Valiente cobarde

Durante las guerras mundiales o cualquier otra contienda bélica, sanitarios y profesores trabajaron entre bombas y muertos porque su vocación les impedía dejar a la gente sin su derecho a ser atendida o educada. Se arriesgaron y sacrificaron para mantener vivos los fundamentos sobre los que se construye la sociedad. Aquellos sanitarios y docentes, entre otros trabajadores de todos los campos, pertenecían a una humanidad que tenía una gran estima de sí misma, un valor y una valentía dignificantes gracias a lo cual las sociedades pudieron renacer de sus cenizas y reconstruirse en poco tiempo, convirtiéndose en sociedades abiertas, de bienestar, libertad y progreso.

Hoy estamos viviendo una situación excepcional en la que no sólo intervienen factores sanitarios sino también, y no con menor incidencia, aspectos económicos, psicológicos, relacionales y, en definitiva, humanos, poniendo en jaque al conjunto social como si de una guerra se tratase. Lejos de recuperar, aunque fuese por querer imitarlos, la actitud de aquellos hombres y mujeres, la mayoría de la población ha preferido exhibir sin pudor cómo se congratulan con gobiernos cuya única vía de acción ha sido la de imponer restricciones, a cada cual más absurda y contradictorias unas con otras. Hemos visto todos quienes se han arrastrado en el filo de su conciencia, rechazando defender la autonomía moral propia de los individuos, la responsabilidad sobre sus actos y la libertad, para mendigarle al Estado restricciones y castigos contra los demás. 

Cada vez cobra más fuerza la idea que en el fondo siempre fue obvia: toda esta crisis no deriva de una fortuita zoonosis ni es fruto de una concatenación de errores humanos. Es un tipo de crisis perfecta que sirve a ciertos intereses. Perfecta porque la letalidad de este virus parece estar minuciosamente calculada, ya que no impide el relevo generacional ni amenaza con suponer la real extinción de nuestra especie, pero sí genera una alarmante psicosis social que incita a que muchos individuos se hallen viviendo un perpetuo apocalipsis, emocionalmente condicionados hasta el punto de alterar sus capacidades analíticas y racionales, deseosos de agradecerle al César su acto de gracia y así agradecer las migajas que las autoridades les arrojan desde sus torres de marfil. Este delirio colectivo destruye el tejido productivo, empobrece a las clases medias destruyendo sus sueños y contribuye a asentar la falacia de que sin salud, no hay economía, cuando realmente sin economía, no hay sistema sanitario. 

Es decepcionante haber comprobado hasta qué punto tanta gente se ha entregado a este bucle, aportando como única solución la defensa de un mando de control que fuerce a los individuos a estar sanos obedeciendo aún a costa de arruinarse, sufrir, aislarse y dejar de vivir. Desde el principio se evidenció a la luz de cualquier inteligencia mínimamente crítica y analítica, que no tenía sentido afrontar un problema de índole sanitario destruyendo la sociedad en conjunto. En la actualidad, muchos empiezan a matizar y a ser comedidos en sus juicios, pero jamás olvidaremos quiénes apostaban, con dedo acusador, por pagar cualquier precio con tal de poder cumplir una desmesura imposible de realizar: que desaparecieran los contagios. 

Todos ellos han demostrado su más vil torpeza. Su adhesión ideológica y moral a las siglas de sus partidos políticos, y representan a una humanidad caída y decadente, a una humanidad cobarde y acomodada que no sabe sobreponerse a las dificultades. Justo ahora es cuando el servicio a la comunidad por parte de cada uno de nosotros era más importante y necesario que nunca… cuando mayor bien podíamos hacer para contrarrestar los efectos que se pretendían causar con esta crisis, porque, como en la guerra -y de una guerra se trataba en el fondo-, la situación exigía lo mejor de nosotros, nuestra valentía y servicio a la comunidad, para defender nuestra libertad y nuestras formas de vida, nos costase incluso la vida tal defensa… porque esas serían el legado que dejaríamos a modo de enseñanza a las generaciones venideras… y así nos leerá la historia. 

