Vuelta al feudalismo

El principal enemigo del pueblo español es, sorprendentemente, su clase dirigente. Desde las altas esferas -llámese Moncloa y adyacentes o cualesquiera de las taifas autonómicas- se otea al ciudadano medio como un mero requisito para renovar el poder cada cuatro años. No podemos llamarlo gobernanza. Mas es una suerte de feudalismo. En España ya no hay presidentes y ciudadanos. Existen dos estamentos bien diferenciados: señores y vasallos.

Cuando uno escoge al responsable de gestionar el devenir de su país espera ser correspondido. Pero la separación que existe hoy entre los apoltronados y el ciudadano soberano es algo absolutamente inédito en democracia. La crisis del coronavirus chino -si existe una falaz leyenda negra de gripe “española”, hemos de hacer honor a la verdad con la pandemia que nos asola- ha servido para aumentar la brecha entre elegido y elector. Entre dirigente y contribuyente. Entre poder y libertad.

El español de a pie, como sucedía en el medievo, contribuye con los frutos del esfuerzo de su trabajo -hoy, vía impositiva- al sostenimiento del reino y a cambio recibe una abstracta protección por parte de su gobierno. Pero dicha protección también tiene su coste en las libertades individuales (libertad económica, educativa, de expresión).

Las obligaciones incardinadas en el contrato social del que hablaba Rousseau parecen haber caído en una asimetría asfixiante y peligrosa para el sustento de nuestro orden constitucional. Más coloquialmente: hoy parece aplicarse como norma fundamental la ley del embudo. Y no, el que contribuye no está en la parte ancha del mismo. Aprovechando la pandemia, el Gobierno de Sánchez e Iglesias -más del segundo que del primero, al parecer- se ha decidido a atentar contra el devenir de las familias españolas.

Si uno analiza el impacto sanitario, social y económico de la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV, parece que no hemos avanzado nada. La izquierda ha decidido aplicar la misma receta que entonces: confinamientos y miseria. Decretar cierres arbitrarios de negocios sin sustento científico y negarles apoyo económico es abocar a la ruina a las familias que viven de su trabajo y no del Estado. Y ellos lo saben. Y es lo que quieren.

Ya no sabemos si la codiciada inmunidad de rebaño se refiere a cuestiones sanitarias o sociales. Empleando toda su miserable propaganda buscan inmunizarnos contra el peor mal que puede asolar una Nación: el socialismo. Y también aprovechando el caos y el miedo producido por el aumento de contagios y fallecimientos se viene impulsando desde las élites gobernantes una nueva realidad social donde la esfera de derechos y libertades del ciudadano queda violentamente constreñida por la agenda “social” del progresismo criminal que nos gobierna.

Hemos sufrido un continuo aumento de impuestos -IRPF, IVA, Sociedades, Patrimonio, cuota de autónomos y, como no, los impuestos “verdes” contra el cambio climático-, recorte brutal de libertades en materia educativa y, por último, nos abocan al terrorismo okupa patrocinado por el propio Gobierno. Al temor ante la ocupación ilegal ya existente, ahora el español que ha trabajado duro para permitirse una segunda residencia tendrá que añadir la impensable patente de corso que la izquierda les ha otorgado a estos delincuentes.

Reza el eslogan sanchista que “Salimos más fuertes”, pero nada más lejos de la realidad. Desgraciadamente de la pandemia saldremos menos, más pobres y más dependientes del Estado. Lo único que saldrá más fuerte de todo esto es la profunda decepción y desamparo que uno siente cada vez que Fernando Simón hace alguna afirmación y termina por suceder todo lo contrario.

Pero este intento fraudulento de estrella mediática no es sino la constatación hecha persona de que hemos vuelto la época de castillos y princesas. Porque en ninguna corte que se precie puede faltar el bufón para entretener y anestesiar al pueblo. Cada vez que Fernando Simón se encamina al atril para ofrecernos se amplio repertorio de ocurrencias y mentiras tiembla España.

Y claro, si nadie lo cesa, él sigue. Su nivel de vergüenza dista mucho de ser el exigible y esperado para un profesional en su posición. Del “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado” y pasando por el “no tiene sentido que los ciudadanos sanos usen mascarilla”, hemos llegado al “la cepa británica tendrá un impacto marginal”. Desconocemos, sinceramente, si Simón acompañará como fiel escudero al caballero Illa y su cruzada catalana.

Y como en la época más oscura de Europa cuando las cosas venían mal dadas, el señor feudal sigue exigiendo a sus súbditos el mismo tributo de siempre. Parece mentira que el gobierno autodenominado “del pueblo” siga cobrando impuestos a aquellos españoles a los que, por decreto, no se les permite trabajar. Como hemos dicho al comienzo, hemos vuelto al feudalismo. Pero como ya ocurrió, el feudalismo dará paso a la prosperidad económica y al humanismo. España es tierra de hombres libres, no de vasallos.

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