Crónica de un Estado fallido

No tengo palabras. Llevo con el corazón encogido desde que comenzamos a ver las primeras imágenes devastadoras que nos ha dejado esta DANA o, como la estudiamos en el colegio, gota fría. Ahora mismo, no puedo sino hacerme mil preguntas que no tienen respuesta: ¿por qué ha pasado? ¿cómo ha podido pasar? ¿se podía haber evitado? ¿por qué no se ha actuado de otra manera? Y así constantemente, a pesar de encontrarme a varios cientos de kilómetros de la zona cero, por lo que no me puedo imaginar cómo pueden sentirse los afectados.

En el mejor de los casos y, entiéndanme la expresión, lo han perdido todo: sus casas, negocios, pertenencias, coches, calles y recuerdos, mientras que en el peor de los casos hay personas que han perdido sus propias vidas o las de sus seres queridos. Otra de las preguntas que me hago es: ¿y ahora qué? ¿cómo se reconstruye esto? Pueblos que han perdido a tantos habitantes, familias que han quedado destruidas… ¿cómo pueden continuar después de esto?

Creo que estamos todos de acuerdo en cuáles son las prioridades y, ahora mismo, lo más importante son las víctimas: que puedan encontrar a los desaparecidos, enterrar a sus fallecidos e intentar comenzar una nueva vida, porque, evidentemente, no podrán retomarla nunca donde se quedó el pasado martes. No obstante, las continuas negligencias de los políticos que estamos viendo ante este desastre debemos dejarlas anotadas y recordarlas para pedirles explicaciones cuando todo esto pase. Aunque, en un anticipo de esto, ya se han encargado de reprochárselo a la cara las propias víctimas.

Es totalmente incomprensible que no se activara todo el aparato del Estado desde el minuto uno para llegar a cada uno de los pueblos afectados, a cada ciudadano que estuviera en peligro, sin luz o sin agua. Como liberal convencida, uno de los argumentos que siempre he tenido que escuchar para defender la estructura estatal actual es que se pagan muchos impuestos para tener buenos servicios públicos y para hacer frente a una desgracia si existe. Pues bien, ¿dónde estaban todos esos servicios públicos cuando han hecho falta? Se ha demostrado que se han organizado mucho mejor tus vecinos, la asociación del pueblo de al lado y un grupo de chavales en X, el antiguo Twitter, que la cuarta economía de la Eurozona.

Durante todos estos días, el lema viral ha sido “El pueblo salva al pueblo” y, para mí, lejos de romantizar esta idea, me parece un síntoma de un Estado totalmente fracasado. No pagamos impuestos para que tengan que limpiar las aceras los jóvenes del pueblo con cartones o con sillas de plástico al revés; no tenemos una estructura titánica para que el Ayuntamiento tenga que habilitar un número para recibir Bizum y comprar agua potable para sus ciudadanos. Esto son señales de que lo que hemos construido no funciona. Sin embargo, tenemos a nuestros políticos que nos explican que esta tardía e insuficiente respuesta se debe a que hay que organizarse por un tema de competencias. Me disculpan, pero a la señora que ha estado tres días atrapada en un coche le importa bien poco quién tenía competencia para sacarla; lo que necesitaba es que lo hiciera alguien.

Es muy triste que haya tenido que ser con una desgracia de esta magnitud, con tantas vidas perdidas que se podrían haber evitado, pero parece que la población ha despertado. No se trata de colores ni de partidos; se trata de la clase política frente al pueblo. En un país sano, no se puede permitir que, ante una desgracia así, el presidente haga unas declaraciones en las que parecía que estaba hablando de un país vecino. Ese “si necesitan ayuda, que la pidan” creo que le perseguirá ya hasta el último de sus días. ¿Acaso no es el presidente del Gobierno de todos los valencianos, al igual que del resto de los españoles? ¿O qué explicación se puede dar ante eso? Yo no soy valenciana, pero me duele, como española, en lo más profundo del alma; y no es que en otro país no me importara, pero es que esos muertos son nuestros, de todo el país. Y ante eso, de nuevo, la misma respuesta: que le compete a la autonomía. Y, por su parte, Mazón, ¿por qué no ha dicho desde el principio que no tenía medios suficientes? ¿Que la situación le desbordaba? En ambos casos ha sido lo mismo: puro cálculo político, aunque, bajo mi opinión, y dados los antecedentes, a uno le achaco maldad y al otro solo pura incompetencia.

Es tal el tamaño de la estructura estatal, de burocracia y de duplicidades, que creo que ni los propios políticos tenían claro quién debía actuar. Porque el Estado y sus mecanismos, aún con sus imperfecciones, mientras que no ha habido “problemas graves”, funcionaban malamente y con ineficiencias, pero ya estábamos acostumbrados. La cuestión es que esta vez se necesitaba un engranaje perfecto y es cuando muchos ciudadanos que pensaban que lo teníamos se han dado cuenta de que no es así, de que los habían engañado.

Mantenemos a cientos de miles de políticos, de asesores y de burócratas para que, a la hora de la verdad, te rescaten los cuatro guardias civiles de tu pueblo, te ayuden a limpiar con sus tractores los agricultores y te lleve agua tu vecino. Y es normal, porque la clase política actual solo ha gestionado campañas electorales; pero cualquiera de nosotros que hayamos gestionado, aunque sea mínimamente, una PYME tiene más idea de la resolución de conflictos que la gran mayoría de ellos. Por tanto, empecemos a destinar nuestros recursos a donde son realmente útiles, aunque eso suponga reducir el tamaño del Estado a la mitad, porque, de todos modos, ya hemos visto que está fallido.

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