Un cuento de Navidad

Puedo decir sin temor a equivocarme que entiendo bastante de cuentos. Tienen un idioma con el que me identifico en profundidad y a la hora de explicarme soy consciente de que lo hago mejor mediante ellos. Uno de mis favoritos es la novela corta que escribió un señor llamado Charles Dickens, y no tengo la más mínima duda de que si no le conocéis todavía; al menos os sonará. Perdonad mi sarcasmo, pero me pareció gracioso.

Estoy bastante segura de que hoy día no todo el mundo conocerá a este gran escritor, (cosa que me parece increíble), pero me alegro profundamente de que esa pequeña historia trascendiera tanto hasta el punto de haber sido traducida en casi todos los idiomas además de versionada insaciablemente. Pienso que la Navidad es una época del año en la que nos adentramos en una especie de magia que en muchas ocasiones nos inspira a desear ser mejores con los demás. Sin embargo, muy a mi pesar, no comprendo el porqué no se aplica para el resto de los meses que le siguen. ¿Estamos cansados de querer mejorar? La respuesta considero que sería que nos solemos fijar en los agravios que se cometen en nuestra contra mucho más que en nuestros propios actos. La historia es simple de entender; ni todo el oro del mundo va a comprar jamás el cariño verdadero, ni al morir te lo vas a llevar cargando contigo. Las cosas materiales nunca permanecerán inalterables; se desvanecerán y morirán. No obstante, una sonrisa es para siempre, un abrazo es eterno y el amor se expande tanto como el infinito. Y te advierto que tu cuerpo de carne y moléculas no lo va a comprender, pero tu alma no tendrá dudas. La mía no las tiene.

Ebenezer Scrooge (añadir que me pareció curioso que el nombre sea una expresión hebrea que significa «piedra del socorro») es el triste y solitario protagonista, con una vida tan materialista, lamentable y amargada que da pena. Aleja a todo el mundo de él con conocimiento de causa, abusa de su trabajador, se burla de su sobrino y parece no tener piedad con nadie. ¡Cuán típico es no tenerla pero sí pedirla al darse la vuelta las tornas! Entonces, su socio fallecido se le aparece en nochebuena para comunicarle que recibirá la visita de tres fantasmas (pasado, presente y futuro) y que debe hacerles caso o habrá consecuencias. Obviamente se lo toma con indiferencia; la mayoría de ocasiones nos convertimos en expertos camufladores de lo que nos ha infligido daño.

Uno tras otro, estos espíritus le muestran momentos cruciales de su vida; los cuales se pueden traducir como los causantes de que el corazón se le convirtiera en piedra y por si eso no fuera suficiente, le desveló también que él mismo era su peor enemigo. Además, se horrorizó al descubrir que se había transformado en lo que más odiaba en el mundo y que solo unos poquitos persistían en no perder la fe en él aun siendo en apariencia una causa perdida, ya que no le fue devuelto el daño que infringió con tanta crueldad. La roca de su pecho se ablandó al fin, otorgándole el tan preciado latido; logrando resurgir así de sus cenizas.

Duele sentir, pero más duele no hacerlo. ¿De qué sirve el odio, el rencor? ¿Qué placer oculto hay tras una zancadilla a traición? ¿Qué utilidad tiene la ira o la venganza? ¿En verdad el dinero y la fama otorgan la felicidad absoluta? ¿Dónde está la diversión en la envidia o en meterse en la vida de los demás? ¿Estáis seguros de que devolver el mal aporta algo a nuestras vidas? Tenemos un complejo raciocinio, un sistema de protección emocional brutal. Si los sentimentalismos realmente son «paparruchas», ¿por qué está científicamente probado que nuestro cuerpo responde no solo ante los atentados físicos, sino que también tienen defensa y reacciones ante los emocionales? ¿Somos incapaces aún de comprenderlo? Es casi Navidad y si me lo permitís os invito a dos cosas; leer a Charles Dickens (no se vale ver la peli) y que cuando pasen las fiestas sigáis con el mismo espíritu mágico. ¡Sé que el gris está relacionado con la llegada de la tristeza! Sin embargo, nunca debemos olvidar que ese color trae la lluvia y que después aparece el arco iris. La luz carece de sombra, pero requiere de su opuesto para aprender lo que no quiere.

El ser humano precisa ser amado y aceptado, necesitamos el calor de nuestros seres queridos incluso aun cuando muchas veces nos resulte difícil admitirlo. Sé que es demasiado fácil decir esto y que llevarlo a la práctica es complicado, pero a la hora de la verdad, en el momento en que dejes este mundo, te aseguro que es todo lo que te vas a llevar contigo. Dejad a un lado las desavenencias (que únicamente sirven para construir barreras) y aunque sea por un minuto practicad esa hipocresía desinteresada; más vale que te lleves eso a nada. Que al llegar el ocaso de tu vida y el consumismo se quede obsoleto allí donde vas, al menos permanezca ese instante de gloria albergado en tu corazón como el mayor tesoro del universo. Quien sabe, quizá con tan solo esa mínima proporción de tiempo (a nuestra percepción), consigamos que muchos corazones recuperen su latido de nuevo.

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