Cadena perpetua

Dicen que se puede medir una sociedad por el trato que da a sus mayores. Qué podemos decir de aquella que se lleva de un plumazo 35.000 ancianos en las residencias sin pestañear, descuida a cada uno de los estratos que la componen y que sólo unos pocos privilegiados están exentos de cumplir y aportar. Para mi está claro, vivimos en una sociedad sin valores, podrida, corrupta, tremendamente inculta y sometida a un poder que detesta a los que habitamos en ella.

El pasado jueves nos despertamos con la terrible noticia del asesinato de Alejandro, un niño de tan solo 9 años, a manos de un monstruo. La desgracia ha puesto de nuevo sobre la mesa el eterno debate sobre las condenas. Yo no tengo ninguna duda de que el final para cualquier asesino debería ser el mismo. Pudrirse entre rejas. En mi entorno y con todo el mundo con el que hablo, independientemente de su ideología, coincidimos en este punto. Sin embargo, a pesar de lo sencillo que pueda parecer la solución, existe un movimiento político, que se mueve entre las sombras, que se opone a una condena severa ante este tipo de delitos.

El vil asesinato de Álex, por desgracia, no es un caso aislado, tampoco será el último, y en general, la sociedad sabe que este tipo de delitos reincidentes son completamente evitables. Es lo que no entiende Irene Montero cuando sube al atril para decir que la Prisión Permanente Revisable no es una medida eficaz para prevenir la comisión de delitos de tal gravedad. Pues claro que no señorita Montero, claro que no. En estos casos, no sólo se trata de intentar prevenir los delitos por el temor a una posible condena a perpetuidad, se trata de PROTEGER a la sociedad. No cabe duda de que también es responsabilidad del Gobierno, por si se le había olvidado al ex juez Grande-Marlaska. Seguro que duermen a pierna suelta todos los que se erigen como protectores de la libertad tras empatizar con un asesino y creen que viven en un mundo de gominolas donde un delincuente reincidente puede reinsertarse en la sociedad. La verdad es que desgraciadamente no es así y, o son estúpidos y no son conscientes de la realidad en la que viven o, lo que me temo, son una pandilla de desgraciados que, como se conocen muy bien a sí mismos, temen la posibilidad de acabar entre rejas cualquier día.

El caso es que, por alguna razón que me cuesta comprender, el sistema no deja de cometer errores y de defraudarnos. Desde políticos a jueces o fiscales, los que estamos fuera, tenemos la impresión de que casi siempre se equivocan y que, cuando los astros se alinean y aciertan en una condena, viene otro más tarde a enmendar el buen hacer del anterior. Imagino que, por afán de protagonismo, o dejadez de funciones, o porque esa mañana alguien se levanta generoso, nadie, absolutamente nadie, cumple la condena íntegra y somos nosotros, los ciudadanos que intentamos vivir en paz, los que tenemos que comernos las consecuencias de las decisiones de una pandilla de insensatos.

Como dije antes, repito, la sociedad está podrida. Los presos que no cumplen sus condenas además, suponen un gasto para los que no hemos hecho nada malo, y al final, de nuestros sueldos salen ingentes cantidades todos los meses para mantener en pensión completa a ladrones, asesinos y violadores. Yo opino que los delincuentes deberían devolver algo a la sociedad y que los presos realicen aquellos trabajos que nadie quiere hacer, es cuanto menos, lógico. Aunque, parece ser que nadie quiere ver a Urdangarín o Bárcenas ensuciando sus delicadas manos desbrozando montes o confeccionando ropa para familias sin recursos.

Basta ya de concesiones. Los ciudadanos de a pie no queremos compartir nuestras vidas con más asesinos y criminales. Sólo pedimos que se cumplan las condenas íntegras. Que quien mate no salga de prisión, ni se le concedan permisos o beneficios y que desde la cárcel aporten algo a la sociedad con lo que puedan enmendarse.

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