Gente

Me gusta la gente que tiene razón, y la que no la tiene, pero explica sus razones. Disfruto con esas personas que emiten luz, que no tienen miedo a decir lo que piensan, aunque sepan de antemano que serán cuestionados y castigados contra la pared. Me gusta ese tipo de persona que sabe dialogar sin elevar la voz, que defiende sus ideas sin atacar las otras, que no usa la descalificación hacia los que tienen otra forma de pensar, como argumento. Me agradan esas personas que no están seguras de todo, que tienen dudas y, que, llegado el caso, no tienen ningún problema en cambiar de posición. Son los que argumentan y razonan, los que muestran su forma de ver las cosas porque las cosas no son como son sino cómo las vemos. Esos que no te fuerzan a comulgar con su pensamiento, aunque te muestren otra perspectiva distinta a la tuya y te hagan ver que puedes estar confundido.

Me gusta hablar con los que no piensan como yo porque al expresar mi parecer reflexiono en voz alta midiendo y pesando mis afirmaciones, y esa disquisición me hace crecer y florecer.  Como decía Aristóteles, » Solo una mente cultivada puede entretener un pensamiento distinto al suyo sin aceptarlo». ¡Ay!, amigo filósofo, me temo que muchas mentes están yermas.

Esa gente nunca puede faltar en mi vida. Me hacen comprender que puede haber un punto intermedio entre lo que pienso sobre las cosas y lo que en realidad son. Que existe un mundo más allá de mis ideas y convicciones, que cambiar de opinión es una señal de libertad y no una debilidad. Sí, me gusta ese tipo de gente que no proyecta su odio atribuyéndoselo al contrario para legitimar así el suyo.

No soy creyente, pero puedo hablar con personas de cualquier fe. No soy de izquierdas ni de derechas, soy de quien tiene la razón en función de la reflexión que mi corazón y cerebro realizan para la ocasión. Tengo ideas, no ideología. Soy del partido de mi sentido común, que no tiene necesariamente que coincidir con el tuyo. No tengo ningún problema en conversar con un socialista, comunista, popular, o voxiano, y hasta si me apuran con un independentista o incluso con un etarra. Hasta la posición más extrema lleva su parte de razón, aunque esta sea pequeña.

Mis abuelos maternos fueron gente humilde, y rojos, para más señas; tan rojos que Felipe, mi abuelo, estuvo preso y condenado a muerte de la que se libró por el arrojo y valor de mi abuela. (En otra ocasión contaré esa historia). Sin embargo, mi rama paterna fue muy de derechas. Mi abuelo José fue jefe de Correos y mi abuela Julia, aunque murió viuda y casi sin dinero, tuvo criada hasta su muerte. Mi tío Pepe, hermano de mi padre, fue condecorado por ser mutilado de guerra de la división azul. Jamás oí en mi casa un solo insulto ni de unos ni de otros. El único gesto de mi abuelo Felipe era apagar la tele cuando salía Franco, nada más. Años después, cuando ya era universitaria, mi abuela comenzó a contarme acerca de la guerra. Nunca lo hizo desde el odio, simplemente me relataba sus experiencias. No soy totalmente de izquierdas ni de derechas, porque entre el blanco y el negro hay muchos grises, y no tengo ningún problema en dialogar desde el respeto con personas de diferentes ideologías. ¿Libertad de expresión? o libertad de expresión si piensas como yo.

Tengo miedo de que llegue el día en que la gente tema expresar sus opiniones, que los adalides de la nación eleven a categoría de verdad su ideología. Que enarbolando esa verdad absoluta puedan hacer luego lo que les plazca, y no pase nada. Que los padres no puedan elegir la educación que quieran para sus hijos. Que los libros de texto reescriban la historia para acercar determinados discursos políticos a los niños. Que se cambien los nombres a las calles, se cometan actos vandálicos sobre las huellas de nuestro pasado. Que los medios de comunicación pierdan la poca independencia que les queda. Que el artículo 117.1 de la Constitución española no se aplique y los jueces sean afines a una determinada orientación. Que el Estado se convierta en una máquina que te diga qué puedes pensar y qué no. Que llegue el día en que justifiquemos lo injustificable. Que la gente olvide el maravilloso olor a libertad.

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