Dudas legítimas

Dudar, planteárselo todo, preguntarse una y otra vez el porqué de las cosas para, una vez se ha llegado a una conclusión que más o menos parece aceptable, volver a dudar. Ese es, a mi modo de ver las cosas, el secreto de la capacidad de evolución que posee el ser humano. Si nos hubiéramos contentado con aquella primera solución que le dimos a aquel problema de no tener luz en la cueva, o de pasar frío en los inviernos, seguramente no tendríamos ahora bombillas LED o seguiríamos haciendo una fogata en el salón de casa.

La medicina es uno de esos campos en los que no se para de evolucionar y cuyos resultados son más visibles. Ya no necesitan abrirnos en canal para operarnos del estómago y la esperanza de vida no deja de aumentar. Es en este ámbito en el que hemos podido observar cómo el ser humano es capaz de los más asombrosos éxitos. La vacuna contra el COVID-19, su rápido desarrollo y los datos que se observan en aquellos países o poblaciones con una mayor pauta de vacunación, son una buena muestra de ello. Pero volvamos a lo del principio, a lo de dudar.

El rápido desarrollo de la vacuna junto con una pésima política de comunicación que desdecía por la tarde, la última hora que se anunciaba por la mañana, han hecho que afloren movimientos que van desde negar la propia enfermedad a considerar las políticas de vacunación masiva una confabulación mundial. Esto no nos tiene que extrañar, porque lo extraño hubiese sido que aceptásemos de buen grado las incertidumbres o las contradicciones diarias. Somos humanos para lo bueno y para lo malo, gracias a Dios, la duda está en nuestro ADN.

Ahora bien, sobre lo que creo que deberíamos reflexionar es acerca del modo que han tenido los políticos y los gobiernos de reaccionar ante estas dudas. Lejos de pararse a recapacitar y cambiar los mensajes caóticos por una verdadera campaña de información en la que, por supuesto, no se denigrase al que tiene una visión diferente, lejos de ello, digo, estamos observando una preocupante tendencia por la imposición, la obligación y el castigo contra el que no desea participar de las políticas de vacunación. Y nunca nada ha salido bien cuando nos hemos visto obligados a hacerlo.

Soy un firme defensor de la vacuna y de las campañas de vacunación y no veo la hora de ponerme la tercera dosis, pero entiendo que después de escuchar hasta la saciedad que si la inmunidad de grupo por aquí que, si los menores no se vacunan por allá, haya muchos que vean en el pasaporte COVID y en determinadas políticas coercitivas, un algo más que no les haga ninguna gracia. Porque el ser humano tiende a las dudas, pero también a dar por verosímil la más extravagante respuesta a las mismas.

Así pues, sería muy de agradecer que dejásemos de censurar y reírnos de aquellos que dudan y pusiéramos más empeño en comunicar bien, en no caer en contradicciones, en persuadir un poco más y prohibir un poco menos.

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