Con corbata o sin corbata, pero sigo siendo el Rey

Todos somos conscientes de que los políticos, cuando pretenden tapar algo muy gordo que no quieren que sepamos, lanzan cortinas de humo, cuanto más gorda la infamia, más espesa es dicha cortina. Así nos tienen entretenidos para que no veamos lo que de verdad importa y está pasando delante de nuestras narices.

Por mucho que un político llegue a sorprenderte, tenemos que admitir que Pedro Sánchez, en eso se lleva la medalla de oro, la plata y el bronce. Me refiero a la última comparecencia, donde sin sonrojarse dijo que para combatir el cambio climático había aconsejado a sus ministros y personal que prescindan de la corbata. Si lo hubiera dicho un personaje de Mota, hasta nos reiríamos, pero ojo lo está diciendo el presidente del Reino de España, o lo que queda de él.

Inmediatamente, piensas que se ha enajenado o quizás nos tome por idiotas a todos los españoles. Pero cuando te repones, comprendes que no es más que una burda maniobra de despiste para que no nos acordemos que en Andalucía, el PSOE ha robado como si no hubiera un mañana y que, de las más de 100 piezas juzgadas, ya hay sentencia para una de ellas. También recordamos que estamos en la miseria y que la inflación es de 10,8, una barbaridad.

Si el nivel intelectual del español medio fuera normal, lo siguiente sería rodear la Moncloa y obligar a este sujeto maquiavélico a abandonarla camino de los juzgados. Pero estamos demasiado ocupados con el fútbol y con saber quién se acuesta con quién en Supervivientes, por poner un ejemplo. Todavía en los hogares españoles se puede llenar la nevera, aunque las tarjetas de crédito estén en la UCI, con ventilación asistida. Por tanto, la protesta no se produce y la rana cada vez siente más el calor, sin saber que falta poco para cocerse. Ni siquiera se protesta en los supermercados. Esta sociedad narcotizada asume el castigo que le infringe aquel que debería estar trabajando por su bienestar e incluso lo justifican con tal de que no gobiernen otros.

Y así pasan días, meses, años, sin que se alce una voz y diga “basta” alto y claro. Porque nos han quitado la libertad, diciéndonos que es por nuestro bien, se meten en nuestras vidas hasta la cocina y pretenden robarnos el aire que respiramos. Solo un puñado de gente despierta es capaz de comprender lo retorcido del plan y rebelarse contra él, antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, son tratados con desprecio por aquellos que prefieren llevar el bozal o bajar impotentes la cabeza no sea que los señalen con el dedo.

Tras este panorama no hay esperanza posible, salvo la desobediencia civil ejercida desde todos los sectores de la población, un despertar a la luz y a la inteligencia, sabiendo que tenemos la fuerza para vencer. Lo sé, peco de ingenua al pensar que ejerceremos nuestros derechos aunque tengamos que estar todo el día en la calle, para eso habría que comprender lo que nos jugamos que es mucho, unirnos sin pensar en ideologías y luchar contra el tirano.

¿Seremos capaces? Con sinceridad. No lo sé. Observo ese sentimiento de derrota y abatimiento en demasiadas personas, la sensación de que todo está perdido y mejor no enfadar al poder establecido. Puede que, cuando sintamos la cuerda alrededor del cuello, tengamos un arranque de valentía, aunque, posiblemente, para nosotros, ya sea demasiado tarde.

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