El caso Peleteiro

Uno de los acontecimientos planetarios que todos recordamos (en palabras de Leire Pajín) fue lo que se dio en llamar “la obamamanía”. El nuevo y flamante presidente de los EE. UU. de América iba a ser “de color” por primera vez en su historia. Ya el cine se había adelantado a la realidad, con Morgan Freeman como primer mandatario en Deep Impact. A decir verdad, llegar a la Casa Blanca es muy difícil (uno entre 330 millones), tanto si eres blanco como si no.

En plena campaña de las presidenciales había saltado a debate “la cuestión racial”. El propio Barack Obama la esquivaba, algo incómodo, incluso en franco desacuerdo. Prefería no enfangarse con la identidad, siempre poliédrica, en una nación en la que su propia esposa Michelle era abogada de éxito (y licenciada por Harvard), trabajando para un exclusivo bufete de Chicago.

Un dato (quizá el fundamental) pasó desapercibido en plena borrachera mundial: Obama era tan blanco como negro. La madre del 44º presidente se graduó como antropóloga en la Universidad de Hawaï, aunque su matrimonio con Barack padre (keniata) se había roto cuando el niño tenía dos años. Obama ganó las elecciones y se llevó con él a su suegra “de color”. La madre de Michelle iba a cuidar de las niñas, en una vorágine de vértigo. Fue como si la familia bantú (de aquella divertida baraja con la que jugábamos de niños) sustituyera a la familia blanca. Si el presidente se hubiera hecho ayudar por su propia madre, “el escollo racial” se habría expresado tal y como realmente era. Habríamos visto al hijo moreno con su pálida progenitora. Habríamos visto a las nietas “de color” con su abuela hawaiana. Fue una lástima que se nos hurtara una escenificación así: los argumentos, por fuerza, tendrían que haber sido otros.

La opinión pública, pues, decidió que Obama “era negro”. Su ascenso a la presidencia rompía un tabú, además de ser un hito. Llegaba una especie de arcángel a dirigir una suerte de hegemón. El llamado “buenismo” es, sobre todo, pueril. Además, Obama militaba en el partido demócrata. Eran ellos (y no los carcamales republicanos) quienes daban un paso de gigante en la supresión de barreras. Que el republicano Abraham Lincoln hubiera abolido la esclavitud resultaba una bagatela histórica. Y eso si alguien se dignaba citarla.

Un caso similar se ha dado aquí, en España. Me estoy refiriendo a la atleta de triple salto, Ana Peleteiro. Ganó una medalla olímpica y abrió fuego, (¡a muchos les joderá!), quizá por falta de autoestima. Su madre biológica es gallega, pero fue adoptada por una pareja de Ribeira. Cuenta (con cierto desdén) que no sabe quién fue su padre, aunque el fenotipo de la hija habla por él. Ha protagonizado una polémica extemporánea “en clave racial”. La chica tiene su temperamento y le falla el autocontrol. Se burló de la expresión “de color”, diciendo “nosotros somos negros, de color son ellos”, comprometiendo, para colmo, a Ray Zapata. Cavaba una zanja, ella, que se quejaba. Niega su reservorio blanco, a la par que se reivindica «muy gallega», como si nacer en Senegal fuera delito. Abusa del victimismo, cuando dice que se mofaban de sus piernas largas y flacuchas. Hasta donde yo sé, tenerlas así es el sueño de toda mujer que se precie. A diferencia de Obama, juega a la interseccionalidad: se declara negra, es mujer, sufrió bulling, etc, etc, etc. Cuantos más eslabones de esa cadena acumules (como si fueran cupones) más prestigio social tienes. Si pudiera declararse género fluido, mejor que mejor. Su última gesta ha sido hacer una peineta en Tik Tok. Hay que ver cómo es la élite.

Es extraño, porque Ana Peleteiro recorre un camino ya abonado por otros. La cubana Niurka Montalvo consiguió otra medalla de bronce en Canadá, en 2001, con bandera española. Más aún: su compatriota, el negro José Legrá, se instaló en España en 1963. En 1968 se coronó campeón mundial de peso pluma. Cuentan que Franco le regaló un chalé en Majadahonda. Hay fotografías en internet de sus visitas al Pardo, recibido por el generalísimo. Acabó arruinado y Esperanza Aguirre le echó un capote: le facilitó el acceso al piso en el que languidece su vieja gloria.

Si Ana Peleteiro tiene cuentas pendientes, ella no se queda corta. Se alzó como una doña Urraca en sus dominios, disuadiendo a Santiago Abascal de visitar estas tierras. Bertrand Ndongo, color azabache, expía un pecado mayor que ser de Camerún. En la calle le gritan: ¡lárgate!, ¡te voy a arrancar la cabeza! Parece que se lo dicen “por ser de Vox”. En su cuenta de Twitter se puede leer la cosa está muy negra. La Peleteiro, en cambio, se echa en brazos de la autocompasión: ha estrenado coche de alta gama. Ignora algunos de los principios constitucionales. Artículo 6: los partidos políticos expresan el pluralismo y son instrumento fundamental para la participación política. Artículo 14: los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de raza, sexo, religión, opinión…

Serigne Mbayé, “el negro de Podemos”, acusa a Vox de racismo. Que tengan a Garriga en el Parlamento de Cataluña tampoco cuenta. El Madrid que él mismo denuncia como un infierno lo ha hecho diputado. El lema de la izquierda parece ser “ponga un negro como trofeo”. Este Black Lives Matter nuestro, pues, se parece mucho al feminismo que llaman de tercera ola. Evoluciona en forma de paradoja y padece hemiplejia ideológica. El negro de Vox (y sus mujeres) resulta tan incómodo como el pobre de derechas. Blanco y en botella.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*