El gran dictador

Años después de su estreno en 1940 Charles Chaplin, protagonista de El gran dictador, reconoció que de haber conocido las barbaridades que se estaban cometiendo en ese momento en el holocausto nazi no hubiese rodado la cinta. De hecho, cuando se expuso ante el público de EE.UU. este país aún no había entrado en guerra con Alemania en la que sería llamada la II Guerra Mundial. Este dato, extremadamente curioso, quizás sea fundamental no sólo para entender la película sino también para comprender el valor de su argumento.

A pesar de ser nominada a cinco Oscars no recibió ninguno. Sería el público en las salas y la propia Historia del Cine la que la pondrían en su lugar. Uno de los dos papeles que interpreta Chaplin es el de un dictador que, por su atuendo, su forma de hablar y hasta por muchas otras señas de identidad se diría con claridad que es una caricatura del mismísimo Hitler. Curioso este dato teniendo en cuenta que tan sólo dos años antes, en 1938, Hitler fue declarado “persona del año” por la mismísima revista estadounidense Time.

En la película se describe a un “Hitler” totalmente desmitificado, absurdo, a la vez que deshumanizado, con una importancia nula de los sentimientos ajenos, de lo de derechos ajenos y de la propia vida de los demás. Pero no sólo eso, sino que se describe a un líder que se ha convertido y es el ególatra que es gracias a la construcción que de este personaje han hecho aquellos que lo rodean en el poder. Algo que bien podría haberse trasladado al Hitler real, que subió al poder auspiciado por grupos de poder asustados, entre otras cosas, de una Alemania débil tras una I Guerra Mundial y la amenaza de un comunismo que discurría plácidamente por territorios anexos. Los judíos, por otra parte, también suponían una amenaza por su enorme poder económico que había crecido enormemente gracias a sus inversiones y a su capacidad comercial retando a una burguesía que veía debilitado su poder y los beneficios que la reconstrucción deberían haberles aportado.

Hoy hay quiénes se sobresaltan cuando escuchan la comparación entre la invasión de Ucrania por orden del Presidente Ruso Putin y se echan las manos a la cabeza. Evidentemente, no se trata del mismo momento histórico, ni de la misma estrategia ni la misma motivación, aunque sí es más que probable que estemos ante un personaje con la misma locura y auspiciado en el poder por parecidos intereses económicos y por una interpretación de la superioridad de un estado sobre la libertad de los pueblos muy similar.

No se habla lo suficiente de la relación de Putin con las mafias rusas, que también lo apoyan y lo sostienen, y no a cambio de nada, por supuesto. Tampoco se habla demasiado del control y apoyo de la cúpula militar rusa y sus relaciones con asuntos más que turbulentos, o los paramilitares contratados para trabajos sucios en terceros países, ni de las políticas contra los Derechos Humanos que lleva ejerciendo durante demasiados años. Se ha llegado a hablar en diversas ocasiones de la influencia de Rusia en elecciones americanas y europeas, de las fake news que maneja a través de Internet y que utilizó para desestabilizar Estados o para crear confusión o arengar a la disidencia en Europa, como en el caso de Cataluña en España. Pues este es el personaje Putin que tanto apoyo ha recibido y parece seguir recibiendo de la formación PODEMOS, que se encuentra en el Gobierno de España.

Una mala influencia, la de PODEMOS, que llegó a presionar al Presidente Sánchez para que no mandara armas para la defensa de su país a los ucranianos. Tuvo que llegar Europa para enmendar la situación y forzar a que ese envío de armamento se produjera por parte de uno de los mayores productores de armamento del mundo, España.

Hoy en día escuchar a Putin hablar es oír los delirios de un hombre que no es dueño su conciencia, perdida en las guerras de poder y en sostener un Estado a base de la dureza propia de los regímenes totalitarios que han sacudido al mundo en pasado siglo. Toda una inspiración para PODEMOS, sin duda, cuyos fundadores y dirigentes se han mostrado tan nostálgicos de una criminal URSS comunista. Y resulta hasta escandaloso cuando a los ultra izquierdistas se les recuerdan los cientos de millones de muertes que provocó la revolución comunista rusa, la falta de libertad y el atropello a todos los derechos individuales. Te saltan con que no, es que eso no fue comunismo para, posteriormente, manifestarse o apoyar actos en los que luce un Lenin o un genocida Stalin en lugar de honor.