Durante décadas, en tiempos de bonanza económica y cuando vivíamos sin estos problemas de hoy en día; socialistas, antisistema, sindicatos y personas afines a estos movimientos han sido persistentes con la idea de que ellos representaban al pueblo, defendían la libertad, luchaban por los derechos con valentía… Ahora bien, ¿dónde ha estado esa gente todo este tiempo de pandemia? ¿Dónde ha estado el votante de izquierdas sino arrastrándose detrás de un gobierno mentiroso e inepto, pidiéndole menos benevolencia con quienes entendimos pronto la situación? Lo que han demostrado es que no están ahí ni por el pueblo ni por la libertad ni por los derechos ni por lucha alguna más que la propia, y que lo que sí saben es esconderse como hace el avestruz para exigirnos a los demás hacer lo mismo.

Lejos de fraguar una actitud valiente, como la de aquellos de generaciones pasadas que afrontaron vocacionalmente el destino de sus existencias y se sobrepusieron al miedo, -incluso viviendo etapas extremadamente duras y siendo testigos de la destrucción más ensordecedora a su alrededor-, los nuevos gurús de la salud se pasaron los primeros meses en los que se estaba propagando este supuesto patógeno, negando que hubiese un problema y riéndose de quienes advertíamos que algo estaba pasando… para, a los pocos días, infundir la idea de que la situación era prácticamente la de un desastre nuclear ante la que sólo cabía encerrarse, renunciar a toda vida afectivo-social y hacernos creer que tenemos la obligación de apoyar cualquier medida que comités de expertos de naturaleza incierta y como consecuencia de decisiones tomadas entre un vaivén de incongruencias, imponían. 

De pronto, hacer cosas humanas era ser inhumano. De pronto, merecía la pena que negocios en cadena quebrasen, fuesen los que fuesen. De pronto, protestar por ello te convertía en un cayetano fascistoide. De pronto, todo el sentido acerca de la libertad, la ética, la salud, la familia, la educación y la amistad se vieron anulados por exigencia gubernamental y mediática. Desde ese vergel económico que les brinda ser funcionarios, políticos, sindicatos o eternos estudiantes activistas, se erigieron por encima de los demás para lanzar un grito de miedo y terror, dar lecciones de responsabilidad y empatía, justificar que criterios territoriales e ideológicos guiasen decisiones sanitarias, insultar a quienes estaban empobreciéndose, pero también a quienes enfermaban, y se dedicaron a anular y desacreditar nuestra experiencia directa de la situación, para hacer prevalecer como verdad el relato mediáticamente construido desde el cual afianzar su poder y gloria.

Si se han comportado así en un momento en el que teóricamente existe un virus con esta baja tasa de letalidad según las estadísticas de las organizaciones oficiales ¿qué no harían en una guerra como las de antaño, rodeados de bombas y muertos? Huir, eso harían, porque no tienen más vocación que el dinero ni otra estima más que la de su propio confort… ni más fuerza espiritual que la que les da una pancarta con un mantra repetido hasta la saciedad ni tampoco poseen otro concepto de humanidad más que el de las masas aborregadas aupando a líderes que desconocen lo que es amar la patria.

Les falta la osadía, el amor, ese servicio a la comunidad que he mencionado antes y, en definitiva, el valor vocacional para crecer ante la adversidad. La sumisión a instancias superiores que supuestamente velan por nosotros más que nosotros mismos viene a representar la debilidad moral y el poco heroísmo con que tantas personas han decidido tomarse sus vidas y a la de los demás. 

Esto es posible en tanto que los medios se han puesto al servicio de los intereses gubernamentales y corporativos. La construcción de un relato oficial que niega la vivencia y experiencia de los individuos concretos, ridiculizándoles y atribuyéndoles nulo valor, ha posibilitado que vaya consolidándose por anancasmo esta actitud de vergüenza e inercia, pues el relato es tan insistente como contundente, capaz de nublar los elementos racionales, críticos y analíticos de las personas para desbordarles emocionalmente. Este es el reto inmediato al que hemos de hacer frente en nuestra patológica actualidad. 

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