¿Països Catalans? No, gracias

Clima excelente en Valencia. El sol luciendo en un cielo azul como los que pintaba Sorolla es un aliciente más para que turistas nacionales y extranjeros disfruten de playa, gastronomía y cultura. De momento, los madrileños que viajan, no solo durante estas fechas, por la A-III seguirán viendo los carteles verdes del Ministerio de Fomento indicándoles que han llegado a la Comunidad Valenciana, a pesar de que el Gobierno de la Comunitat preferiría emocionarse con unos letreros bien grandes en los que se leyera Països Catalans.

De una manera rápida y para que el profano en la materia lo entienda, porque es difícil de hacerlo en pleno siglo XXI con un mundo totalmente globalizado, los catalanistas, que campan tranquilamente por sus dominios sin que nadie les tosa, han decidido dar un golpe geográfico y quedarse con un poco más de territorio. Por el sur, claro; en un país cuyos dirigentes están sometidos a los gustos y rabietas de los independentistas no hay problema. Hasta ahí, nada sorprendente, incluso comprensible, dependiendo del punto de vista desde el que se mire. Una vez más, el nacionalismo demuestra que su voracidad no tiene límites, a pesar de que no deja de ser peculiar que por un lado estén deseando separarse de España y por otro quieran apropiarse de una parte de ella.

Aún es más curioso, o penoso, el comportamiento del Gobierno Valenciano, encabezado por el Partido Socialista y Compromís, que están encantados con ello; les gusta y se sienten catalanes. Ya no se trata de un conflicto político que tiene en frente a formaciones de derecha, es un ataque a la sociedad valenciana, representada por instituciones propias, que se siente insultada comprobando cómo los vecinos del norte desean robarles siglos de historia, mientras el Sr. Puig y sus secuaces no solo no hacen nada por impedirlo, sino que se lo sirven en bandeja. Que se lo digan a la Real Acadèmia de Cultura Valenciana que ve cómo curso tras curso, la Consejería de Educación en sintonía con la Academia Valenciana de la Lengua inundan con libros en catalán las aulas de colegios. O a Lo Rat Penat, otra entidad defensora del idioma de la tierra y que cualquier ciudadano a ambos lados del Turia asocia con la cultura y tradición, que no concibe la ausencia de autoridades en actos que llevan realizándose a lo largo de los años por las calles de la ciudad.

Bueno, todos no lo entienden así. Los miembros del ridículamente denominado “Botànic” ya se encargan de fomentar políticas que, bajo la careta de la defensa medioambiental y otros engaños, benefician al Gobierno Catalán, cuyos afines se está haciendo de oro con los contratos que les llegan desde el Ayuntamiento y la Generalitat. Unos negocios que se firman a escasos metros del Ateneo Mercantil y el Casino de Agricultura, instituciones que son un referente en la vida social y empresarial de la región y que observan incrédulos cómo la Mesa del Senado ha admitido sin pestañear la aberración histórica-geográfica-cultural inventada por el separatismo catalán.

Bajo el lema “No als Països Catalans”, las cuatro entidades mencionadas anteriormente se han unido con el fin de desmantelar la mentira bajo la cual Puig, Oltra y compañía ningunean a una comunidad que posee historia, tradición y cultura para llenar páginas y páginas de libros que si fuera por ellos estarían en la hoguera. Una campaña que, al fin y al cabo, lo único que pretende es que la ciudadanía tome conciencia de que el carácter y las señas de un pueblo están por encima de sus gobernantes.

Y es que, al fin al cabo, en la política se mueve mucho dinero y uno puede hacer como los señores feudales conquistando territorios: más tierra, más producción, más riqueza. Las artimañas son las mismas. La diferencia entre la época de castillos protegidos por armaduras y la actual es que la gente está más informada y engaños como las que emanan de determinados estamentos públicos no calan en una sociedad, en este caso la valenciana, que está cansada de nuevos cuentos fantásticos, pero con los mismos protagonistas de siempre, empeñados en mantener su cuota de poder a base de reinventar la historia, eso sí, a su manera.

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