Sexo, mentiras y cintas de video

No hay nada mejor para el estrés que unas vacaciones en las que disipar a golpe de talonario, quién lo tenga, todo ese conjunto de frustraciones que nos ocasiona el trabajo, la familia encerrada entre cuatro paredes cada día después del largo día, o las circunstancias adversas de una sociedad nacional e internacional que en política y economía no viven sus mejores momentos pero que da muestras de recuperación de los peores momentos vividos en nuestra historia reciente en la que nuestra salud ha sido el punto más débil fruto de una pandemia sin precedentes en nuestra historia democrática.

Y como no hay mal que cien años dure… ni cuerpo que lo resista, atacamos con una hambruna desmedida el comienzo de una Semana Santa que, para muchos, es la primera oportunidad en años de disfrutar, de recordar momentos pasados, de explotar de alegría y felicidad con encuentros en chiringuitos de playa o en garitos sólo aptos para aquellos que, además de tener tiempo libre, disponen de una buena cartera y, a ser posible, una segunda vivienda en primera línea de playa.

Y es que si algo no va en el ADN de los españoles es llevar la solidaridad al extremo del fustigamiento propio como forma de reivindicar los males que sufren los demás. Las cifras cantan con llenos de hoteles que vuelven a cifras del 100 por cien de ocupación en lugares de interés turístico en estas fechas y, como no, en las zonas de playa. Que para el español medio no se trata de un desahogo en medio del delirio laboral del año, sino de todo un auténtico ceremonial que incluye todo tipo de propósitos de pasarlo bien. Tan buenos son los propósitos que cuando se acaban estas fechas volveremos a ver en muchos medios titulares como “De qué manera afrontar la depresión postvacacional”. De nada sirve aquello de que todo tiempo pasado fue mejor porque ese pasado nunca buscó ser solidario con nuestro presente y nos castiga con cuotas inalcanzables de frustración.

Con los precios de la gasolina por las nubes soñaremos el impresionante ahorro que hemos provocado vaciando nuestra nevera y desconectando los fusibles de casa, que bien compensará no sólo el sobrecargo de combustible sino, a ser posible, un par de copas en la zona de moda y quién sabe si nos llegará para invitar al churri o la churri de nuestros sueños que nos convierta en protagonista de un Grease a lo ibérico.

Lo cierto es que muchos, por una semana, no pensarán en IPC, en inflación, no les importarán los acuerdos anunciados por Sánchez en Marruecos después de la decisión de reconocerles como propio el Sáhara sin contar con nadie más que su Excelentísima presidencia y todas sus personalidades en una (entre quiénes debe mantener un continuo e interesante debate sobre reformas en Moncloa o en Doñana), ni les importará en exceso (que ya es suficiente) si Putin arrasa con una o dos poblaciones o se tira de un cuarto piso con o sin ascensor, si Le Pen está próxima o no a ganar las elecciones en Francia, y ni siquiera les importará el resultado de su declaración de la Renta, cuyo susto han esperado a conocer después de estas fiestas para no emborronarlas.

Mientras, ojear las páginas de los periódicos parece más un juego de dramas y chismes que una operación de introspección informativa intelectual y nos encontramos, en las mismas, tanto la masacre de los soldados rusos a civiles en una estación de trenes ucraniana, como un artículo sobre la amante de Putin mientras recordamos cómo ayer el objetivo eran las consecuencias económicas de la actual guerra con sus hijas.

Mientras se cierne una preocupante sospecha sobre las posibles acciones políticas en nuestro país de los partidos que ostentan el poder escondidos bajo los flases de los disparos y las bombas de una guerra inhumana, que conducen a ocupar los principales titulares de los medios desde hace más de un mes, nos encontramos algunos. escudriñados, analizando todos y cada uno de los pasos de estos o aquellos y lanzando el grito al cielo de la impasividad de la sociedad ante situaciones dadas en uno u otro ámbito, en cuestiones de política nacional o regional, que bien en otras épocas habrían hecho enfurecer a la población.

Escribo estas palabras mientras pienso en el futuro y espero que tanto yo como el resto de autores de este lugar de artículos tengamos la suerte de que futuras generaciones sean capaces de descifrar lo que para ellos se convertirá en un verdadero acertijo a la hora de leer estos párrafos, especialmente si se les priva de la asignatura de la Filosofía o se realiza tal reforma de la de Historia que termine por no conocerla ni la madre que la parió.

Hoy algunos hablamos de crisis, de una gran crisis que va creciendo, apareciendo, y cuyas consecuencias más directas y obvias se están cubriendo a base de ayudas europeas y del aumento de unos impuestos que ya no dan más de sí. La bomba de relojería cada vez suena más fuerte, aunque sea acallada por el sonido de las bombas y, en esta semana, por las trompetas y los tambores procesionales. Lo que ya anuncié el pasado año, el adelanto electoral en Andalucía y en España parece acercarse cada día más a ser una realidad por intereses exclusivamente de quiénes gobiernan en estos ámbitos. Tan sólo fueron pospuestas debido a la crisis de Casado y el PP hasta la llegada de Feijoo a Génova.

Cada día suena más probable el adelanto en Andalucía a junio, convocatoria que se llevaría a cabo tras la Semana Santa. Y, a pesar de las continuas negaciones de “San” Pedro sobre esa posibilidad a nivel nacional a nadie se le escapa que ante la que se avecina, con los datos de encuestas en las manos y ante unas elecciones andaluzas, no habría nada más conveniente para los socialistas que hacerlas coincidir con estas para, además de no perder demasiado peso en las generales, intentar con ello elevar los resultados en Andalucía o, al menos, evitar al máximo la precipitación al abismo que se vislumbra en esta posible convocatoria electoral.

Lo cierto es que, mientras algunos deciden el presente y el futuro en sus despachos otros, por pura necesidad, todo hay que decirlo, se lanzan al auto ostracismo de sus propias miserables vidas que han tenido que soportar una pandemia de años, una presión fiscal ascendente de vértigo, una inflación que repercute en precios y un futuro incierto. Y deciden hacerlo en playas y localidades de enorme atractivo, especialmente en estos días. Va por ellos este artículo y por la película que parece estar inspirando estos tiempos, “Sexo, mentiras y cintas de video”, en un remake protagonizado por políticos de Rusia y de España bajo la atónita mirada de una Europa que no sabe ya cómo jugar sus cartas con nuestro país para salvarlo de las sauces de la crisis económica más salvaje que conocemos los que aún vivimos.

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