El aprendiz de sabio

Intento ser percibido como un defensor del humanismo como doctrina que ve en nuestra falibilidad, y mediante el libre albedrío, una oportunidad para el progreso. Así que con la venia de todos ustedes y del director, antes del artículo de opinión, narraré una breve historia para elogiar la vocación y la vida:

Había una vez, en un reino muy lejano y rico que tenía un rey justo, un hombre muy sabio. A él, las familias de aquel lugar les traían a las mujeres embarazadas, ya que era capaz de adivinar la función que el futuro bebé desempeñaría en la sociedad. Desde los matrimonios de la nobleza, pasando por los militares y acabando por los campesinos y sirvientes.

El erudito realizaba su tarea de forma desinteresada, recibiendo lo poco o mucho que el matrimonio, dependiendo de sus posibilidades, tenía el gusto de darle: unas veces eran huevos de gallina u hortalizas, otras veces eran joyas orientales, otras familias le hacían recados y le acompañaban cuando enfermaba y había quienes eran tan pobres que no les sobraba nada para ofrecer a tan carismática personalidad. Su altruismo y vocación eran tal que no esperaba una contraprestación a cambio del servicio. El inconveniente de todo esto era que, debido a su ancianidad, no podía ir ya casa por casa para hacer su labor, siendo las familias las que se veían obligadas a desplazarse a la casa del hombre docto para que interpretara el hueco en la sociedad del futuro retoño en el futuro.

Un día, un matrimonio compuesto por un padre carpintero y una mujer que le ayudaba en todas las tareas de su pequeño negocio, acudieron al hombre para que les dijese que sería del niño que estaba en camino. El sabio se detuvo a reflexionar un momento y no conseguía ver nada claro. Sorprendido y al haber estado varias horas sin sacar nada en claro, le dijo al matrimonio que volviese una vez haya nacido, a ver si para entonces estaría más inspirado. Unos meses después, cuando llegó el momento de volver a visitar al anciano, las cosas en aquel reino habían cambiado, el rey justo había fallecido y accedió al trono el príncipe heredero, un ser maquiavélico, cuyo primer edicto fue raptar a los varones recién nacidos para en unos años reclutarlos en las filas del ejército, mientras que a las mujeres recién nacidas las usaría para limpiar el palacio y los hogares de los nobles. La labor del anciano carecía de valor, ya que el gobierno decretaba el destino de todos. El carpintero y su esposa, conocedores y temerosos de tal injusta persecución, hicieron todo lo posible hasta que llegaron de incognito a la casa del sabio porque estaban seguros de que, dejándolo con él, su vástago se salvaría. El anciano, que era un hombre bueno, aceptó porque de enterarse el rey que en su casa había un niño, no se atrevería a hacerle nada. Así que, con todo el dolor del corazón, no tuvieron más remedio que dejarlo con él.

Pasaron los años y el pequeño se crió perfectamente con el anciano (respecto al rey malvado cabe decir que fue encarcelado por haber sido un gobernante egoísta y déspota, y ahora gobernaba un consejo que cada año tenía la opción de renovar la confianza del pueblo, se podría decir que las aguas habían vuelto a su cauce por las protestas populares). El pequeño se hizo un mozo y poco a poco fue intentando reemplazar las tareas del anciano, pero no conseguía acertar ni una sola vez las predicciones. A pesar de lo cual, la fama del joven se acrecentó por la dedicación con la que servía al sabio, extendiéndose dicho prestigio por el país y llegado a los oídos de los gobernantes (políticos, económicos, sociales y religiosos) todo el mundo se asombraba por su vocación a ponerse siempre el último, llegando, en no pocas ocasiones, a ejercer una especie de apadrinamiento y acompañando en el refuerzo escolar a los estudiantes. Cuando el maestro falleció, el joven ya era un adulto. Su reputación y fama se extendieron a todos los rincones de la Tierra (hasta aquí llegó la parte narrativa).

Según el paper económico ‘El Estado español está quebrado. España todavía no’, publicado el pasado 27 de noviembre de 2021 por Pablo Fernández, doctor en Finanzas (Harvard) y profesor de IESE, y asistido en la investigación por Juan F. Acín y Teresa García, a la insostenibilidad del Estado Español “hay que añadir el desempleo (14%), más muertes que nacimientos desde 2015, una tasa de fertilidad del 1,2% (afectada en parte por 100.000 abortos / año)” y otros factores. En este estudio además se refleja que en 2017 se suicidaron 3.679 españoles, de ellos 2.718 hombres (75%) y 961 mujeres (25%).

Además de este paper, a mediados de diciembre, vi una noticia tremenda que afirmaba que “el Estado destina 32 millones de euros en ayudas al aborto y 3,3 al embarazo”. Es por ello, interesante comprobar en valientes documentos económicos y financieros que en España padecemos un grave problema demográfico. Es fundamental el valor que debemos otorgar a la vida humana. Todas esas células que forman órganos perfectos a raíz de la unión de un óvulo y un espermatozoide es un milagro. Cuando veo una ecografía observo a personitas que en un futuro desempeñarán todo tipo de tareas en pro de la humanidad. ¿Quién nos dice que el futuro neonato no va a ser el futbolista que generará ilusión en todos los estadios que pise? ¿Quién nos dice que al contemplar una ecografía no estamos ante la persona que culminará el tratamiento más efectivo contra el cáncer? ¿Quién nos dice que esa persona no nos va a cuidar cuando estemos enfermos? Ya sé que en la mente racional del actual occidente no hay cabida para fenómenos sobrenaturales como el don de la profecía, pero como diría José Mota: “y si sí”.

¿Y si esa criatura está destinada a cambiar el destino de la humanidad, ya sea aportando su granito de arena o una cantera extensa de menhires? Para la tradición cristiana, ya ha pasado el tiempo litúrgico de la Navidad, que conmemora, entre otras cosas, que los nacimientos son perseguidos por el poder político desde hace milenios. Pero, al fin y a la postre, la crisis demográfica que asola a occidente y en concreto a España, no entiende religiones, sino de puro instinto de supervivencia. Está en las decisiones de los gobernantes el favorecer políticas de conciliación y el no imponernos la idea de que la procreación es una carga, sino que es una bendición. Pero también está en las manos de la sociedad civil el exigir y difundir un derecho fundamental de la Declaración Universal de Derechos Humanos y reflejado en el artículo 15 de la Constitución: el derecho a la vida.

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