Apaga y vámonos

La humanidad vuelve a las andadas. ¡Arrepentíos!, ¡el final está cerca! Aún recuerdo el prurito por construirse un refugio antinuclear. Si no tenías uno, no eras nadie. No estaba al alcance de cualquiera. Se necesitaba una buena casa con sótano. Para escapar a la radioactividad durante meses, o incluso años, había que construir un arca blindado. ¡Ilusos!

Se oye por ahí que se acerca un gran apagón. Cuatro jinetes cabalgan hacia nosotros. Los más listillos se hacen con un kit de supervivencia a la chita callando. Arramblan con   baterías, cinta aislante, pastillas potabilizadoras. Otros, como servidora, vemos la vida pasar y bostezamos. Que el sol salga por donde quiera… Es parte del clima de colapso que vivimos: pandemias, volcanes, inflación, depresión. Ya se habla de la “ecoansiedad” como se exhibe la Visa Oro. La sufren los ecoconscientes que se pegan la vida padre. Si seguimos así, no va a quedar un ansiolítico ni en el mercado negro. El que tenga algo que decir que hable ahora o calle para siempre.

Me entrego a las divagaciones, aquí, sin saber qué hacer. ¿Será verdad?, me pregunto, ¿o es otra fantochada de los periolistos? Oigo campanas, como que Austria ya se prepara y alerta a la población. Y la Navidad a la vuelta de la esquina. El amigo Abel (que es muy caballero) o no se entera o no se lo cree. Este año está dispuesto a batir su propio récord. Quizá todo sea un cuento y Vigo lucirá como la más guapa. Francamente querida: me importa un bledo.

Greta se ha puesto gallita, amenazándonos con un tic-tac diabólico. Acusa a los capitostes de practicar un bla, bla, bla, y eso que van a las cumbres a dormir la mona. Yo pago la manzanilla y el café de cultivo ecológico a precio de oro: la sostenibilidad insostenible. Todo es un chanchullo en el etiquetado y puro marketing. Usted me cruña aquí y le aprobamos allá: burocracia europea, plutocracia, tráfico de influencias. Ahora resulta que no va a llegar el gas. Coche eléctrico no tengo. Tampoco uno de esos que llaman “híbridos”. Diré en mi descargo que no tomo aviones, por las fobias. El helipuerto ni para las evacuaciones.

Veo cables y enchufes por todas partes: uso lavadora y lavavajillas. Secadora no, ni microondas, pero sí manta eléctrica y masajeador de cervicales. ¡Quién me mandaría a mí colocar un dispositivo automático para abrir las persianas! ¡Subirlas con la correa manual me jorobaba el hombro! ¡Y mira que me avisó el técnico! La cocina es vitrocerámica y el agua se calienta con caldera eléctrica. Hasta las dos depiladoras (con cera y sin cera) hay que enchufarlas. ¿Por qué no me haría yo el láser? ¡Y el robot aspirador se activa con una APP! No recuerdo cómo funciona una escoba.

Pienso en avituallarme, pero ¿qué resolvería? Podría correr a comprar un camping gas. Linterna tengo, a pilas, aunque radio no. No habrá línea de teléfono fijo ni tendré señal wifi, ¡adiós todas las aplicaciones! Imposible sacar el coche del garaje, en caso de emergencia. La puerta lleva mando y se quedará atrancada. Basta que eso ocurra para que surja un imprevisto. Dios no lo quiera. Me ducharé con agua fría, congelada. Aquí os quiero ver, a los del calentamiento global… Ni las alfombras, que se limpian en seco. Señores: un poquito de por favor. El ascensor no funcionará, pero eso no me inquieta. No lo uso nunca, por las fobias. Subo y bajo a pie, desde el día que me instalé. El problema es si llego desmayada. No habré podido comer el hummus de remolacha a la Garzón. ¡Tres minutitos de cocción y listo! Son dos hábitos healthy, de acuerdo: o cuidar el planeta o cuidar el planeta. Ni hablar de usar la termomix o el horno. El frigorífico dormirá su sueño inútil y vertical. Menudo trasto, para tenerlo apagado. Vacío, hará las veces de armario. No podré enviar ni recibir un mísero correo. No sonará el interfono ni el timbre de la puerta. Menos mal que hice colocar una buena aldaba, pum, pum. La mirilla servirá…

Duermo sobre un somier a motor, con mando a distancia. Puedo arreglármelas usando almohadones, para acomodar la espalda. El problema es que el apagón me sorprenda en la postura que llaman “gravedad cero”. Mi cuerpo traza una especie de “uve”. Dormir así será imposible. No habrá calefacción ni “Versión Española”. ¡Qué bien me vendría la vieja salamandra de mi casa anterior! Lo digo ahora que no me oye nadie. Para leer, tendré que encender un par de cirios o tres. La llama titilará, crepitará y acabará inundando la habitación de olor a parafina. Hay que soplar, porque los apagavelas pasaron a mejor vida. Se llenará la casa de chorretones de cera. Además, se consumen y se agota el combustible líquido de los mecheros. ¡Mechero!, ¡qué palabra! Los más esnobs no darán la paliza con “la tercera temporada” de tal o cual serie. ¡Ajo y agua! 

Sabré si llueve o no sólo por el oído. No uso sonotone, de momento. No podré asomarme en un piso cerrado a cal y canto. El cepillo de dientes necesita carga, ¡volveré al cepillado manual! No funcionará el irrigador dental. Menuda faena, porque la bolsa se me inflama. Ni hablar de plancharse el pelo ni secarlo con aire caliente. A envolverse una toalla haciendo la toga. ¡Ay de aquellas que se hayan aficionado al satisfyer! ¿Qué digo satisfyer?, ¡ahora se lleva el Mambo succionador! En fin, señoras, no me dan ustedes ninguna pena. Para pamplinas estamos.

Será como vivir en un campo de refugiados. Me gustaría ver la jeta de los neo-rurales y otras faunas. ¿No queríais volver al Neolítico?, ¡pues ahora no os quejéis! Y no ahorraréis ni un ochavo… Ni decir apaga y vámonos tendrá sentido. No habrá nada que apagar y nada que encender. Pagar sí, y mucho. Yo pago todo el IVA que me piden. Ayer me cobraron casi cinco euros por un manojo de plátanos. Por suerte, como un día sí y uno no. ¿Se puede saber qué mierda es esta? ¿Y cómo vais a leerme?

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