Ofendiditos S.A.

Vuelvo al digital en el que antaño solía plasmar todo aquello que necesitaba manifestar, sin miedo y sin intentar ser políticamente correcta, anhelando contar lo que creía que no se veía, sin sectarismos. El motivo de mi marcha fue que necesitaba silencio, y regreso porque en Minuto Crucial existe ese concepto llamado libertad, que se encuentra en peligro de extinción. A continuación, dicho esto, hoy quiero relataros que… había una vez un mundo donde se solían contar eso llamado chistes. Fue un tiempo muy anterior al actual, muy anterior a que la gente se sintiera ofendida por todo. ¡Qué buenos tiempos! En aquellos, éramos libres y no lo sabíamos.

Vivimos en una época repleta de una brutal censura en todos los ámbitos de la vida, que ni en la época de Franco. Sí, lo he dicho, he nombrado al “innombrable”, Franco. Ni que fuera Voldemort, Beetlejuice o Candyman. De verdad, no vuelve si decís su nombre. En fin, repito, ni en la época de Franco se vivió una locura similar, porque ahora no se está prohibiendo hablar de una facción política. Ahora, quienes censuran no son solo los gobiernos, sino la gente, la que alza el grito, la que señala, la que denuncia y la que voluntariamente se pone las cadenas. Este fenómeno sucede independientemente del entorno, del grupo cultural, económico o de la edad en la que nos encontremos.

¿Recuerdan cuando a finales de los 80 empezó a verse en los discos ese letrero en blanco y negro que rezaba ‘Parental advisory’? Ya escribí sobre ello en Minuto Crucial en el año 2021, en relación a ese letrero que avisaba a los padres sobre el contenido explícito de las canciones, su origen y todo lo que le rodeaba. Cometí el error de centrarme en la ideología progre, de izquierda, zurdos o como se quiera llamar, como fuente de todo mal, sin plantearme que esa medida iba a ser el principio del fin, ya que llegó gracias al beneplácito, silencio o consentimiento tácito de sus antagonistas. La medida en cuestión logró extenderse por todo el mundo, sin importar la ideología política de cada uno, ya que hubo un consenso al respecto. En ese momento, empezaron a ponerse vallas a la creación: un aviso que no era otra cosa que señalamientos constantes, como una marca, una estrella de David… Los ofendiditos empezaban a frotarse las manos.

Desde el año 2021 hasta el día de hoy, la sensibilidad del ciudadano, alimentada por los gobernantes y sus respectivas furcias mediáticas, ha ido in crescendo. Primeramente, la hidra globalista se ha dedicado a mancillar cada ámbito social bajo las premisas de la protección a las minorías, el respeto al diferente y la violencia del lenguaje. Algo que, en la actualidad, habría servido para que humoristas tan triunfantes como los Monty Pythonde hecho, en la reciente adaptación teatral de La vida de Brian, activistas y ofendiditos quisieron cancelar la famosa escena de Loretta-, Rick Mayall -su serie The New Statesman era de lo más políticamente incorrecta-, Martes y 13, Aldo Giovanni y Giacomo -trío italiano buenísimo- e incluso el mismísimo y sublime Ángel Pavlovsky -olvidado hasta por los ‘arcoiris del abecedario’-, hubieran sido lapidados socialmente.

Vivimos bajo el negro crespón de una censura comparable tan solo a la descrita en las novelas de los maestros de la ciencia ficción de los años 50 y 60, donde esas sociedades distópicas que antaño parecían imposibles hoy se han hecho realidad, incluso ciencia o, tal vez peor, credo. Hoy en día, libros, películas y obras teatrales que antaño fueron lo más, se encuentran señaladas y amenazadas. Hasta el propio Tintín ha sufrido revisiones, como en el caso de Tintín en el Congo, que ahora cuenta con un prólogo para contextualizar la obra, considerada racista. La ilustre Ágatha Christie también ha sido víctima de lo ‘políticamente correcto’, con sus obras reescritas para evitar herir la sensibilidad de algunos lectores. Monumentos históricos destrozados o retirados a causa de una ira ideológica, artistas como Damien Hirst despertando la cólera de los animalistas por sus obras en las que utiliza cuerpos de animales… Así podría seguir enumerando los múltiples ataques a la libertad, la creatividad, el arte y la cultura en general que se están llevando a cabo.

Pero retirar lo que ofende no es solo patrimonio de la ideología ‘woke’. Pedir la retirada de obras que se consideran un ataque al cristianismo, como le sucedió a Andrés Serrano y su obra La inmersión, más conocida como Cristo del pis, ha levantado hogueras de ira desde hace décadas. También ha habido presiones cuando se obligó a retirar de la biblioteca municipal de Valdemoro la obra Asmodeo, una escultura tallada en mármol del artista Harold Gene que, como su nombre indica, representaba a un demonio.

