Oclocracia: hacia el Gobierno de la muchedumbre

Estudiando los distintos sistemas políticos, Aristóteles recalca que existe una modalidad de degradación democrática que denomina «demagogia», que a su vez se basa en lo que Polibio llamó «oclocracia», es decir, el poder de la muchedumbre. 

Como cumpliendo la teoría de la anaciclosis del propio Polibio, hoy en día nuestro modelo de organización social, el quehacer político y todas las formas culturales parecen aproximarse a una oclocracia según los discursos populistas expanden la idea de que es bueno democratizarlo todo. Precisamente al ser todo, se rompe el equilibrio del que la democracia se nutre, permitiendo así a las masas extasiadas y empoderadas pronunciarse sobre asuntos sobre los que ni tienen formación ni se han molestado en tenerla, y como consecuencia, provocando un deterioro generalizado de la vida humana y la cultura a escala global.

Y es que animar a que la gente hable de todo, decida todo y participe en todo apelando a un supuesto derecho que por naturaleza tenemos, supone renunciar a la excelencia. Estas opiniones avaladas por el inalienable derecho del pueblo a pronunciarse no van asociadas a una profunda meditación, a un juicio sopesado o a la adquisición de conocimientos críticos sino que son autocondescendientes: «nuestras opiniones valen porque nosotros, el pueblo, lo valemos». No hay ápice de tensión ni suponen, por tanto, un esfuerzo intelectual. Ejemplos sobran y he aquí algunos: 

a) Justicia: ya hay propuestas para que el conjunto de la ciudadanía elija directamente a jueces y fiscales. De este modo se pretende avivar la participación democrática en el conjunto de actividades del Estado. La presión de las masas sobre jueces es cada vez mayor; basta con recordar el «yo sí te creo, hermana».

Con este cambio, los jueces podrían condenar o absolver a ciertos sospechosos si es un caso mediático, si el acusado goza o no de la simpatía del público y, en definitiva, la justicia quedaría reducida a una performance similar a la que se dio en las aldeas medievales, cuando vasallos y villanos arrojaban hortalizas a quienes estaban siendo juzgados.

He aquí el poder popular en su máxima expresión, sin duda…pero más que eso, ¿con qué conocimientos sobre derecho, legalidad o aspectos jurídicos decidiría la gente a sus tribunales? Por el carisma de los candidatos, quizás… 

b) Arte: es de sobra conocida la degradación de las producciones espirituales y artísticas desde que la cultura de masas acopió toda noción de belleza. Y es que hoy en día, ésta es tan abundante y se vende tan barata que se ha convertido en una expresión vulgar.

La arquitectura, la pintura, la literatura, la música…todo es puro negocio para satisfacer la demanda de los consumidores. Las obras y los «artistas» aparecen en escena y son aclamados para caer en el olvido paulatina o precipitadamente. El consumo de la belleza, así como el talento son ahora un derecho para todos…y con ello, ni se da ya belleza ni se fomenta ya el talento. 

c) Ciencia: en mi artículo «Crítica de la razón desquiciada» ya comenté la lamentable reducción del espíritu científico a la mera reproducción de versiones oficiales que convierten a cualquiera que las repita en un alto representante de la comunidad científica mientras que a quien duda, sospecha o indaga se le despoja de su condición racional y queda ridiculizado como exponente de un «pensamiento mágico».

Con ello, estamos asistiendo, pues, al proyecto anti ilustrado en nombre de la ilustración, que hace que, por ejemplo, personas que no tienen ni idea de lo que supusieron Einstein o Poincaré respecto al modelo newtoniano sean aplaudidos por decir lo que oyen por televisión. La verdad y la ciencia son un derecho del pueblo que los medios de difusión se encargan de repartir democráticamente, así que sus implicaciones políticas son más que evidentes, y el nuevo virus es la constatación de todo esto. 

d) Economía: éste es otro ámbito en el que se otorga un poder inusual a la opinión generalizada y gratuita. Si bien no se sabe, ni se quiere saber, acerca del funcionamiento del mercado, el tejido productivo o lo importante que es que haya una economía fuerte para sostener el conjunto del sistema y servicios, desde ciertos grupos políticos se ha animado a reducirlo todo a eslóganes facilones como «la economía se recupera», «el capitalismo es hetero-patriarcal» o «el capital es el mal»… ideas y ocurrencias que favorecen el ruido pero que carecen del temple de ánimo necesario para emprender gestiones públicas y privadas que cuiden de nuestros sistemas que tanto bienestar y prosperidad nos han traído.

El resultado de esta banalización es el deterioro de nuestras ciudades y estilos de vida, fruto de no haber sido capaces de cuidar y valorar lo que teníamos, y de no haber sabido transmitirlo a las generaciones más jóvenes. 

e) Educación: es el quid de la cuestión. La democratización forzosa acrítica de los sistemas educativos conlleva a hacerlos mediocres, facilitando el aprobado porque se sobreentiende que todos tienen derecho a aprobar por el mero hecho de ser participativos y esforzarse un poco. Los estudiantes llegan a la universidad e incluso cursan estudios superiores sin espíritu académico, sin afán de investigación y sin sed intelectual, sólo por inercia. Es una degradación absoluta de la paideia griega, reducida ahora a la mera memorización de contenidos y a la reproducción de pautas y competencias. 

Estos son algunos ejemplos, pero toda esfera humana se ha visto afectada en los mismos términos. Es curioso cómo en la era de la tecnología, cuando tenemos acceso a todos los conocimientos que nos posibilitarían una formación íntegra y omni-abarcante, el ser humano se haya decantado por la vulgaridad, la mala educación y las culturas gregarias. Los esquemas mentales de esta nueva masa humana robotizada son tan simples que pueden reducirse a una veintena de enunciados que se combinan entre sí. 

La democratización del mundo es su simplificación porque trata de hacerlo comprensible y «consumible» para todos, convertido así en un derecho cuya garantía de cumplimiento son ciertos grupúsculos (empresas y partidos políticos) a quienes les granjea beneficio perpetuar la oclocracia y la ignorancia: a las primeras ganancias económicas; a los segundos, adhesión de un electorado servil. La muchedumbre y estos grupos se retroalimentan en esta oclocracia… el ser humano pierde así su trascendencia, su dominio, su vocación y, en definitiva, su profundidad.

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