El factor riesgo

Hay muchas cosas que termino por no entender, y que quizás también vayan en la línea de mi último artículo en relación a los derechos y obligaciones que en esta sociedad han dejado de exigirse, de contraprestaciones inexistentes a niveles de muy alta o de nula exigencia. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a una de ellas sin comprender por qué nunca ha estado en el centro del debate. Finalmente llego a la conclusión de que en el sistema a veces se producen auténticos niveles de autoprotección que vulneran derechos que en muchas ocasiones, como ésta, deberían no ser otra cosa que una contraprestación a una obligación exigida.

No me refiero a otra cosa que a los riesgos hipotecarios. Cuando en el estudio y posibles conclusiones de un estudio hipotecario o de préstamo bancario este repercute en una considerable subida del interés aplicado al cliente he de imaginar que, con ello, el banco debe asumir la posibilidad de que éste pueda verse en una situación que le impida poder realizar el pago del mismo. Si no, tampoco tendría mucho sentido forzar a quién parece que puede tener menos posibilidades de terminar de pagar con una cuota más alta que lo termine asfixiando por encima de lo que le costaría a alguien pudiente a quién no le costaría nada o poco asumir esas cuotas.

Por lo tanto, ya me parecía esperpéntico, antes de aprobarse la dación en pago, que las personas que terminaban perdiendo sus viviendas debido al impago de las hipotecas de las mismas terminaran sin su casa y aún debiendo dinero al banco. Hasta habrá algún iluminado que pueda decir que, además, el banco debiera devolver lo que ha pagado el hipotecado hasta el momento al perder la propiedad que estaba pagando y quedarse sin ella. Sin embargo, no podemos olvidar que mientras realizaba los pagos sí tuvo el disfrute de la vivienda que pasa a ser de segunda mano y ese período sí debe ser tenido en cuenta a la hora de entender que los pagos hechos pudieran cubrir, de alguna manera, este concepto.

Pero analizar el factor riesgo en nuestra sociedad, hoy en día, vez una tarea cada vez mucho más complicada. El riesgo supone la elevación del temor ante un posible fracaso. Cada año miles y miles de jóvenes salen licenciados de nuestras facultades, tras dedicar no sólo años y años de estudio y dedicación para superar estos cursos, sino restando a su vida laboral esos años de posible cotización, lo que supone un riesgo que se suma a la cada vez menos probable suerte de que acaben dedicándose a aquello para lo que estudiaron. Este es un riesgo que los jóvenes no es que tengan que asumir a cambio de nada, sino que es un riesgo que a muchos les supone la necesidad de priorizar una carrera profesional o laboral al margen de esos estudios porque cada día es garantía de menos. De hecho, hoy en día una carrera sin un máster, sin un post grado, cada vez significa menos.

Claro que si hablamos de alto riesgo no podemos olvidar a los autónomos y empresarios que se embarcan en la ardua tarea de crear y levantar una empresa desde cero. El cada vez más fuerte nivel impositivo y fiscalizador evade a muchos ciudadanos de arriesgar sus ahorros, su tiempo, esperanzas y futuro en este fin. Si comparamos las cuotas que se pagan en España con las que deben afrontar autónomos de otros países de Europa, más aún teniendo en cuenta el nivel de vida y de ingresos medios que tenemos aún los españoles y las cada vez más disparadas diferencias entre los que menos y los que más ganan sólo podemos llegar a la conclusión de que enfrentarse al emprendimiento en España no sólo es arriesgado sino que se hace, de entrada sobre un suelo poco fértil. Las distintas ayudas de las diferentes administraciones parecen más derivadas a implantar modelos productivos, como el ecológico o el digital, para cumplir con las exigencias de Europa, que en fertilizar un campo sobre el que cada día se producen más y más sequías.

Tanto es así, que muchas empresas y autónomos, sólo gracias a las ayudas y al recorte en los primeros años de la cuota, apenas llegan a sobrevivir los dos primeros años.

Estas realidades, todas ellas, pertenecen al cada vez más arriesgado intento de apostar por emprender, por adquirir en la Universidad mejores conocimientos que permitan un mejor empleo y posición socio económica y todo ello siempre repercute, por desgracia, con graves consecuencias sobre la economía que necesita, por encima de todo, que el dinero se mueva, que genere riqueza, que cambie de manos y que se invierta en producir y en adquirir.

Estamos, por lo tanto, en un país en el que se conceden ayudas a cambio de nada y dónde, sin embargo, nadie asume el riesgo que los ciudadanos depositan a la hora de invertir, de estudiar, de intentar crecer, de sobrevivir, al menos, gracias a su esfuerzo, a sus méritos y a sus capacidades; un país en el que no se valora el esfuerzo y lo que se aporta o se puede aportar pero sí un país en el que quién más posibilidades tiene de conseguir el éxito es el enchufado y aquellos que consiguen puestos para los que casi nunca son los más preparados ni se lo merecen, y tan sólo por la sencilla y pura razón de tener un carné político o ser afín a la ideología que asume el poder.

Sinceramente, cada vez que observo el optimismo de muchos ciudadanos ante la situación lamentable, desde un punto de vista de la igualdad y la justicia social, que no consiste en repartir riqueza sino en administrarla adecuadamente y en base a los méritos, capacidades, al riesgo y al trabajo y esfuerzo que contribuyen al crecimiento económico y social, me adentro más y más en la idea del absurdo, de la hipocresía y de la lamentable idiosincrasia que hemos cultivado y aceptado entre todos y todas, la de asumir como blanco lo que nunca lo fue y nunca lo será.

Y mientras, desde el Gobierno centran la atención en una igualdad en la que los efectos son contrariamente proporcionales al nivel de inversión que sobre estas políticas se hacen. Los números no se reducen y los datos sobre esta temática en los jóvenes se disparan. Lejos de cambiar estas políticas de fracaso, insisten en ellas aumentando la inversión que dan de comer a tantos y tantas de los suyos y suyas.

Y lo peor de todo es que, sin duda, esto tendrá consecuencias.

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