La mesa del monólogo

Ya hemos tenido la primera sesión de esa mesa tan deseada por el nacionalismo, la de la postración del Estado ante los independentistas catalanes. Su sola celebración ya supone un triunfo para ellos, como así se han encargado de repetir engolados hasta el cansancio. Y lo es porque esa negociación da carta de naturaleza al “conflicto”, esa palabra ya usada por los etarras para definir lo que no era más que su lucha terrorista contra la democracia. El mismo pretendido conflicto entre Cataluña y España que, en realidad, es una declaración de guerra permanente entre una mitad de Cataluña a la otra mitad y al resto de españoles. Esa mesa es como la Rendición de Breda, pero al revés: España postrada ante sus enemigos.bogner overal strømper str 42 iansargentreupholstery.com blutuszos mennyezeti lámpa janwoodharrisart.com greensandseeds.com blutuszos mennyezeti lámpa mindfulmusclellc.com greensandseeds.com maison-metal.com bezecke topanky חליפות מידות גדולות נשים Mens VANS 2020 lepetitartichaut.com holroydtileandstone.com

El nacionalismo es un pozo sin fondo y ninguna negociación, cesión, componenda o arreglo temporal logrará apartarlo de su último fin que es la independencia. Pero no hablo sólo del catalán. Hablo también del resto de movimientos periféricos y centrífugos que van desde el BNG a Compromís pasando por el PNV. Todos ellos apoyados por personajes socialistas tan nefastos y antiespañoles como Francina Armengol, María Chivite o Ximo Puig, que asientan su poder local en el apoyo del nazionalismo excluyente y en el comunismo de las franquicias de Podemos.

El siniestro Iceta, el que ha contado las naciones que hay en España y al que le salen nada menos que ocho, ha comparado este proceso con las negociaciones tras la guerra del Vietnam. Sin reírse nada. Pues no, ahí le ha debido bailar el año. La comparación correcta debe ser con los pactos de Munich de 1938, en los que Francia e Inglaterra entregaron lo que no era suyo, Checoslovaquia, a Hitler para intentar contentarle. Aquí pasa igual: Sánchez amaga con querer entregar lo que no es suyo, la soberanía nacional, a los golpistas catalanes para ver si se aplacan. Y no, no se aplacarán con nada que no sea el reconocimiento de lo que no fueron nunca, una nación, y la independencia, algo que tampoco tuvo Cataluña jamás.

Así que no hay que equivocarse. Esto no es un asunto de buenas intenciones traicionadas. El fondo aquí es que, como en la mesa de la última cena de Jesucristo, todos deberían sentarse en el mismo lado. Todos en la mesa comparten la idea de que los españoles hemos de ceder cosas fundamentales para que los nazionalistas no echen de nuevo, como decía mi padre, el carro por el pedregal. Que será inútil el intento porque terminarán echándolo.

Sánchez es seguramente más listo que los independentistas y también los venderá a ellos. A pesar de estar ideológicamente de acuerdo, como lo expresa su definición de España como “plurinacional”, está haciendo todo este paripé para  alargar la legislatura lo más posible y recoger los frutos electorales de una previsible recuperación económica mundial. Y después, a pocos meses para que finalice, romperá ofendidísimo la mesa y se declarará lo que no es, un patriota español, para intentar recoger de nuevo el voto del centro izquierda, tradicionalmente aborregado, que se hinchará de decirnos “¿Lo veis? ¿Veis como no es un vendido antipatriota?”. Pues no, no lo vemos. Y no lo vemos porque sí lo es. Es un traidor de tomo y lomo que vendería hasta a su señora madre con tal de mantenerse un día más en el cargo, cosa que no es nada previsible a partir de que acabe la legislatura, día en el que Sánchez pasará, como expresidente, a disfrutar de un sueldo vitalicio y una prebendas que jamás mereció.

A la hora de escribir esto, el CIS de Tezanos, con el desahogo que le caracteriza, se atreve a pronosticar un aumento de votos para el PSOE y una disminución para el PP. Eso, con el mismo desparpajo con el que nos amenazó en abril con una victoria de la izquierda en las elecciones del 4 de mayo en Madrid. Ni Rapel, Aramís Fuster o la bruja Lola juntos tienen tanta desvergüenza. No tienen en cuenta en absoluto la cantidad de españoles de bien que, desde todos los rincones de España, están cada día más asqueados de ese grupo de indeseables que está a los mandos.

En resumen, en esa amplia mesa no estará Cristo, pero todos serán Judas. El vino será la sangre de los españoles que la derramaron por la unidad y permanencia de España, nuestros derechos y tradiciones y el pan será nuestra carne lacerada por las mentiras y los insultos de todos ellos. Eso, mientras se lo consintamos, claro.

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