Ómicron y la Agenda Transhumanista

“Punto primero: abolición de las fiestas y del descanso nocturno (“aprobado”, contesta el consejo). Punto segundo: prohibición de amar, prohibición de hablar y de pensar; quien se obstine a pensar, será castigado con la amputación de la cabeza (“aprobado”, contesta el consejo) (…) propongo la amputación para los que se obstinen a amar, señor presidente (“de acuerdo”, contesta el consejo). Punto tercero: abolición de los sentimientos, de la voluntad, de la compasión, de la dignidad y de todas las enfermedades infecciosas hereditarias de origen prehistórico (“aprobado”, contesta el consejo). Punto cuarto…”.

Esta es una de las escenas (no voy a dar más detalles porque os animo a visionarla) de la película ‘Omicron’, film italiano de 1964 dirigido por Ugo Gregorett, parodiando la sociedad de consumo capitalista e industrial de los años 60. Es cierto que en dicha película no existe ningún virus mortal ni tampoco una amenaza biológica (al menos terrestre) pero comparte una analogía relevante con la crisis del coronavirus, además del nombre de la película, un rasgo semejante del sistema socioeconómico imperante (economía mixta) en este momento: el transhumanismo (los neófitos en la materia lo pueden conocer como “deshumanización”) con el Foro Económico Mundial como principal impulsor. Si se fijan ustedes, no digo que el sistema imperante sea ni capitalista ni comunista, hablo de “economía mixta” porque es el término que el sistema educativo que he vivido ha decidido incluir en el currículo académico. Considerando personalmente el transhumanismo como la secuela más distópica de la economía mixta (con el permiso del globalismo).

En mi anterior artículo, “La teoría del microchís”, comenté la violación que los malos están empeñados en perpetrar a nuestro templo corporal mediante el microchipado, marcándonos como a reses (para afirmar tal cosa, solo hace falta navegar por la red y buscar noticias en medios oficialistas). En esta ocasión, analizaré del progreso de agenda transhumanista en la sociedad, haciendo más hincapié en lo acaecido a raíz de la crisis del coronavirus. Puedo reconocer sin complejos que adaptar la vida a las persona discapacitadas o con dificultades es un acto de caridad encomiable. ¿Quién se opondría a que una persona anciana no disponga de un exoesqueleto mecánico para moverse más autónomamente y así multiplicar su fuerza? ¿Quién se opondría a que una persona con discapacidad auditiva no tuviese un correcto mecanismo implantado para facilitar su audición? ¿Quién se opondría a que quien necesitase una cirugía en los ojos, no le opere un cirujano?

La agenda transhumanista va más allá del mero progreso, convirtiéndola en una peligrosa distopía. Las élites tienden a endiosarse, es más, no creerán en Dios, pero estoy seguro de que, de creer en Él, se nombrarían obispos (y alguno que otro, Papa). Por no hablar de otros, que directamente juegan a ser Dios, con los peligros que ello conlleva. Pero esto no es una condición del ser humano actual, sino que ha acompañado a los poderosos de todo tiempo. En el libro bíblico del Génesis (Antiguo Testamento) nos muestra a Adán y Eva deseosos de comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, «entonces se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos» (Génesis 3, 7). El ser humano no está preparado para ser omnipotente y omnisciente, hasta la persona más erudita de la faz de la Tierra cometerá numerosos errores al cabo del día y eso, precisamente, es lo que le debe hacer consciente de su limitación innata. Jugar a ser Dios es muy peligroso porque se le puede volver a uno su magna creación en contra suya, pudiendo cobrar vida propia, cual gólem, y acabar en algunas ocasiones con su vida, su dignidad o su libertad. Las épocas de experimentación en humanos son bastante comunes, por lo que debemos estar atentos. Un ejemplo de esto último es el control que estados y multinacionales vienen ejerciendo sobre las personas, desproveyéndoles de toda soberanía y autonomía, siendo el de las grandes tecnológicas (Big Tech) el caso más plausible.

Nadie duda que el uso de la telefonía móvil es un gran avance, pero si dicha TIC se usase de manera antihumanista -implantando chips (ya sea bajo la piel, pulseras o teléfonos) que permiten acceder a datos tan íntimos como los identificativos, pero también agenda de contactos o cuentas bancarias- ¿dónde facilitaría la vida al sujeto, hasta qué punto sería ético? Me da mucho coraje que se califique a estas cosas como “teorías de la conspiración”, y es que no me estoy inventando nada, es más, intento ser lo más comedido posible. Señores, estamos asistiendo a una normalización del arrebatamiento de los derechos fundamentales más elementales. Hoy es el pasaporte covid, pero ¿quién nos asegura que mañana no podremos tomarnos un café si tenemos una deuda pendiente con el fisco?

La película anteriormente citada, ‘Omicron’ (1964) nos muestra que el “trabajador modelo” en una factoría es aquel que produce en serie las cosas, como una máquina sin taras. Craso error, ¿dónde quedará el equivocarse? Organismos como el Foro Económico Mundial ya hablan de “la cuarta revolución industrial”, bajo el nombre de “El Gran Reinicio”, una propuesta para “resetear el capitalismo a raíz de la crisis del COVID-19”. La cuarta revolución industrial ya estamos viendo lo que es: teletrabajo, despresencializar la atención primaria, pasaportes sanitarios que segregan a población sana, códigos QR en todas partes, geolocalización a través de smartphones, virtualizar las relaciones humanas, restricciones de tráfico en grandes ciudades, “impuestos verdes” por contaminar (¿qué es “contaminar”?), la cultura inquisitorial de la delación, facilitar el acceso a la población más joven a sustancias y máquinas inhibidoras de la consciencia y de la realidad, viajar en trenes cama (mientras los mandatarios lo hacen en aviones)…

La película ‘Omicron’ (1964) se puede analizar desde una óptica marxista y anticapitalista, pero la Guerra Fría ya concluyó con la caída del Telón de Acero, significando que la actual coetaneidad político-social (con la crisis del coronavirus elevándose a la máxima potencia) ha superado los  sesgos ideológicos de “la izquierda y la derecha”, posicionando en el tablero de ajedrez mundial a dos acérrimos oponentes, simplificadamente llamados: globalismo y patriotismo (entiéndase ambos términos desde el prima de otorgar menos o más soberanía a la sociedad civil, respectivamente)(véase mi artículo “Agenda Globalista: objetivos utópicos”). Y es que, en el momento de la Historia en el que, posiblemente, la agenda transhumanista galopa más a rienda suelta, conviene recordar lo que afirmó tan acertadamente Winston Smith, protagonista de la novela ‘1984’ (publicada en 1949), de George Orwell: «Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano».

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*