quedan excluidas del ajetreo de nuestro día a día. La emoción desbordada impera en nuestra concepción de la verdad, en el trato que ejercemos respecto a la realidad y con los otros. 

Además, en tanto que mecanismo condicionante que es potenciado intencionadamente por los principales gestores del espacio público, contribuye a la reificación (cosificación) de las personas, ya que éstas quedan reducidas a ser meros instrumentos que sirven a sus intereses. Esta es la verdad en nuestros tiempos, y, por tanto, la verdad de nuestra época. Esto somos y en ello están interesados, en que lo sigamos queriendo ser. 

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