Elías Ahuja, Santa Mónica y los miserables medios

Ha saltado a la opinión pública un “escándalo” con supuesta carga moral, que el feminismo supremacista y sus acólitos pretenden convertir en delito de odio, incluso llevarlo a los tribunales. Pájaros de mal agüero, por no decir algo peor.

Eran apenas un grupo de chavales que celebraban un rito de inicio de curso, con un lenguaje, eso sí, subido de tono. Las chavalas, que les siguieron el juego, dieron la réplica desde los balcones de su propio colegio mayor. Sin embargo, medios de comunicación, políticos, personalidades influyentes, tuiteros atolondrados y malintencionados se dedicaron a rasgarse las vestiduras, omitiendo los griteríos de las féminas, puesto que había que cargar contra una “horda” desatada de hombres en edad militar. Quedaba meridianamente clara, según afirmaban con unanimidad pasmosa, la insoslayable necesidad de un Ministerio de Igualdad. Los chiringuitos de Irene Montero y sus amigas, sus políticas y la llamada “educación sexual” que tanto proclama son, al parecer, un instrumento de extrema urgencia. Hay que combatir a sangre y fuego el machismo más ancestral, amenazante, peligroso y primitivo, arraigado en los sectores recalcitrantes de la sociedad española. Las propias chicas del Santa Mónica serían víctimas de una mala educación, sin ser conscientes de “las violencias machistas”.

En Irán, Afganistán y otros países de sobra conocidos, matan a mujeres por colocarse mal el velo, apedrean a las adúlteras, las tratan como basura y como personas de segunda o incluso subhumanas. Contra ellos no cargan los informativos, porque hay un interés malsano en señalar y resaltar el machismo que aún pervive en una España supuestamente no homologable. Olvidan esos miserables en dar cobertura de manera masiva el suceso desagradable en el que una mujer de 94 años fue agredida sexualmente. No interesaba detenerse mucho en la noticia, puesto que su agresor no era de nacionalidad española. Sin embargo, en asuntos como el del colegio mayor Elías Ahuja, encuentran una veta valiosa: lo convierten nada más y nada menos que en una especie de arquetipo de todo aquello que la sociedad española tiene de indeseable. En el aire sobrevuelan los ecos del franquismo no superado. Incluso se manifiesta de forma explícita. No pierden ocasión tampoco de señalar a los partidos políticos como culpables, instigadores y propagadores de actitudes machistas y misóginas.

En primer lugar, se ha señalado la astracanada estudiantil como catalizador de una violencia de género futura. Es decir, todos los chavales asomados a los balcones serían, según la ministra de (Des) Igualdad y acólitos, potenciales maltratadores, hijos privilegiados del heteropatriarcado. En segundo lugar, el colegio mayor tiene un precio y no sería asequible a todos los bolsillos. Eso convierte a sus residentes en indeseables “niños de papá”, ahora llamados “cayetanos”, que representarían a la buena sociedad, al sector acomodado, a los malvados “ricos”. En tercer lugar, y siendo así, estarían llamados a convertirse en la élite futura, peligrosa, a causa de su escasa conciencia feminista. En cuarto lugar, su comportamiento procede directamente de su educación familiar, mal orientada, puesto que representaría al votante de Vox, del PP o de Cs.

En cuestión de horas, el debate sobre lo sucedido ha ido tomando cuerpo y un cariz preocupante. Toda la izquierda en pleno lo ha convertido lisa y llanamente en lucha de clases pura y dura. Hasta Núñez Feijóo que, en teoría, su partido representa a la derecha, aunque sea la liberal, se ha pronunciado del mismo modo que los políticos del espectro zurdo. Lamentable. Las jóvenes del colegio mayor Santa Mónica han declarado que se trata de una broma, que se ha sacado de contexto y que los muchachos son sus amigos. Irene Montero parece que el «solo sí es sí» se tiende a aplicar cuando interesa a las hordas de su colectivo feminista, de lo contrario, tiránicamente usa un discurso mucho peor que el del peor machista que conozcamos en nuestras vidas. El escándalo además tiene otra derivada más, tan deleznable como inquietante. Se investiga quién o quiénes han pasado por el Elías Ahuja en el pasado, para comprometer su honorabilidad e incluso su carrera. Ya se habla de Pablo Casado. Al parecer, se instaló en el colegio mayor, cuando era apenas un estudiante. Haber sido huésped de la institución es, pues, como tener antecedentes penales.

Los medios de comunicación repiten y replican a bombo y platillo los ritos de apareamiento de un colegio mayor, pero todo tiene un porqué: las subvenciones que reciben determinan que no se tiren a la yugular de los políticos, tras publicarse la noticia de que se habían subido el sueldo un 4%… cuando la gente pasa hambre, miserias y cosas peores. Cabe preguntarse qué sociedad miserable es esta, que convierte en un asunto de Estado una algarada juvenil sin incidentes, y que a la par omite o no le da la relevancia que precisan otras cuestiones con implicaciones graves y que son de interés general. Estos son los medios que consumimos: panfletos poco serios, dependientes del presupuesto general, amordazados y arrodillados. Alzan la voz haciendo seguidismo al poder y miran hacia otro lado, cuando más se los necesita.

Yo, como graduado en periodismo, debo decir que no me esforcé ni trabajé duro para ser un mero siervo del de arriba, sino para servir a los de abajo, al español de a pie. Pero veo que los que llevan ejerciendo la profesión durante muchos años, salvo honradísimas excepciones, se han vuelto simples veletas por mantener sus poltronas. Los mismos que dejan a su suerte a aquellos a los que deben y dicen servir. ¿En dónde quedan vuestros principios, compañeros? Ellos hace tiempo que olvidaron o quizás ya no sepan lo qué es cumplir con rigor y profesionalidad, son los mismos que no respetan a los lectores, ni a los oyentes ni tan siquiera a la audiencia en general. El rigor hace tiempo que murió y no precisamente por acto de buen servicio.

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