Llevo analizando, en la distancia, toda la campaña de las elecciones catalanas, y observando cómo a mayor grado de extremismo mayor es el trato de borreguismo que se infringe sobre la población en unas elecciones. Sabéis bien que, desde hace tiempo, suelo decir aquello de que la política ha cambiado como lo ha hecho la sociedad, a una sofisticación de la imagen y la tecnología que ofrece como de primer orden, especialmente a los más jóvenes, la idea de que es mucho más importante el aparentar que el ser. Cientos de miles de jóvenes, cada día de una forma más imprescindible para sus vidas no sólo se declaran admiradores de tal o cuál cantante, sino que, además, lo hacen de influencers sin ningún tipo de acreditación más allá de sus opiniones que, en demasiadas ocasiones, convierten en doctrina para sus seguidores.
Y quizás esto ocurre porque nunca antes, como ahora, la sociedad ha sido tan influenciable en democracia. En la época en la que existen más titulados universitarios en nuestro país, además, da en demasiadas ocasiones pena leer cómo escriben o cómo se expresan los nuevos titulados y no poca gente de cierta edad se pregunta dónde regalan estos títulos o si cómo es posible que el nivel haya bajado hasta esos extremos.
Estos días se está produciendo una auténtica revolución en muchas de las universidades españolas con multitudes estudiantiles concentrándose contra lo que consideran es un genocidio contra el pueblo palestino. Lejos de posicionarme en contra de esta sencilla afirmación hay que reconocer que la situación en mucho más compleja y, sin dejar de admitir que las acciones que está llevando a cabo Israel son inaceptables desde un punto de vista humanitario y desde la perspectiva de los Derechos Humanos, y que deben de parar de una vez esa escalada, me gustaría saber los conocimientos de la mayoría de estudiantes manifestados sobre la historia de esa tierra, de las invasiones, acuerdos, desacuerdos, atentados, guerra psicológica o cuántas veces Palestina negó el reconocimiento a Israel mientras éste sí lo hizo con los palestinos. Y no es que esto justificara absolutamente nada, pero es muy importante saber la verdad sin filtros de la historia para saber en qué lado exacta de la misma nos estamos posicionando. Lo mismo ocurre en cualquier proceso electoral hoy en día.
La ciudadanía, y algunos políticos se afanan en reírse de ello descaradamente, tienen una capacidad de olvido que convierte en santos a los que hacía poco podían estar robando a manos llenas las arcas públicas. También hay muchos que se venden a la ideología, teniendo una visión distorsionada de la misma y de lo que, en su conjunto, puede representar, y hasta justifican lo habido y por haber en su nombre o en el de cualesquiera siglas políticas.
En Cataluña sus ciudadanos han vivido una última década en el que sus impuestos se han ido incrementando en proporción a lo que han bajado el nivel de sus servicios públicos. La sanidad catalana pasa por uno de sus peores momentos y esto parece no inquietar a los que en estas elecciones se presentan. La delincuencia se ha apoderado de muchas de las calles de sus grandes ciudades, especialmente Barcelona, que vive un retroceso en este aspecto que recuerda cada día más a los años ochenta o noventa. Eso sí, los que ahora protagonizan estos niveles suelen ser, según indican los datos oficiales, principalmente inmigrantes que intentan salvar el día a día como pueden, y en ese poder se encuentra intentar recibir ayudas económicas, pero también encontrar trabajos mal pagados y sin dar de alta en los que se aprovechan de ellos, o… la propia delincuencia. ¿Se les está dando alguna otra alternativa real? ¿Se está intentando hacer campaña de saturación para evitar nuevas oleadas? Realmente, si el fin último de estas personas va a ser la obtención de papeles, ¿no sería lo más lógico que dispusieran de ellos lo antes posible para su integración en el mercado laboral? Porque, guste más o guste menos a unos u a otros, estas personas tienen que subsistir, comer, vestir, un techo… un techo que, a ser posible, no sea de la propiedad de otras personas, claro. Así es fácil lidiar, desde las instituciones públicas, con este toro.
Volviendo a lo de los niveles de conocimiento y a la manipulación social, también me gustaría saber qué visión de la realidad histórica tienen los catalanes en relación con el derecho de soberanía de su tierra, y esto lo dio más allá de lo que hayan podido escuchar en esas charlas presuntamente pagadas con dinero público en las que llegan a decir que Santa Teresa de Jesús era catalana. ¡Y hasta Miguel de Cervantes, ahora redescubierto como cordobés de nacimiento en un reciente estudio que dudo que tarden en rebatir, era, decían, catalán, como señalaban era Cristóbal Colón! Claro, claro, palabrita del niño Puigdemont que, como Marco, se fue más allá de las montañas a buscar, en su caso, la libertad que le negaron por la que sólo falta por calificar como trastada de declarar la independencia de Cataluña.
Eso sí, si las empresas se van de su territorio, la culpa la tiene España, si alguien roba, que sea España, y no los Puyol, ni papá CIU ni el procés, que es legítimo porque Santa Teresa, que era catalana según ellos, se le apareció a San Carles para decirle que él y su séquito de todos los premios Nobel, por su puesto también catalanes, habían decidido protegerle en su huida como mártir de la causa si ésta debiera producirse, que para esa pantomima están los catalanes y resto de españoles pagando sus elevados impuestos, para el circo de un independentismo dantesco y absolutamente desquiciado desde el origen de su justificación histórica hasta su construcción a través de historiadores encumbrados al amor del dinero ganado de los mismos impuestos.
Faltan dos días, y de lo que me resulta más triste es de la baja o nula capacidad que ha tenido el Estado, gobernase quién gobernase, para hacer frente a esos verdaderos bulos; bulos de la historia, de los derechos, del descrédito del propio Estado, de esa dibujada supremacía por los dirigentes independentistas, más aún los de un partido, el de Carles, que posiblemente sea de los que más se acerca en este país al fascismo más intolerante e irracional y, a pesar de ello, socios de nuestro Gobierno.
Illa comenzó la campaña con fuerza pero la descomposición que le ha podido producir la dureza de los discursos de los nacionalistas ha echado por tierra un final épico que no ha podido salvar ni Pedro Sánchez, a pesar del tiempo que tuvo de pensárselo. Por su parte, el PP parece tender más a superar a VOX que a ofrecer una alternativa, y VOX, tan perdido como siempre en el imperialismo de siglos pasados y en figuras históricas castellanas de cuestionable veracidad en tanto que parecen subirse al carro de héroes que no fueron sino mercenarios de los grandes reyes castellanos, ve en estas elecciones una de sus últimas oportunidades de salvar su proyecto de destrucción de lo que otros hayan construido sin su permiso.
Y, al final, en su conjunto, cada uno ha jugado a parecer aquello que a los que pudieran votarles, más pudiera convencerles. Ni más, ni menos. Y, como siempre, después del recuento vendrá el que cada cual sacará las conclusiones que le parezcan oportunas para salvar mejor los muebles e intentará llevar a cabo los pactos que refuercen más, en lo posible, su posición política y la de los suyos, siempre por encima de la decisión real de los votantes y, ni que decir queda, de los intereses de la ciudadanía. Cuatro años más de vivir del cuento, del político y del teatrillo tan rentable políticamente del separatismo y de los santos y plebeyos de alta alcurnia nacidos en tierra catalana… según ellos.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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