La dictadura silenciosa

Desde que empezó la pandemia por este virus chino nada ha sido igual. Hemos perdido a seres queridos (demasiados seres queridos), hemos perdido privacidad, intimidad, respeto (tanto a nosotros como a los demás), se ha perdido parte del cariño, parte de las muestras de afecto… En definitiva, se ha perdido la espontaneidad de la vida despreocupada.

Existen demasiados cabos sueltos en la historia de 2020. Demasiadas incongruencias, prohibiciones de dudosa motivación, restricciones que despiertan mi espíritu crítico y mi búsqueda de razonamiento lógico para comprender el porqué de ciertos protocolos o normas que se nos presentan como inamovibles, ciertas o incuestionables. Es aquí cuando cuestiono la Sanidad. La sanidad que es de todos y para todos, que es donde se acude cuando se tienen problemas y no somos capaces de resolver por nuestros propios medios, pero también existe una censura sanitaria, una dictadura y una falta de libertad entre los mismos profesionales para no decir nada en contra, para no sembrar la duda entre la población, para no discrepar, discurso único en tema sanitario.

Pues bien, recientemente, yo misma compartí en redes sociales una escalofriante historia que me llegó sobre el trato que se les da a nuestros mayores por protocolo hospitalario. Tras hacerlo, se abrió un debate en el que se puede vislumbrar la pérdida de confianza que ahora mismo se tiene en la sanidad. Y es que el COVID pasa factura; tantas muertes, tanta enfermedad, tanta secuela del virus y de la vacuna que se ocultan para no alertar a los infelices españolitos… Hay un alto porcentaje de población que teme ir al médico y a todo hay que sumarle la impersonalidad de la atención telefónica, la no presencialidad, la limitación o restricción de acompañantes en consultas delicadas o en urgencias hospitalarias deja al paciente en una situación de vulnerabilidad y fragilidad muy grande, ¿por qué? ¿Tan difícil es no dejar a las personas desvalidas, sin el respaldo moral de un acompañante?

Las normas de prevención del COVID se han levantado en todos los ámbitos. Los supermercados están llenos y todas las personas vamos a comprar sin cita previa. Es sabido que casi no hay restricciones en los centros comerciales. Los aforos casi están normalizados para las actividades de la vida diaria salvo para ir al médico (y demás organismos oficiales) es entonces cuando empiezan los problemas, que si cita telefónica, que si asistente virtual telemático. Es decir, estamos recuperando la máxima normalidad posible, salvo en lo referente a los organismos oficiales, en estos se impone la máxima dificultad para concertar una cita, agendas llenas, solicitud de clave o certificado digital, por poner un ejemplo, pero a la hora de la verdad es todo un retraso de magnitud bárbara, pues si funcionase correctamente sería un avance en autogestión y simplificaría algunos de los trámites que se realizan presencialmente. 

Intento expresar la inutilidad del sistema de gestión sanitario y administrativo en general de los organismos públicos y la frustración que produce toparse con mil trabas administrativas y la incapacidad de los mayores, que se han quedado desfasados en la cuestión informática que, hasta para pagar un recibo, les dicen en la entidad bancaria “que se lo haga su hija”.

Cita previa hasta para ir al banco, cita previa para casi todo lo básico. Para lo demás, no hay protocolos ni riesgo de contagio, porque son el motor de la economía y las empresas y autónomos no se andan con remilgos. Avanzan en la implantación de su agenda globalista y la maquinaria sigue adelante, con o sin pandemia. Ojo con lo que consentimos, el poder de no ceder a sus presiones es nuestro.

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