Decimos que la verdad nos hace libres. Algunos, los más añosos, lo hemos leído en el libro más leído de todos los tiempos, palabra de Dios en boca de S. Juan 8:23, no voy a hablar de religión, simplemente expreso una justificación que utilizo para hacerme trampas en el solitario.
Este don inherente a la persona, yo lo llevo al 90 por ciento. No porque mienta deliberadamente, sino porque para sobrevivir en el medio de la convivencia, no tengo más arma que esa; un pensamiento, un sentimiento que no se expresa, no es mentira ni verdad a medias, es sinceramente, una herramienta de supervivencia. Me reconozco cierta maestría, ya que, desde bebé, mi práctica daba resultado. Lloraba y me daban el chupete, lloraba y me tomaban en brazos. ¿Sincera? Sí, pero con un diez por ciento de fingimiento. No os digo nada de mi adolescencia, donde mi sinceridad se subvertía hasta el diez por ciento.
Los amores llegaron y para que contaros, mi sinceridad era un auténtico caos que me llevó a lecturas de crecimiento personal y demás. Llegué a no gustarme con tantos enredos. Entre pasión y egoísmo, no sé cómo pude salir indemne y encontrar finalmente una manera de llevar una convivencia sosegada, una vida organizada, fuera adentro y dentro afuera. Rescaté mi sinceridad al 90 por ciento y es desde esa óptica y con esa perspectiva con la que funciono. No me va mal, ya que es una buena estrategia, toda vez que no andan los tiempos para afirmarse con contundencia.
Los acontecimientos van sucediéndose de forma vertiginosa y no somos ya capaces de aventurarnos a una planificación de futuro, ni aún en posesión de encuestas prospectivas, ni de estudios epidemiológicos.Los datos que elaboramos, no valen de un día para otro. Así que ahora funcionamos con un plan A, otro B y si fuera posible contamos también con un C. Hemos ganado porque con ello, porque al menos ahora, ya no tienen letras griegas ni inglesas, son nuestros y para nosotros.
Hoy me aventuro, al menos en este espacio a ejercer mi sincera opinión, al cien por cien auténtica, acorde con mi sentir que es tan falible como el de cada quisque. Manifiesto abiertamente que, una sociedad que olvida a los mayores, está en decadencia siempre y que la misma, está en deuda con las mujeres también, al menos mientras perdure el techo de cristal.
La longevidad alcanzada por los avances en salud, no viene apareada con el aspecto social y nos enfrentamos con una nueva y letal enfermedad que yo denomino la soledad no buscada. Los planes políticos, las obligaciones para con los mayores, no pasan de ser asistenciales. Hasta ahí llegan los presupuestos de Estado, que no contentos con esto, ahora nos ofrecen un paso a la otra vida con un pinchazo autorizado. ¿Qué por quién? Siempre encontrarán verdugos.
Soy sincera al cien por cien cuando confieso que debe acabarse la pugna entre las personas de distinto género. No debemos competir. Repudio de todas todas, este lenguaje absurdo que va contra la RAE y que nos ridiculiza y rebaja por su contracultura. Rechazo también la ideologización de una sociedad que se deja influir por predicamentos políticos y que permite que se la manipule con los sentimientos, lo más íntimo que poseemos, en lugar de exigir pragmatismo y defensa real de los intereses de los ciudadanos, y apuesto por una convivencia solidaria ejercida por los propios ciudadanos que ofrezca un modelo visible y contagioso.
Os digo desde la sinceridad más absoluta que, si no luchara por esto, estaría hundida en la depresión y la desidia indeseables. Os digo que no soy, que solo estoy, porque eso me permite saltar cuando yerro por confiar en lo que no me gusta. Desatinos se van cometiendo, en una medida extrema, por un Gobierno de España que para mí no es legítimo, por cuanto ha engañado hasta a la propia Ley. Esto me lleva a aprovechar cualquier coyuntura para afirmar con total sinceridad y al cien cien, que es preciso que se vayan y que aún estamos a tiempo de salvar este hermoso país.
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