Ciudadanos, el necesario ave fénix español

Suelo comentar con demasiada asiduidad, por las consecuencias evidentes que tiene en nuestro devenir político y, por ende, económico y social, que estamos en un momento de la Historia en la que en el ámbito de la propaganda política e institucional caperucita se hay comido al lobo y son los generadores de opinión los que mueven las encuestas y éstas las intenciones y, finalmente, las apariencias mandan sobre los hechos.

Hace tiempo que también ocurrió en el marketing publicitario. Pasamos de “la oferta crea la demanda” a la posibilidad, a través de los cambios en los paradigmas publicitarios de que “la demanda creada posibilita la oferta”. Algo así se trasladó a la política desde, aproximadamente, finales de siglo. Y esta tendencia ha ido evolucionando hasta convertirse en un monstruo que se ha tragado por completo el propio sentido democrático de las acciones políticas. Lo importante en política ya no son los hechos, sino aparentar. En relación a las apariencias puedes ser una u otra cosa, pero lo imprescindible es aparentar. Y si no que se lo digan al Sánchez que monta un tinglado para destruir las armas de ETA… precisamente ahora.

Una doble tuerca de este nuevo paradigma se refleja en que algunos partidos políticos, una vez hecho el trabajo de la apariencia propia y, ante la amenaza de desgaste de sus mentiras y artimañas de manipulación mediática cambian su estrategia de la defensa al ataque para intentar hacer aparentar al otro lo que les interesa que aparente. En esto son auténticos estrategas los partidos de izquierdas, especialmente los de Pablo Iglesias, y muy especialmente él y su fiel acólito Pablo Echenique, el inofensivo y aparentemente débil y quebradizo personaje que ha conseguido quitarse del medio a la mayoría de competidores en su anhelo de ser el único y más fiel caballero de la orden de Iglesias.

Y es ahí donde aparece la lógica de la importancia de la apariencia con el triunfo de los radicalismos, de lo trascendental que resulta ingeniar estrategias de demolición ideológica y de cómo las ideologías, conceptos caducos a tenor de la Historia y las consecuencias a las que nos llevaron, se revelan y remontan como respuestas a las crisis sociales, de identidad y destino de muchos ciudadanos que quieren respuestas y que compran apariencias como quién deposita su fe en una creencia sin haber visto nada… o sustituyendo esa necesidad humana de creer en algo que dé respuestas, aunque esas respuesta son estén tras un dios o diosa, sino tras la manipulación estratégica de quiénes usan a los ciudadanos para llegar al poder… como siempre.

Si nos ponemos a analizar esa estrategia de la apariencia podremos llegar a entender los procesos que han llevado a la actual “aparente” situación de Ciudadanos, un partido de centro que, más allá del liberalismo que pocos comprenden en su auténtica amplitud, no denota ninguna estrategia de la apariencia, sino de la honradez y la transparencia. Un partido que no vende sueños sino que, tras pasar por las instituciones, regala hechos. El único partido limpio de corrupción, ético y abierto a los ciudadanos, de cualquier espectro político, que quieran luchar por las ideas de justicia, igualdad y progreso a través de instrumentos políticos.

¿Desde cuándo la ejemplaridad no es síntoma de confianza y de apuesta segura en política? La respuesta es tan sencilla como decir desde que existen las estrategias de aparentar lo que no se es en comunicación política y desde que se trabaja desde los partidos en forjar en la sociedad que aquellos partidos que suponen una amenaza, para los de siempre o los que quieren perpetuarse, utilizando las estrategias del descrédito.

La cuestión es evidente. Se acusa, por ejemplo, al partido naranja, de ser un partido veleta cuando es el partido político que menos ha cambiado su parecer a lo largo de su historia sobre cuestiones trascendentales y en ningún momento sobre cuestiones elementales para su ideario político. ¿Por qué se llama a Ciudadanos veleta y no al resto de partidos? Pues por la sencilla razón de que es un peligro para unos y para otros la capacidad que Cs tiene de poder negociar acuerdos que beneficien a la ciudadanía independientemente del arco político que ocupe el partido, siempre que este no apoye argumentos ni independentistas ni antidemocráticos.

En un partido que no vive de las apariencias creadas como Ciudadanos es lógico que sucedan procesos o altibajos electorales como el sufrido a consecuencia de la salida de Albert Rivera que, en una sociedad no acostumbrada a la transparencia y la honestidad no supo encajar esta decisión personal como un triunfo de esa honradez moral y política sino como una derrota. Lo cierto es que en estos derroteros en los que nos encontramos estoy plenamente convencido de que el futuro de Ciudadanos no está escrito, como no lo está el de nuestro país, y el tiempo demuestra que una causa tiene tantas posibilidades de subir con más éxito cuanto más rotunda sea una caída por el efecto rebote. Todo dependerá de la mejor de las estrategias de comunicación que sea capaz de llevar a cabo la formación.

Sólo necesita mostrarse tal como es, sin florituras, sin apariencias, sin excesos de protagonismo de nadie (meros instrumentos al servicio de los ciudadanos a través del partido), centrando las ideas en el proyecto, en los logros… Sólo hay una clave fundamental, ser capaz de llegar a los corazones de las personas, ya que sólo a través de ello, del reclamo emocional, conseguirá doblegar unas convicciones políticas basadas en unas apariencias que nada tienen que ver con las expectativas que los votantes podrían estar depositando en otros partidos. Debe pasar de ser un partido de hechos a ser un partido de hechos y emocional para poder reconectar con la mayoría de votantes de este país, de centro.

Hoy, más que nunca, el centro es necesario en España. Y ese centro sólo lo representa, en estos momentos, Ciudadanos.

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