Es cierto que la cultura de la cancelación es fruto del árbol torcido a la izquierda, pero como se ve, las semillas de ese fruto arraigan más allá. Por doquier y diariamente, se crea tumulto en un grupo ideológico, sea cual sea, bloqueando a personas por manifestar sus opiniones, pidiendo que se denuncie en redes sociales o que se tache a algún artista por sus declaraciones, o promoviendo el boicot a sus obras. No solo existe el boicot a las obras, sino también a cantantes o películas, todo bajo el estandarte de “es por tu bien”, “para no ofender” y ese reciente “bien común”. ¿O acaso nos hemos olvidado de los ataques cruentos y sin cuartel que se dieron contra los no inoculados con el experimento de ARNm, más conocido como la ‘vacuna COVID’? Todo ofende, todo es considerado un ataque, todo es pasto de la cultura de la cancelación. Incluso las relaciones de amistad o familiares se ven empañadas, terminando fríamente con aquel proceso llamado ‘ghosting’.

Con el paso del tiempo, a una vertiginosa velocidad, hemos visto cómo la psique de la gente ha ido variando, asumiendo un odio visceral al pensamiento contrario, sea de la índole que sea. Conceptos como ‘delito de odio’, porque ‘pensar por ti mismo, tener criterio y opinar no está permitido’, eran muy largos; es un ‘mens rea’ virtual -la intención de un acusado a la hora de cometer un delito-. Ya hemos llegado a ese Minority Report que describió Philip K. Dick en su novela de 1954 y que, décadas más tarde, acabó plasmando en la gran pantalla Steven Spielberg, donde cavilar e imaginar es en sí un delito. No hace falta cometer ninguna acción física; basta con pensarla.

Opinar contra la percepción psicológica que alguien tiene de sí mismo, como decir que una mujer con pene es un hombre, es considerado delito de odio. Señalar una característica física evidente de alguien con exceso de peso, no es así, curiosamente; cuando se señala extrema delgadez o la estatura -enano pero no gigante-, el color de piel… excepto si perteneces a algún grupo ‘coloreado’. No olvidemos el reciente altercado sufrido por un rapero llamado Kendrick Lamar con una fan blanca, quien, al subir al escenario y cantar un fragmento de la canción del rapero, fue abucheada tanto por este como por el público presente. Y todo ello por decir “nig er” -ya no sé cómo escribir para no ser censurada por redes sociales-. Un público ovino y ‘Lamar’ de gilipollas, el rapero de los bemoles. En fin.

Ya se está empezando a monitorizar y perseguir a usuarios en las redes sociales por sus comentarios, aunque estos sean simples opiniones. En esta ocasión, Reino Unido nos lleva la delantera, ya que tienen equipos de policías dispuestos a identificar y arrestar a los usuarios que, incluso, retuiteen material considerado como delictivo -estamos hablando de comentarios, opiniones, datos considerados como ‘inexactos’, no de, por ejemplo, algo tan deleznable y delictivo como la pornografía infantil- bajo la premisa de la seguridad ciudadana. Asimismo, en España se está empezando a poner cerco a la libertad de expresión, pidiendo medidas que prohíban el anonimato en redes sociales para así procesar a quienes difundan bulos o ese desdibujado “delito de odio”, cosa que se convertirá, a la larga, en una caza de brujas en cualquier sentido ideológico o contra quien dude del “pensamiento único”, como ya pasó durante la llamada “pandemia”, que bloqueaba, perseguía o cancelaba al que pusiera en tela de juicio el relato oficial. Recordemos que los ataques vinieron de todos los frentes, tanto de estamentos públicos como de ciudadanos rasos, de cualquier color político o ideológico. La policía del pensamiento que describió antaño George Orwell en su novela ‘1984’ se está gestando ante nuestras narices y sin que nadie se dé cuenta, sin que los que aplauden una cancelación, por el motivo que sea, se percaten que, tarde o temprano, les tocará ser el próximo rebaño llevado al redil y, sin embargo, hay vientos de miedo en el ambiente creativo, nada más abortivo para el arte y la creatividad que el miedo.

Naturalmente, hay múltiples cosas que me ofenden, que no me gustan, que me generan rechazo y hartazgo, pero herir mi susceptibilidad o la percepción que tengo de la realidad no puede ser, bajo ningún concepto, considerado como delito ni tampoco erradicado. Como reza la conocida cita sobre la libertad: “No apruebo lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, frase atribuida a Voltaire, pero que realmente fue escrita por Evelyn Beatrice Hall en Los amigos de Voltaire. Tampoco puedo aceptar el bloqueo, la cancelación o la persecución de opiniones u obras que no comulguen con mis gustos, porque, como he resaltado, tarde o temprano los verdugos se convertirán en víctimas. El sabio refranero español lleva generaciones avisando: “Cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”.

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1 Comment

  1. No hay necesidad de ofender los sentimientos religiosos para hacer arte. El odio en ese caso es de los que lo perpetran, no de los que lo ven

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