También he tenido la mala suerte de tener que escuchar a algunos “sabios de postureo” que Ucrania siempre fue parte de Rusia. No, eso es absolutamente falso. De hecho tiene su origen en el siglo IX con el asentamiento de diversos pueblos eslavos y uno de los puntos cúlmenes de su Historia en el siglo XI cuando llegó a ser el Estado más grande y poderoso de Europa, el Rus de Kiev. En esa época era Rusia la que llegó a formar parte de ese Estado que incluía el territorio de lo que hoy es Bielorrusia. Posteriormente ese “Rus” sería adoptado por el zarato surgido en lo que en la evolución de ese nombre se llegó a conocer y se conoce como Rusia. Ucrania adoptaría su nombre entre los siglos XIII y XV. Por otro lado, los primeros zares ya distinguían entre su propia lengua y la lengua de los ucranianos para los que pedía traductores en sus encuentros diplomáticos.

Lo que sí ha vivido a lo largo de su Historia Ucrania es sucesivas invasiones, cambios de poder e influencias. Hablamos de un territorio al que ya en la antigua Atenas denominaban el granero de Grecia. Pero no sólo es su enorme extensión y la fertilidad de sus tierras, sino la abundancia de minerales como el hierro o el ahora tan preciado uranio lo que hicieron, junto a su posición estratégica uniendo al este de Europa con la vieja Europa lo que hicieron de este lugar el objeto de las codicias de tantos pueblos.

Se habla muy habitualmente de «guerra» cuando nos referimos a este conflicto bélico. Esto se produce cuando dos estados entran entre sí en conflicto. Sin embargo, en este caso, deberíamos hablar de invasión si queremos darle propiedad a una entrada en un Estado ocupando el espacio de otro por la fuerza, destruyendo sus edificios y matando a su gente con el objeto de la conquista de su territorio. La reacción de los ucranianos es la de defensa de su Estado, de su legitimidad como tal. Resulta de lo más absurdo escuchar a quiénes son capaces de llegar a culpar a Ucrania de la actual situación, un Estado soberano reconocido por la comunidad internacional.

Hay muchos intelectuales de pasillo que no dejan de hablar de que esta invasión durará mucho. Yo tengo serias dudas al respecto porque Putin pensaba llevar a cabo una operación relámpago en la que esperaba la rendición inmediata del Gobierno ucraniano. Prueba de ello es que ha mandado a un ejército de muchachos poco adiestrados cuyas muertes están provocando serio rechazo en Rusia. Jóvenes recién reclutados mandados a un frente sin apenas recursos de combustible o víveres, muchos de ellos caducados. La actual situación no esperaba manejarla Putin, como tampoco esperaba la reacción internacional a la que cree tener sometida bajo la amenaza de su armamento nuclear que no ha tardado en poner como  instrumento de terror. Sinceramente creo que esta situación podría durar, como mucho, una semana o dos a lo sumo. Para ello Putin deberá tomar medidas. Veremos cuál es la solución y si esta llega desde el acuerdo negociado o por la imposición con un grado de destrucción aún mayor.

El gran dictador ha resurgido en Moscú. No tiene bigote pero igualmente se maneja entre el delirio y la grandeza que le atribuyen aquellos que se benefician de su estupidez deshumanizada. Yo sólo pido que se cumpla el mejor discurso de la Historia del Cine, interpretado por el propio Chaplin en El gran dictador en el que un barbero de la misma apariencia que el dictador ocupa su lugar y da un discurso de paz que es aplaudido por un público y un ejército que rechaza los conflictos y sí la convivencia pacífica y la cooperación entre los pueblos para una mayor gloria del progreso y de la DEMOCRACIA.

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