UPyD, el desencadenante

La semana pasada salió en la prensa nacional una noticia que provocó reacciones de toda índole.

UPYD, el partido que rompió con el bipartidismo, al borde del precipicio. Muchas son las voces que dicen que el partido se debería haber extinguido hace años, precisamente cuando empezó a decaer la posibilidad de alcanzar su misión, que no era otra que cambiar la política de este país, llena de estrategias partidistas, hacerla sincera, defendiendo unas reformas necesarias para garantizar los derechos de los ciudadanos, entre ellos fomentar una igualdad real, y democratizar más las instituciones.

Cambio de la Ley Electoral, para que el voto valga lo mismo con independencia del lugar desde donde votes, garantizar la verdadera independencia el Poder Judicial para que a todos se les aplique la ley del mismo modo, sean o no políticos, acabar con la corrupción tejiendo un sistema que evolucione para evitar que el dinero público lo destinen a otras cosas que no sea el país, fomentar la igualdad real devolviendo las competencias de sanidad y educación al Estado, para que estés donde estés tengas las mismas oportunidades médicas y educativas, ya para que en todos los lugares de España pueda haber calidad, y otras tantas cosas totalmente necesarias.

Recuerdo mi desarrollo madurativo político. Desde los 18 años en que votas por primera vez (aquella constitución europea) hasta que me di cuenta de que todos los políticos buscaban lo mismo. Odiaba la política. No teníamos personas con verdadera vocación de servicio público sino gente que había entrado en política para pertenecer a un gremio cada vez con más beneficios. Se creaba la clase política y empezaba a hastiarme todo lo que tenía que ver con la misma.

Pero enseguida nació un partido político cuya misión era romper con todo aquello, quería democratizar las instituciones, hacerlas más cercanas al ciudadano, llevar a cabo las reformas que durante tantos años PP y PSOE nos habían negado, repartiéndose el poder como mafias. Había nacido UPYD. Y ahí, en ese preciso momento, mi atención se volvió a posar en la política, empecé a creer que quizá si se hacía bien sí podría ser un modo de cambiar las cosas, y mejorar la vida de la gente.

En mi caso, no me afilié al instante, pero siempre fui votante. Hasta que vi como un partido que había hecho tanto por el país sin que el propio país se diera cuenta, caía. No voy a desarrollar los motivos que, a mi entender, fueron los decisivos para esta caída, pero sin duda alguna, sus propios miembros tuvieron algo que ver.

Ahí fue cuando me di cuenta de que, si uno mismo no actúa, las cosas no van a llegar solas. Me afilié al partido, y empecé a trabajar activamente. Al principio en Murcia, mi tierra natal, donde conocí a gente maravillosa, entre ellos Diego, el coordinador territorial, ejemplo claro de que se puede ser inteligente y buena persona y trabajador. Todos ellos dedicaban su tiempo de ocio a darle forma a las ideas. Todos ellos por vocación, sin cobrar nada por ello.

Cuando me trasladé a Madrid, empezó mi periplo por los órganos de la capital, siguiendo mi trabajo constante por unas ideas en las que creía (y creo), que compaginaba con mi carrera profesional, el Derecho, como el resto de miembros de UPYD. Y es que, cuando el cambiar las cosas se convierte en una idea romántica, por mucho que te cueste, luchas por conseguirlo.

Por desgracia, hubo cosas en el pasado que no se hicieron bien, y ello supuso la consecuencia lógica. Que tenga repercusión en el futuro. Y así fue. Cuando terminó la última legislatura europea fue cuando se recibió la desagradable noticia de que, de las reformas estructurales que se llevaron a cabo en el partido, se había dejado un cabo suelto. Y este “cabo”, no iba a perder la oportunidad. Por supuesto, las coyunturas legales que surgen deben aprovecharse.

Llegados a este punto, te das cuenta de que hasta en el partido que te hizo creer en la política hubo gente por interés (imaginaos en los demás). Pero me quedo con lo positivo, de haber liberado al partido de ellos, quedando la gente autentica. La que lucha por vocación, y la que cree en un proyecto que se inició en 2007, con unos valores férreos, y con la idea romántica de que es posible cambiar las cosas, con empeño y dedicación.

Escribiendo estas líneas es inevitable que se me humedezcan los ojos, recordando toda la dedicación y el trabajo incansable.

Muchas son las voces que dicen que el partido tenía que haberse extinguido hace tiempo. Pero la rendición no está en los genes de la gente que quedamos, y entre ellos me tendrán luchando por sacar adelante este puente, único puente para llegar a un destino: acabar con la política sofista y empezar a hacer política para y por todos los ciudadanos. En caso contrario, nos hundiremos con el barco.

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