La pseudo realidad socialista

“La esencia del socialismo es ésta: Todos los medios de producción se hallan bajo el control exclusivo de la comunidad organizada. Esto y nada más que esto es socialismo. Todas las demás definiciones son engañosas”. (Ludwing Von Mises, Socialism: An Economic and Sociological Analysis. Liberty Classics, Indianapolis, 1981).

Así definía, hace más de treinta años, el economista liberal austríaco al socialismo. Bajo la suma de palabras y semántica articulada para exponer lo que, a su juicio, considera socialismo, destaca un dardo envenenado no por el autor sino por aquellos que inspiraron y crearon esta corriente ideológica, “bajo el control exclusivo”. Y es que más bien nos pareciera la definición propia de un Estado autoritario, de una dictadura. Algo que engancha perfectamente con la aplicación interpretada de socialismo que hacen a través de la llamada revolución bolivariana en algunos países latinos. “Exprópiese”, suena aún en el eco de Chávez, desgastada réplica en Maduro, en las principales plazas de una desvencijada Venezuela por los destrozos de un socialismo elitista, oligárquico y déspota.

Bajo la utopía planteada por el socialismo de que el control de los medios de producción debe estar en manos de los trabajadores se esconde precisamente el control de esos medios por parte de un Gobierno oligárquico y déspota. Porque el viaje planteado por el socialismo es un viaje de no retorno a un plano imaginario en el que, bajo el planteamiento de que quiénes controlan los medios son ellos todo el mundo debe estar feliz y contento, a pesar de representar un sistema que suprime de facto elementos esenciales de la esencia del progreso, como es la competitividad o la recompensa al trabajo bien hecho.

Todo pasa a formar parte de la óptica autoritaria y la visión única de un Gobierno que decide en todo momento, suplantando al pueblo, qué es lo mejor para él y qué es lo que debe o no tener, independientemente de su esfuerzo, de si ha invertido, de si ha luchado por sacar adelante estudios o si simplemente se ha dedicado a vivir del “dedismo” que supone pertenecer a las élites de un grupo ideológico y ser capaz de mover las fichas del tablero de su ignorancia en el charco de la hipocresía y del “lameculismo”. A menor nivel de escrúpulos mayor capacidad de ascenso. De esta forma hasta un conductor de autobuses sin ninguna capacidad adquirida ni conocimientos previos de gestión se puede convertir en Presidente de un Gobierno como Venezuela o una chica sin estudios, pero con la capacidad de un ataque dialéctico propio de los mercados de abastos menos exigentes en portavoz de un partido en el Congreso de los Diputados.

A partir de ahí todo consiste en engañar a ingenuos, en hacerles creer que todo lo que no sea socialismo son ladrones que les roban, que no atienden a sus necesidades como seres humanos. Y para ello nada más útil que los tontos útiles, típicos listillos de pasillo que encuentran en el sistema de seguidismo el sistema fraudulento en el que navegar a sus anchas con el beneplácito de aquellos que les aplauden buscándose hueco en esa arrastrada hacia posiciones en las que puedan ser también útiles y recibir a cambio algún tipo de recompensa tocados por el dedo del poder que defienden.

En este grupo hay muchos niveles, aquellos que forman parte pagada del “dedismo” socialista en las instituciones, muchos de ellos puestos a dedo que ocupan cargos intermedios y que no han dado un golpe en la vida cobrando mucho más que aquellos que han trabajado, estudiado y sacado unas oposiciones; u otros miembros destacados, como los periodistas afines, muchos de los cuáles desgañitan sus gargantas en programas de televisión o desperdician tinta en medios escritos. Eso sí, a un elevado precio el pago por palabra. Así visto, no es de extrañar que el mismo Presidente de este Gobierno sea capaz de defender una cosa y, pasados unos días o meses, defender justamente todo lo contrario bajo el aplauso de aquellos, que sostienen en sus manos la flor marchita de su indignidad mientras esconden por detrás la mano en palma del que espera su recompensa a cambio.

Si ayer los indultos a los políticos presos bajo sentencia firme del Supremo era algo impensable hoy, sin que haya cambiado absolutamente nada de nada en la perspectiva política más allá que los intereses del Partido Socialista en mantenerse en el poder todo consiste en justificar justamente lo contrario haciéndonos creer que es lo mejor para todos, lo mismo, exactamente lo mismo que el cuento de los bienes de producción o las expropiaciones chavistas. Porque las tragaderas de la izquierda socialista en cualquier parte del mundo no tienen precisamente la medida del beneficio general sino del personal y así es como muchos se manifiestan a favor de esos intereses, hasta en la CEOE o en la Iglesia, sometida a veces también a la dictadura de los más fuertes.

Según el socialismo, aquellos que tienen el poder tienen no sólo la capacidad de disponer en relación a las decisiones en torno a los bienes de producción sino al reparto mismo de la riqueza. Así que a nadie le asuste que un proletario de camisas de Alcampo se compre un chalet en Galapagar o que un tal Monedero reciba cuantiosas sumas de dinero por haber efectuado un informe de pocas páginas y más pobre contenido para el Gobierno de Venezuela y a través de paraísos fiscales. Ya sabemos el dicho, sabiduría perpetua que sobrevive a los tiempos, “quién parte y reparte siempre se lleva la mejor parte”. Socialismo puro.

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