Niños de pelo en pecho

Salvados por la campana, Sensación de Vivir, Blossom, California Dreams, Dawson Crece, The OC, El príncipe de Bel-Air, Las gemelas de Sweet Valley, pero también Al Salir de Clase, Compañeros, Física o Química, Los Serrano, Un Paso Adelante, El Internado, Merlí o HIT.

Las series de adolescentes son uno de los géneros televisivos por derecho propio más consolidados de la historia de la televisión. Pero no por ello ha dejado de despertarme desde siempre una total indiferencia. Debo reconocer, no obstante, honrosas excepciones como El Príncipe de Bel-Air o Salvados por la Campana, pero no por ser fenómenos teen, sino por ser clásicos de la comedia de situación. Todo lo demás, si ya me resultaba aburrido cuando era teórico Público Objetivo, ya siendo adulto no les quiero ni contar. Aunque, mal que me pese, desde que soy docente, asumo una existencia paralela a este tipo de contenidos audiovisuales.

A lo largo de los años, sin yo pretenderlo, he estado al tanto de oídas de todas las series adolescentes de moda en televisión en cada momento. Sólo en los últimos años la proliferación de las plataformas de contenidos ha atenuado este fenómeno fan de las series de institutos, al ofrecer opciones más variadas de contenidos para los adolescentes, aunque no siempre más recomendables que las series de las que hoy hablamos aquí. 

Pero ¿por qué ese éxito asegurado de las series de institutos? Por una razón muy sencilla, muestran una realidad idealizada ajena al mundo real, donde los principales problemas en el Universo son ser popular, con quién se va a ir al baile de graduación, si fulano le ha puesto los cuernos a mengana o si mengana se ha quedado embarazada de mengano antes de esos cuernos. Como ven, no hay que romperse mucho los cuernos para guionizar una serie de estas. Sólo es necesario sexualizar directa o indirectamente cualquier situación, y he ahí la cuestión principal de todo esto.

Para hacer atractivo el producto al Público Objetivo hay que envolverlo de la forma adecuada para ello. ¿No les sorprende comprobar que el reparto de estas series está siempre formado por actores y actrices con una edad mucho mayor que la que se les supone a los personajes que representan? No es casualidad que actores como Antonio Hortelano o Fran Perea interpretaran a quinceañeros cuando ya tenían realmente veintimuchos y estaban a punto de empezar a peinar sus primeras canas. También es habitual entre ellas, con casos mucho más sonados como Blanca Lawson, que tenía 33 años cuando interpretó a una adolescente de 17 años en Pretty Little Liars, o Nicola Coughlan haciendo de una chica de 16 años en Derry Girls cuando también tenía 33 años. 

El disponer de un reparto adulto permite a directores y productores tratar líneas argumentales que serían, cuanto menos, incómodas con un elenco de actores realmente adolescentes. Drogas, abusos y, sobre todo, sexo podrían convertirles en blanco indirecto de la actual Inquisición de lo políticamente correcto, por lo que se sigue recurriendo al viejo truco de actores mayores adecuadamente caracterizados para poder tratar sin tapujos temas candentes de potencial interés para su público juvenil. 

Hasta aquí podemos aceptar pulpo como animal de compañía. El problema viene cuando ese público aún no está preparado para discriminar acertadamente entre ficción y realidad. El bombardeo constante de estos contenidos puede llevar a la audiencia adolescente a formarse una idea errónea de lo que es realmente esa etapa de la vida. Viene a venderles que lo normal a esa edad es tener el físico de una animadora o de un quaterback del equipo de fútbol, cuando en realidad es un momento en sus vidas donde los cambios físicos y psicológicos aún no han acabado de fraguar un yo verdaderamente aceptable para ellos, o que lo habitual es ser sexualmente activo y cambiar mucho de parejas, cuando realmente lo más normal es que la mayoría de ellos aún no hayan tenido ni siquiera una primera relación con otra persona. Todo esto genera una enorme frustración, que viene a socavar sus ya de por sí delicadas autoestimas, vulnerando un concepto de ellos mismos que es fundamental en un desarrollo que aún no ha culminado. 

Es un tema muy delicado sobre el que se sigue banalizando gratuitamente y que debería hacernos reflexionar como sociedad. La solución es sencilla, no es necesario eliminar el producto, sino simplemente modificarlo. Pon a esos actores y esas situaciones en otro entorno, por ejemplo, en series universitarias (que, por cierto, son significativamente escasas) y no tendrás que renunciar ni siquiera a tu Público Objetivo. El espectador adolescente podrá conocer algunos temas que le pueden atañer de aquí a unos años, cuando termine de rematar su transformación paulatina en adulto, sin tener que cuestionarle lo más mínimo. Así podremos dejarles en paz y olvidarnos de crearles más frustraciones y otras mierdas.

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