Marketing con mechas

Tengo que reconocer que soy aficionado a las novelas de Isaac Asimov. Me empapé de ellas tras el fallecimiento de mi padre, al que apasionaba el género y recuerdo cómo, siendo pequeño, cada vez que surgía la oportunidad, mi madre le regalaba un nuevo título o una nueva edición de alguno que ya tenía. Pero, a veces, la realidad supera, con creces, la más fantasiosa de las historias de ciencia ficción que pueda ocurrírsenos. Es el caso de lo que, estos días, está sucediendo con la puesta en escena de la tragicomedia de la reforma laboral y sus sucesivos enjuagues léxicos.

El martes nos sentábamos a la mesa con la noticia, a bombo y platillo, de que la Marquesa de San Valentín, a la sazón, Yolanda Díaz, había conseguido su objetivo de derogar la reforma laboral, tal y como había pactado con el Gobierno (como si ella no fuera el Gobierno). Ella, que no ha hecho otra cosa que fundamentar su actividad política de los últimos años en este objetivo, por fin se presentaba, resplandeciente, para anunciarnos a todos su gran victoria. Y a partir de ese momento ha sucedido lo que sucede siempre con la izquierda. Inundan los medios de comunicación con palabras grandilocuentes y expresiones repetidas una y otra vez, buscando un único objetivo, crear en la mente de las personas que están en su casa, en su coche, o caminando por la calle viendo, leyendo o escuchando las noticias, una “realidad” perfectamente artificial, que se corresponde a los intereses de quien la crea. He de reconocer que son especialistas en eso.

A lo que asistimos el martes fue a un acuerdo lingüístico del Gobierno con el Gobierno, para denominar “derogación” a lo que como mucho, puede ser una “reforma”. Es decir, no pactaron nada, no encontraron ni una solución a ninguno de los problemas del mercado laboral, no intentaron buscar una salida a situación alguna. Simplemente decidieron en qué términos van a desarrollarse los Juegos Florales. Y lo más surrealista de todo es que el discurso oficial afirma que el acuerdo político despeja las dudas de lo que será un cambio profundo en las relaciones laborales para, a continuación, decir que la parte enjundiosa de todo esto, a saber, la negociación entre los Ministerios de Trabajo y Economía, no se ha llevado a cabo y, mucho menos, la negociación con los supuestos “agentes sociales”, esos mismos “agentes sociales” que sobreviven gracias a las opíparas  subvenciones que la propia Yolanda reparte…

Es decir, no han hecho nada. Bueno, sí, un publirreportaje autocomplaciente para cubrir el expediente de la semana. Una farsa. No conocemos ninguna propuesta, ninguna alternativa, nada más allá de titulares de prensa contradictorios y alguna frase de las que gusta escuchar a la muchachada comunista. Y, no se lo pierdan, todo esto solucionado en apenas media horita de reloj, porque sus “equipos lo llevaban muy trabajado”. Siendo, como soy, un calvo provinciano, no soy capaz de deshacerme de la sensación de que me están tomando el pelo…

Pero hete aquí que, menos de veinticuatro horas después, Holanda, Austria, Suecia, Finlandia y Eslovenia ya han dicho que vetarán el rescate de la Unión Europea a España si se deroga la reforma laboral. Y es que, amigos, más allá de que se pueda, deba o necesite uno, dos o mil cambios en la reforma laboral, lo que deberían de contarnos (y no nos cuentan) es que la soberanía nacional, también en materia laboral, es algo que hemos regalado en caja con lazo y que eso hace que ni Yolanda, ni Pedro, ni el sursum corda, pueda hacer lo que les venga en gana sin pasar el filtro de Bruselas. Un filtro que ya hace mucho tiempo mostró la proa a los planes de esa supuesta derogación. Tanto es así que, dos días después de las fanfarrias, la propia Yolanda Díaz dice que, “técnicamente”, la reforma laboral no se puede derogar, es decir dónde dije digo, digo Pedro, uy, perdón, Diego. Lo que la ministra dice ahora es que van a “cambiar unas normas” del real decreto. Chapa y pintura. El nivel de ridículo de este paripé sólo podrá valorarlo el paso del tiempo.

Por supuesto, hoy todos los medios de comunicación del corifeo subvencionado matizan, de forma amable sus palabras, para que parezca que no dijo lo que dijo, sino lo que ahora dice. Una vez más, lo de siempre. Pero, con sólo una consulta rápida a la hemeroteca, se puede comprobar que la propuesta estrella y eterna de la ministra es sólo, según sus propias palabras un “fetiche político” y que lo dicho una y otra vez hasta hace, tan sólo unos días en el decimosegundo Congreso Confederal de CCOO: “vamos a derogar la reforma laboral pese a todas las resistencias” no es más que marketing con mechas.

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