Estamos a tiempo

Una de las cosas más sanas que se puede hacer cuando las cosas vienen mal dadas es pararse un momento a recapacitar qué es lo que está pasando, cómo se ha llegado a esta situación y tratar de ponerle remedio cuanto antes. Pero nada de reaccionar a lo loco. Calma y buena letra.

En estas últimas semanas, antes de estallar la guerra en Ucrania, cuando teníamos la inflación disparada, ya quedaba claro que algo habíamos hecho mal en nuestra planificación energética. Los precios de luz y gas no dejaban de subir sin que los gobiernos fuesen capaces de evitarlo. Ha dado igual que se interviniesen los precios de uno u otro modo, la ley de la oferta y la demanda es cruel. En cuanto la oferta, por lo que sea, baja, los precios no se pueden contener.

Como decía al principio es en estos momentos en los que deberíamos pararnos un momento a pensar qué es lo que nos ha llevado hasta aquí. Si es, como dicen algunos, una cuestión de que lo hemos apostado todo a las energías renovables y no hemos tenido en cuenta determinados factores de su desarrollo, o si es como dicen otros que tenemos que cambiar nuestros hábitos de consumo y, dándonos cuenta de que el planeta es finito, poner un poco de freno a nuestro despilfarro energético.

Dos consideraciones añadidas. La primera es que, ya que somos parte de la Unión Europea, lo deseable sería que esta pensada se la diéramos todos juntos y que en la medida de lo posible no hiciésemos cada uno de los 27, la guerra energética por nuestra parte. La segunda es que, siguiendo con la UE, no debemos olvidar que Europa se ha propuesto ser el primer continente climáticamente neutro para 2050 y quiere reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero al menos un 55% en 2030, en comparación con los niveles de 1990. Y el 2030 está a la vuelta de la esquina. Por supuesto no voy a ser yo el que ofrezca en estas líneas la solución que cuadre el círculo, pero sí que me gustaría aportar algunas ideas de cómo enfrentar el problema.

La primera de todas es la de no caer en el pesimismo y sobre todo no echarle las culpas al de enfrente. Asumamos que todos hemos fallado en algo y una vez dados los pertinentes golpes de pecho, pongámonos a trabajar. Pensemos que, si toda situación terrible siempre tiene un algo de oportunidad, esta guerra nos puede permitir el abordar cambios drásticos que de otro modo hubiese sido más complicado explicar. La segunda sería, una vez hecho de defecto virtud, ir a la raíz del problema sin apriorismos ideológicos. Dejar que los datos hablen por si mismos y analizarlos alejándonos cuanto más sea posible de fórmulas demagógicas y populistas. Si hay que replantearse las nucleares, hagámoslo, si hay que cambiar nuestros modos, cambiémoslos, pero que la solución sea fruto del raciocinio y no parte de una estrategia para conseguir una mejor posición en el tablero electoral.

Por último, que la solución se consensue entre todos, aunque tengamos que encerrarnos en una sala a debatir semanas. Estamos hablando de energía y de cambios profundos, sólo un plan a largo plazo puede ofrecer cierta garantía de éxito. Sin miedo, con cabeza, todos juntos y pensando en el futuro. Aún estamos a tiempo.

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