Cadena perpetua revisable

Hoy un niño de nueve años ha fallecido presuntamente a manos de un asesino reincidente. Francisco Javier Almeida López de Castro, en 1993, cometió una agresión sexual que ya adelantaba acontecimientos sobre los instintos primarios que le conducían a manejarse en el disfrute del dolor ajeno. En 1998 agredió brutalmente a una agente inmobiliaria cuyo dolor confesó que le producía placer. Tan brutales fueron sus emociones y tan poco sentido de la empatía, de lo humano tuvo que disfrutó asestando hasta 17 puñaladas a la mujer, una ineludiblemente de muerte, en el corazón.

Hoy todos los informativos abren con este caso, con el sentimiento razonablemente enfurecido de un pueblo que quiere tomarse la justicia por su mano. Un pueblo en el que conocían del que era desde abril su vecino sus delitos pasados. 23 años de cárcel fueron suficientes para la Justicia de este país al entender que con ello quedaba purgada su pena, el asesinato y la agresión sexual, y en abril del año pasado salió de la cárcel y se instaló en la localidad riojana.

Esos 23 años fueron años robados a una joven de su vida. Esos 23 años y probablemente muchos más. Pero 23 era una cifra adecuada para la Justicia o, más bien, para aquellos que legislan lo que la Justicia aplica en este país. Legisladores que olvidaron y olvidan que hay personas a las que 23 años de cárcel no curan su enfermedad mental, su delirio, su peligrosidad, su psicopatía, su falta de sentimientos, sus instintos primitivos y sanguinarios. Tan primitivos y sanguinarios como los de aquellos que justifican el asesinato por alguna causa ideológica y que salen a la calle no sólo convencidos de que hicieron honores a su causa sino que en este país son recibidos como héroes y defendidos por otros tantos que gozan del mismo desprecio a la vida.

Sí, aquellos que son defendidos también por los que se pegan golpes de pecho de igualdad y de derechos. Aquellos que ríen como hienas exhortando consignas contra nuestro modelo de Estado o contra nuestras instituciones públicas. Aquellos que alientan a los jóvenes a odiar al que piensa diferente mientras defienden una libertad de expresión donde sólo caben sus palabras y sus argumentos, hasta su visión de la historia y su concepto de la vida y de quién o quiénes tienen más derecho a tenerla o disfrutarla dignamente.

Hoy los vecinos de Lardero, en La Rioja, han visto cómo se cumplían sus premoniciones tras haber denunciado en diversas ocasiones cómo este ser intentaba convencer a niñas y niños de la localidad para que se fueran con él engañándolos. Acudieron a la policía pero, lejos de culparla, cumplían con la desprotección que de continuo tenemos los españoles a ser defendidos de aquellos que amenazan nuestra paz, nuestra convivencia, nuestras vidas, nuestras ciudades, nuestros barrios, los bienes de uso público, los escaparates, nuestras propias viviendas… porque por encima de todo ello entienden que se encuentra la protección de unos derechos que de facto vulneran en multitud de ocasiones los de las personas de bien. Comprobaban que no se había cometido delito y se retiraban.

Muchos españoles estamos ya hartos, cansados de tanta ignominia, de ver a charlatanes de lo ajeno y lo justo enriquecidos a base de vomitar derechos que nunca se garantizan y de ver, por ejemplo, cómo mueren mujeres a manos de hombres que ya mataron o lo intentaron anteriormente mientras se desgañitan en gritar contra la violencia hacia las mujeres como excusa para reivindicarse a sí mismos y seguir chupando del bote.

No hay mayor protección para las mujeres y para la sociedad que no dejar en libertad a aquellos hombres que pueden suponer un peligro evidente sobre esas mujeres a las que defienden y que son puestos en la calle a pesar de que no se cumplen los objetivos del sistema carcelario de reinserción de los presos. Porque la primera condición que debe cumplir un convicto que ha cumplido su pena de prisión es estar en condiciones de reinsertarse, y esto pasa por no suponer un peligro para la sociedad. Eso, hoy por hoy, no se garantiza.

Hoy ha muerto un niño, de tan sólo nueve años, y se me encoje el alma al pensar en ese ser inocente, en sus padres, su familia, sus amigos. Y pienso lo que estará gozando ese criminal con tanto sufrimiento provocado. 23 años de cárcel no pagan el precio de su satisfacción.

Hoy es un día que hay que señalar en el calendario, un día que no hay que olvidar y que hay que recordar sin renuncias a aquellos que se posicionan contra la derogación de la cadena perpetua revisable. Y yo os digo desde estas humildes líneas que impondría este tipo de penas para toda aquella persona que cometa el delito de asesinato, pederastia o agresión sexual. No más libertad sin garantías para la sociedad de aquellos que han cometido delitos que han marcado la vida de personas inocentes. ¡Basta ya de tomarnos el pelo! ¡Basta ya de relativismos morales y de lecciones de progresismo barato! Pocas cosas hay más progresistas que el ejercicio del derecho a una libertad no amenazada de aquellos que, sin cometer delito alguno, sólo quieren vivir en paz.

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