La política de la violencia

En 1996, los socialistas veían más que clara su previsible derrota en las urnas. Por eso, rompieron todos los esquemas posibles de respeto al adversario, si es que alguna vez los hubo, y sacaron a pasear al “doberman”, aquella campaña demoledora del PSOE en la que se identificaba al PP con un perro rabioso que ladraba y amenazaba con destrozarlo todo desde la pantalla. Como recordaba Ciprià Ciscar, entonces su Secretario de Organización, se trataba de copiar técnicas de ataque y descalificación vistas en las campañas norteamericanas. Por eso su propaganda asociaba al Partido Popular y, en particular, en la persona de Álvarez Cascos con esa imagen.

Esa violenta campaña echó raíces y consiguió parte de su propósito: el Partido Popular no obtuvo la mayoría absoluta que vaticinaban las primeras encuestas. Sí, el miedo ahora es el sentimiento más explotado en las campañas electorales. Ni la ilusión, ni la esperanza, ni el progreso, ni la libertad ni la democracia… No. El miedo es el resorte a mover.

Como dijo el gran filósofo Yoda, tras el miedo, llega la ira y tras la ira, el odio. Porque se odia lo que se teme. La escritora y periodista Maruja Torres ya llamó “hijos de puta” a todos los votantes del PP en 2003 entre el regocijo de los suyos. Y no fue a la cárcel ni nada parecido por eso, por cierto. Le amparaba la libertad de expresión, naturalmente.

Pero esa ira y odio, terrorismo aparte, nunca han alcanzado en la política española reciente tan altas cotas como desde que llegó Zapatero al poder, verdadero momento de inflexión desde el que llegamos al actual “todo vale” con tal de derrotar al enemigo. Porque ahora los adversarios son enemigos, perros (txakurras, en vasco, que suena aún peor) a los que perseguir, derrotar y hacer desaparecer.

Con Zapatero, tras su apariencia meliflua, servil y pegajosa de camarero de un restaurante oriental, llegó al PSOE una caterva de radicales que, tras el desastre económico que los llevó a la oposición, vieron que por la vía de la gestión, las medidas sesudas y la profundización en la democracia no podrían llegar al poder. De ahí que encontraran en el populismo de Sánchez a su perfecto mascarón de proa para el nuevo asalto.

Y como las desgracias no vienen solas, donde mejor anidaron la ira y el odio, además de en el nacionalismo periférico del que forma su caldo de cultivo, fue en el movimiento escindido de Izquierda Unida que dio origen a Podemos. A partir de ahí, ya estábamos todos: ala izquierda del PSOE, Podemos y nacionalistas. ¿Qué podría pasarnos?

Pues justo lo que nos pasa ahora. Y pasan muchas cosas. Por ejemplo, que salga Echenique a defender a los que piden “libertad de expresión”, como si no la hubiera y tuviéramos que salir a la calle a luchar por ella. Y pasa también, por ejemplo, que el diputado delincuente José Zaragoza se ríe de una concejala de Madrid que sufre una enfermedad y a la hora en que escribo esto, tres días más tarde, ni ha rectificado ni ha perdido perdón.  Pasa que el periodista Máximo Pradera escribe que desea que José María Aznar o Macarena Olona sufran de cáncer. Pasa también que una alto cargo (o alta carga) de la Generalidad de Cataluña llame a la población a arrojar agua caliente con lejía a sus propios policías autonómicos.

Pero claro, todo esto lo dicen los mismos que apoyan que alguien pueda burlarse de víctimas del terrorismo, escriba que desean que pongan una bomba a un político o llame desde un escenario a salir a matar guardiaciviles. ¿Nos vamos a sorprender de algo?

Porque esta gente se olvida, o no, de que todo el mundo no gestiona igual ese odio. El mismo filósofo que cité antes dijo que el odio lleva al sufrimiento. Y hay gente muy descerebrada, seguro que mucho más que Maruja Torres, José Zaragoza, Pradera o Lourdes Parra, la de la lejía. Gente que trasforma rápido ese odio en sufrimiento para los demás porque no sabe dónde están los límites y por eso sale a la calle enrabietada, azuzada  por esas declaraciones constantes de odio y se convierte en las manos, en la gasolina, en las piedras o en las pistolas de esos otros que “sólo” se limitan a escribir. Esos sí que se convierten en perros rabiosos.

 Eso ya lo hemos vivido antes en el País Vasco: están los que apretaban el gatillo y los hijos de puta recogenueces (yo también tengo libertad de expresión, Maruja Torres) que los azuzaban desde diversos púlpitos, Iglesia incluida. Los mismos que aún hoy las siguen recogiendo, por cierto. Porque, como bien dice Consuelo Ordóñez, el problema del terrorismo de ETA está cerrado en falso.

Por eso, por esa impunidad que permite encumbrar a vulgares terroristas como si fueran héroes, estamos como estamos. Y aviso: vamos a peor. La cifra de abstención del 46 % en las últimas elecciones catalanas es un paso más en el descalabro de nuestro Estado de Derecho. Los derechos que no se ejercen, se pierden.

Desde diversas tribunas se está sembrando la violencia en el ya menguado cerebro de sus huestes, esos orcos descerebrados que se llaman a sí mismos “antifascistas”. Estamos en el camino de recoger lo que buscan: muerte y destrucción.

Además de intentar con todas nuestras fuerzas que esto no sea así, habrá que estar preparados por si acaso fracasamos.

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